La reciente visita del papa Francisco a Mongolia ha insuflado alegría y esperanza a todo un país y, especialmente, a la pequeña Iglesia de esta nación asiática. Una comunidad casi de primera generación, pues solo desde la ratificación de una nueva Constitución, en 1992, se establece la libertad religiosa, por la que los cristianos pueden expresar su fe. Entre sus miembros, los misioneros se han sentido muy interpelados por un Bergoglio que, siendo un joven jesuita, soñaba con entregarse a la misión en Japón.
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Entre ellos está la religiosa colombiana (también tiene la nacionalidad española) Esperanza Becerra, misionera de la Consolata que llegó al país en 2011. Desde hace cinco años encarna su misión en Chingiltei, un barrio en la periferia de la capital, Ulaan Baatar, donde ofrecen apoyo escolar para niños y niñas, aportando estudio, tareas y actividades extraescolares (juegos, pintura, clases de inglés, guitarra, danza…). Como explica a Vida Nueva, “la visita del Papa ha sido un regalo muy grande. Hemos visto su cercanía, su sencillez y su fraternidad con todos: con la gente, con el Gobierno, con los misioneros. Nos ha invitado a dar esperanza y a ser hermanos con el otro”.
Una Iglesia pequeña y nueva
Al ser “una Iglesia muy pequeña y muy nueva, impresiona que nos haya elegido para visitarnos. Nos ha animado con su presencia, demostrándonos que está con nosotros, en comunión, apoyando que sigamos por el camino por el que vamos: juntos, como Iglesia misionera, ayudando a este pueblo a encontrar a Jesús”.
Para Becerra, “también fue muy bonito que nos animara a dar testimonio de nuestra fe, orando y viviendo la comunión en nuestra pequeñez, desinteresadamente, sosteniendo a nuestro pueblo. Un pueblo que lleva apenas 30 años de desarrollo, en el que se está construyendo una nueva sociedad y donde se necesita que los valores del Evangelio lo nutran de un modo transversal”.
Así, el gran eco del viaje es que “el Papa nos ha invitado a toda la sociedad mongola a mirarnos los unos a los otros. Algo que se plasmó en la inauguración de la Casa de la Misericordia, donde todos estamos llamados a empeñarnos por la caridad, para que el otro esté bien. Es un signo muy bonito y, para mí, el gran fruto de este viaje. Ahora, el reto es para nosotros, sabiendo plasmar esta línea de sencillez y Evangelio”.
En la periferia
Sandra Garay, religiosa argentina, también es misionera de la Consolata. Lleva desde 2004 en Mongolia, trabajando con su comunidad en Arvaiheer, municipio de unos 30.000 habitantes en la región centro-oeste del país. Su parroquia, María Madre de Misericordia, “está en la periferia y contamos con una cincuentena de fieles bautizados, así como algunos simpatizantes. Tenemos obras sociales, como un jardín de infancia para niños de entre dos y cuatro años. Además, tenemos un espacio para que los niños, después del colegio, hagan sus tareas, jueguen y socialicen entre ellos. Después contamos con duchas públicas y un programa de costura para mujeres, especialmente madres”.
El sentido de su pastoral es claro: “Caminamos junto a la comunidad y animamos su vida de fe, trabajando mucho la formación, a través de catequesis, visitas a las familias y acompañamiento personal. Ante todo, se trata de estar con la gente”.
Garay cree que “la Iglesia ha recibido al Papa con mucho entusiasmo y alegría. Era casi como un sueño. Y ahora se ha hecho realidad… A nivel social, en general, todo el mundo le esperaba también con mucha simpatía y ganas de conocerlo. La expectativa por escucharle era enorme, incluso entre quienes no eran cristianos y ni siquiera creyentes. El Gobierno, consciente de que esta visita ha puesto al país en el centro de la atención mundial, también ha tenido una respuesta muy positiva”.
Diálogo interreligioso y ecuménico
De cara al diálogo interreligioso, “nos ha dejado muchos efectos positivos. Ha apostado por el encuentro y el respeto mutuo, llamando a buscar caminos para construir una sociedad mejor, estando la persona en el centro. Desearle el bien al otro y manifestarle tu cariño es algo muy bueno y que fortalece un camino que ya se había iniciado en Mongolia, donde habíamos tenido otros encuentros de tipo interreligioso”.
Lo mismo al nivel ecuménico, con otros cristianos, “aunque es cierto que este diálogo cuesta algo más con algunas confesiones del país. Pero diferentes líderes evangélicos se han acercado a encontrarse con el Papa y este ha sido un gran gesto. Con ellos trabajamos en proyectos relacionados con los textos bíblicos, pero ahora se abren nuevas posibilidades y sería bonito que pudiéramos colaborar en otros proyectos que ellos impulsan”. Y es que “ha sido muy positivo para toda la sociedad ver que todas las religiones se han juntado a hablar con respeto. Se ha hecho, sin tratar de eliminar las diferencias, buscando caminos en los que podemos colaborar juntos”.
El español Francisco José Olivera, sacerdote del Camino Neocatecumenal, incardinado en la diócesis japonesa de Osaka-Takamatsu, tras 16 años en el país nipón y otra experiencia misionera en China, lleva nueve años en Mongolia. Desempeña su misión ad gentes junto a una familia coreana y tres laicas (provenientes de Corea, Italia y España). Un trabajo coral “en el que no estamos en ninguna parroquia en concreto, sino que ayudamos en las comunidades que nos lo piden, ya sea con la catequesis o en aquello que convenga en ese momento”.
La pastoral de la conversación
En este sentido, buena parte de su pastoral se da “visitando casas, escuelas o lugares de trabajo, sin olvidar a los amigos que se hace en el autobús o paseando por la calle”. Así, la clave es “dar testimonio de nuestra fe”. Lo que casi siempre pasa “por conversaciones comiendo o dando un paseo por el campo. Son ocasiones en las que a veces se despierta interés en el otro y, sabiendo que somos misioneros, nos preguntan por nuestra creencia”.
Por su experiencia, Olivera percibe cómo “al pueblo mongol le gusta escuchar. Dar un paso más allá les cuesta mucho, pero te escuchan de verdad y están ansiosos por conocer cosas de la fe y de la Iglesia”. De ahí que estemos ante una misión “a fuego lento, en una cultura muy diferente a la nuestra y en la que nos acogen como a amigos”.
Ya con Bergoglio en Roma, Olivera agradece “el ánimo tan fuerte que nos ha dado a todos los cristianos para sentirnos misioneros. Lo somos todos los que hemos conocido la Palabra, que nos acompaña en nuestro día a día y también para hacer frente a algunos sufrimientos y esclavitudes. Ahora ellos deben llevar esa misma Palabra a otros. Y con la fuerza de saberse parte de algo tan grande como la Iglesia universal… Esto, en una comunidad local con apenas 1.500 bautizados, es esencial”.