“La sinodalidad es quizás el aporte más importante que los cristianos podemos hacer al resto de la humanidad en este momento de la historia”, afirmó Rafael Luciani, teólogo venezolano y del equipo de asesores de Sínodo 2021-2024 a realizarse la primera fase en octubre.
Del 29 al 31 de agosto, en la sede del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam) se reunirán los padres y madres sinodales – obispos y no obispos – para entrar “en calor” y tener una mirada común.
Por ello, Luciani, en conversación con Vida Nueva, aseguró que este proceso sinodal es “el más significativo de conversión y reforma que ha emprendido la Iglesia católica luego del Concilio Vaticano II”.
“Nada de esto puede ser discrecional u optativo de parte de quienes ejercen la autoridad en un momento determinado. El gran desafío de la Iglesia del tercer milenio, auspiciado por el Sínodo sobre la sinodalidad, es el de construir, entre todos y todas”, añadió.
Forma de ser Iglesia
Se abre la opción de caminar juntos como “un signo profético para una familia humana que tiene necesidad de un proyecto compartido, capaz de conseguir el bien de todos. Una Iglesia capaz de comunión y de fraternidad, de participación y de subsidiariedad, en la fidelidad a lo que anuncia”.
Por eso, a la luz de los signos actuales de los tiempos “se profundiza la senda abierta por el Concilio Vaticano II y se nos pregunta ¿cómo se realiza hoy, a diversos niveles (desde el local al universal) ese caminar juntos”.
El teólogo y docente añade que desde su convocatoria “el Sínodo no ha querido partir de una idea preconcebida, sino que ha puesto en marcha un proceso que nos ha invitado a salir de nosotros mismos para tener la experiencia de escucharnos mutuamente”.
Las consultas realizadas “a nivel global testimonian cómo la experiencia hasta ahora vivida ha regalado la posibilidad de reencontrarnos con lo humano del otro/a, pero también nos ha ayudado a tomar conciencia de la necesidad de crear espacios y estructuras donde vivamos relaciones mutuas y horizontales”.
En este sentido –como está planteado en el Documento preparatorio – la sinodalidad “es mucho más que la celebración de encuentros eclesiales y asambleas de obispos, o una cuestión de simple administración interna en la Iglesia; la sinodalidad indica la forma específica de vivir y obrar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios”.
Dignidad bautismal
Para Luciani este Sínodo permitirá “reconocernos en la dignidad bautismal”, que “no ha sido siempre fácil de poner en práctica en la vida y misión de la Iglesia porque los ministros ordenados, lo han visto como algo discrecional u optativo”.
De hecho, los propios obispos en la etapa continental admitieron que “la teología bautismal impulsada por el Concilio Vaticano II, base de la corresponsabilidad en la misión, no ha sido suficientemente desarrollada”.
El Instrumentum laboris recupera la centralidad de esta teología al afirmar que una Iglesia sinodal se funda en el reconocimiento de la dignidad común que deriva del bautismo, que “crea una verdadera corresponsabilidad entre los miembros de la Iglesia que se manifiesta en la participación de todos, con los carismas de cada uno, en la misión y edificación de la comunidad eclesial”.
Todo ello ha de traducirse “en derechos y deberes que permitan la inclusión y la participación de todos y todas, pues no se trata de una exigencia de redistribución del poder, sino de la necesidad de un ejercicio efectivo de la corresponsabilidad derivada del bautismo”.
Además la teología del bautismo permite que “el ejercicio de la autoridad se aprecie como un don y se configure cada vez más como un verdadero servicio o diakonía”, por ende, “es el Espíritu quien nos unge por medio del bautismo y nos habilita, no sólo para valorar las luces en el caminar, sino también para reconocer que la Iglesia debe pedir perdón y tiene mucho que aprender”.