A los que estamos habituados a ver y escuchar a Francisco nos resulta difícil, por no decir imposible, imaginar la emoción de las quinientas personas que han asistido a primeras horas de la tarde del sábado al encuentro del Papa con la diminuta comunidad de fieles mongoles en la catedral de los santos Pedro y Pablo de Ulán Bator.
Así nos lo han asegurado algunos de las presentes. “Me parecía soñar”, nos confesó una de las religiosas que ha recorrido no pocos kilómetros a través de las estepas para estar presente en esta emotiva ceremonia.
Iniciada su construcción a finales del siglo XX gracias a la iniciativa del que fue primer prefecto apostólico de Mongolia, el misionero filipino Wenceslao Selga Padilla, no fue finalizada hasta el 2003 y consagrada por el entonces prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el italiano Cardenal Leonardo Sandri.
La estructura del edificio reproduce la de una ‘ger’ tradicional en la que han vivido y siguen viviendo los nómadas mongoles. Antes de entrar en la catedral, acompañado del joven cardenal Giorgio Marengo, Bergoglio se dirigió a una modesta ‘ger’ situada en el jardín adyacente donde le esperaba la señora Tsetsege que encontró en un vertedero de basuras una estatua de madera de la Inmaculada que recibió el nombre de la ‘Madre del Cielo’ y que ahora ocupa un lugar preminente en el primer templo católico de Mongolia.
Durante la hora y media que el Santo Padre ha pasado en la catedral, los primeros momentos fueron ocupado por un saludo del presidente de la Conferencia Episcopal –único miembro, el citado cardenal italiano- al que siguieron diversos testimonios de un sacerdote nativo, una religiosa y una catequista.
De su alocución, cabe destacar esta reflexión: “Ustedes tienen un pilar seguro, nuestra Madre Celestial que –me ha gustado mucho descubrirlo- ha querido darles un signo tangible de su presencia discreta y premurosa dejando que se encontrase su imagen en un vertedero. En un lugar de desechos ha aparecido esta hermosa imagen de la Inmaculada. Ella, sin mancha inmune del pecado, ha querido hacerse cercana hasta el punto de ser confundida con los deshechos de la sociedad, de forma que de la suciedad de la basura ha surgido la pureza de la Santa Madre de Dios”.
Refiriéndose a la misión de la Iglesia en el mundo aseguró que “la Iglesia que nace de este mandato es una iglesia pobre que se apoya sólo sobre una fe genuina, sobre la inerme y desarmante potencia del Resucitado, capaz de aliviar los sufrimientos de la humanidad herida”. Francisco defendió que “por eso, los gobiernos y las instituciones seculares no tienen nada que temer de la acción evangelizadora de la Iglesia porque no tiene ninguna agenda política que sacar adelante, sino que sólo conoce la fuerza humilde de la gracia de Dios y de una palabra de misericordia y de verdad, capaz de promover el bien de todos”.
El encuentro, finalizado el discurso papal, parecía no querer acabarse y Bergoglio recibió y saludó uno a uno a todos los que se acercaron a él para expresarle su emoción y entregarle algún modesto regalo. ”Yo estoy con ustedes – recalcó- y de todo corazón les digo: Gracias, gracias por vuestro testimonio, gracias por vuestra vida gastada por el Evangelio”.
Mañana por la mañana Francisco va a reunirse con los líderes de las diversas comunidades cristianas y de las muy numerosas religiones presentes y activas en este remoto país asiático: budistas, musulmanes, judíos, evangélicos, chamanistas… Es uno de los momentos más históricos y significativos de esta visita a Mongolia, país ejemplar por su convivencia pacífica entre diversos credos religiosos.