El papa Francisco rescató en la catequesis de este miércoles la historia de “santa Catalina Tekakwitha, la primera nativa norteamericana en ser canonizada”. Lo ha hecho dentro de su ciclo de audiencias generales dedicado al celo apostólico. Además, a todos los presentes les recordó que este jueves, 31 de agosto, comienza el viaje apostólico a Mongolia para el que pidió oraciones.
Recordó que “cuando Catalina tenía apenas cuatro años, sus padres y su hermano menor murieron a causa de una epidemia de viruela. Ella sobrevivió, pero le quedaron algunas secuelas físicas. A los veinte años recibió el Bautismo”. Una decisión, señaló el Papa, que “provocó incomprensiones y amenazas entre los suyos, por lo que tuvo que refugiarse en la región de los mohicanos, en una misión de los padres jesuitas”. “Todos estos acontecimientos suscitaron en Catalina un gran amor por la cruz, que es a su vez el signo definitivo del amor de Cristo por todos nosotros”, destacó.
Destacando cómo su familia le enseñó el amor a Dios, el pontífice destacó que “la evangelización comienza a menudo así: con pequeños gestos sencillos, como padres que ayudan a sus hijos a aprender a hablar con Dios en la oración y les hablan de su amor grande y misericordioso. Los cimientos de la fe de Catalina, y a menudo también los nuestros, se pusieron así”. “La vida de Catalina Tekakwitha nos muestra que todo desafío puede superarse si abrimos nuestro corazón a Jesús, que nos concede la gracia necesaria para continuar en el camino de la vida cristiana con fidelidad y perseverancia”, subrayó.
Para Francisco “en la comunidad, ella se distinguió por su vida de oración y de servicio humilde y constante. Enseñaba a los niños a rezar, cuidaba a los enfermos y a los ancianos. En definitiva, supo dar testimonio del Evangelio viviendo lo cotidiano con fidelidad y sencillez”. Ante este testimonio, el pontífice deseó “que también nosotros sepamos vivir lo ordinario de manera extraordinaria, pidiendo la gracia de ser —como esta joven santa— auténticos seguidores de Jesús”. “La vida de Catalina es un testimonio más de que el celo apostólico implica tanto una unión vital con Jesús, alimentada por la oración y los sacramentos, como el deseo de difundir la belleza del mensaje cristiano mediante la fidelidad a la propia vocación. En Catalina Tekakwitha, por tanto, encontramos a una mujer que dio testimonio del evangelio, no tanto con grandes obras, porque nunca fundó una comunidad religiosa ni ninguna institución educativa o caritativa, sino con la alegría silenciosa y la libertad de una vida abierta al Señor y a los demás”, recalcó.