Tenía 33 años y diez de sacerdocio cuando tuvo que asumir su diócesis natal, Punta Arenas, por el fallecimiento del obispo. Dos semanas después, el golpe militar en Chile lo puso frente a la Junta Militar Regional. Alejandro Goic Karmelic fue auxiliar de tres obispos en la arquidiócesis de Concepción, luego del obispo de Talca desde donde fue designado obispo de Osorno y, finalmente, trasladado a Rancagua. Presidió la Conferencia Episcopal de Chile en dos períodos. Con ocasión de conmemorarse 50 años del golpe cívico-militar del 11 de septiembre de 1973, el obispo emérito de Rancagua recuerda para Vida Nueva sus vivencias de la dictadura.
PREGUNTA.- ¿Cómo fue el golpe militar para la Iglesia de Punta Arenas?
RESPUESTA.- La Junta Regional de Gobierno informó que los únicos actos oficiales que se harían en esas fiestas serían una Misa presidida por el obispo para orar por los caídos de las fuerzas armadas y el tradicional ‘Te Deum’. Pedí una entrevista con la Junta en la que les expresé que, si ellos querían celebrar una misa por los caídos, tienen sus capellanes; pero si querían una misa presidida por mí, sería por los muertos del gobierno de la Unidad Popular y por los uniformados.
Uno de los generales me dijo: “Los muertos de la Unidad Popular bien muertos están”. Le contesté: “Entiendo que usted es católico. Eso no es pensamiento católico ni cristiano”. Respecto al ‘Te Deum’ les informé que haríamos un acto de oración por Chile, sin invitación oficial y que todos estarían invitados. Así terminó la reunión. Sentí la molestia de ellos. Hicieron un ‘Te Deum’ en un regimiento, presidido por un capellán. Yo presidí en la catedral la Oración por Chile y por todos los difuntos.
P.- Participó en la Plenaria de noviembre. ¿Cómo recibió el Episcopado el golpe?
R.- En esa Asamblea cada obispo compartió lo que sucedía en su diócesis. Me impresionó la crudeza y honestidad de cada uno para expresar la gravedad de lo que estaba ocurriendo. Había obispos que pedían en privado a la autoridad que no hubiera excesos; mientras otros decían que no se podían permitir los excesos, los abusos, las torturas, sin decirlo públicamente. En la siguiente Plenaria, percibí que algunos simpatizaban con el régimen porque consideraban que lo sucedido era la única solución. La mayoría de los obispos nunca quisieron aquello. La primera declaración del Episcopado a dos días del golpe fue muy clara: lamentaba la sangre que había enrojecido las calles del país, tanto de civiles como de militares.
P.- ¿Qué decían los obispos por ese entonces?
R.- En noviembre de 1969, los obispos difundieron un documento profético en el que insistían sobre la necesidad de llegar a acuerdos. Hablaba de la polarización en el país y de los trágicos efectos que tendría una solución violenta. Lamentablemente se hizo realidad. Muestra la virtud visionaria de esos obispos que advirtieron los graves hechos posteriores, mantuvieron esa posición de la Iglesia ante el golpe cuatro años más tarde, y luego se comprometieron en la defensa de los derechos de los perseguidos y de sus familias. Iniciaron programas de ayuda alimentaria, como ollas comunes, comedores, etc. Fue un hermoso y valioso testimonio evangélico, estando cerca de quienes sufrían sin importar si eran o no creyentes.
P.- ¿Dónde se pueden encontrar las raíces del golpe?
R.- Desde el gobierno de Eduardo Frei Montalva y luego en el de Allende, la Iglesia apoyó la mayor dignificación de los trabajadores. La reforma agraria empezó en tierras de dos obispados. Internacionalmente un nuevo gobierno marxista en el continente no era tolerado por Estados Unidos. Hizo mucho para desestabilizar el gobierno de Allende y ha quedado demostrado, por la desclasificación de documentos de ese gobierno, que la CIA ocupó un lugar significativo en la preparación del golpe militar.
Entre quienes participaron en el golpe, y luego en la dictadura, lamentablemente hubo gente católica. Para quienes creemos que el único valor absoluto es Jesús y su Reino, muchos de estos regímenes no son portadores de los valores del Reino: paz, justicia, verdad y dignificación de los más pobres. La Iglesia siempre levantó su voz, pero lamentablemente no logró evitar el golpe. Es un drama que hoy, a 50 años, continúe esta profunda división.