Más de 800 sacerdotes argentinos participaron del Encuentro Nacional que los congregó a través de la figura del Cura Brochero
Durante la semana pasada se realizó, en la provincia de Córdoba, el Encuentro Nacional de Sacerdotes, organizado por la Comisión Episcopal de Ministerios de la Conferencia Episcopal Argentina.
Más de 800 sacerdotes compartieron de estas jornadas, bajo un lema central: ‘Llevamos un tesoro en vasijas de barro’.
Dialogamos con el P. Luis Anaya, sacerdote de la arquidiócesis de Paraná y secretario ejecutivo del Secretariado de Formación Permanente de los Presbíteros, que conforma la Comisión Episcopal, para que nos comente el desarrollo del Encuentro y las implicancias de esta vocación en el país.
PREGUNTA.- Impresionante cantidad de sacerdotes en este Encuentro Nacional. Además de la figura del Cura Brochero, ¿qué factores influyen para semejante convocatoria?
RESPUESTA.- Los factores son siempre múltiples y cada uno ha tenido su razón particular, pero estimo que la razón de fondo es una gracia de Dios en el sentido de una necesidad de fraternidad, de este sentirnos parte de una barca, encontrarnos para compartir. Emerge de nuestro interior esta fuerza y presencia del Señor que nos invita a dejar de lado otras cosas, sobre todo en momentos tan difíciles para el país en su realidad social y económica, para elegir el poder estar juntos, compartir, fortalecernos mutuamente y seguir acompañando al pueblo de Dios que peregrina en la Argentina.
Los encuentros sacerdotales, a lo largo de toda su historia y con sus avatares, siempre ha sido un momento que quienes lo han vivido lo han apreciado como una bendición, un encuentro que nos hace bien, para agradecer y por lo tanto que suscita siempre en el corazón del que participa el deseo de volver.
P.- ¿Cuáles han sido las temáticas centrales? ¿Por qué la necesidad de plantearlas en este momento?
R.- El lema que nos motivó y que fue el eje central de toda la reflexión y del encontrarnos fue el pasaje de San Pablo: “Llevamos un tesoro en vasijas de barro” (2 Cor 4, 7). Este noveno encuentro sacerdotal manifiesta una continuidad con lo que el año pasado con los animadores de formación permanente donde el tema central fue la salud del sacerdote y del presbiterio. A partir de la pandemia, de modo particular, se visibilizó la fragilidad no solamente de la cultura, sino también de los presbiterios y de cada uno de los sacerdotes. Somos personas de este tiempo y de este lugar. Hemos hecho experiencia de un modo muy fuerte, especialmente por la pandemia, de nuestra fragilidad.
Poner de relieve estas dos realidades: somos vasijas de barro, frágiles, hoy día solemos decir vulnerables, pero que llevamos un tesoro. Se nos ha confiado un don preciosísimo, un tesoro, que es la presencia de Cristo y con Cristo de todo el misterio de Dios y de su infinito amor. Por lo tanto, cómo vivir serenamente y con alegría estos extremos. Cómo articular, cómo compaginar, cómo poder asumir esta realidad que implica obviamente cierta tensión en nosotros. Por eso, si bien el texto no se tomó explícitamente, expresa la continuidad, en tiempo de pandemia, con lo que dijo el papa Francisco en aquella solitaria, oscura y lluviosa, lluvioso atardecer en la Plaza de San Pedro (27 de marzo del 2020), que invocó la gracia de Dios para superar las consecuencias de la pandemia y poder hacer la experiencia de que Cristo está con nosotros y fortalecernos en la fe.
En aquella locución, Francisco mencionó el Evangelio de San Marcos, donde los discípulos están atravesando el mar de Galilea; se suscita una tormenta que pone en riesgo la estabilidad de la barca, la frágil barca en la cual van los discípulos y Jesús que está durmiendo en la popa en esa misma barca. Y el miedo que tienen los discípulos. Entonces, ¿por qué ahora? Precisamente porque es momento de reconocer quiénes somos, tomar conciencia de nuestra fragilidad, pero reconocer el don recibido y la invitación a la conversión y la fe para que prevalezca la presencia del tesoro y de la misión.
P.- Siempre en estos encuentros es importante el intercambio y la reflexión conjunta. ¿Cómo se vivieron estos momentos en el Encuentro?
R.- El Encuentro fue un espacio de intercambio y reflexión. Se vivió con mucho gozo, con una disposición excelente y serena del compartir. Solíamos decir que todo fluye perfectamente, nada necesita de un empujón ni de un esfuerzo particular, porque todo va bien, en un clima de compartir, de fraternidad y de profunda alegría.
Comenzamos el encuentro con un tiempo de oración. Se encaró el tema sobre la fragilidad, pero con la convicción de que el Señor es nuestra fortaleza, con una lectio divina sugerida por Damián Nannini, obispo de San Miguel, que culminó en una adoración y en una contemplación.
Algunas temáticas nos ayudaron precisamente a la reflexión del lema. El padre José María Vallarino, del arquidiócesis de Buenos Aires y director espiritual del seminario, nos habló de la vulnerabilidad y gracia de Dios como don que nos fortalece y nos impulsa a la misión. Día de oración, contemplación, de reflexión personal.
Otros de los temas de referencia fue la proximidad sacerdotal: todos estamos en una misma barca; somos parte de un cuerpo distribuido en distintos lugares del país. Sostenernos en la fragilidad, mutuamente. Una hermosa exposición presentada por Gabriel Mestre, el próximo arzobispo de la Plata,
Asimismo, Gustavo Carrara, obispo auxiliar y vicario general de la arquidiócesis de Buenos Aires, nos convocó a reflexionar sobre la parresía que significa la audacia que los cristianos y los sacerdotes de modo particular estamos llamados a asumir como desafío a estos momentos difíciles. Fundamentalmente, él insistió en algunas claves de la misión actual en la Iglesia, en el mundo y en la Argentina, que el Papa Francisco pone de relieve cuando habla del hospital de campaña, es decir, abrir el corazón para acoger al más vulnerable, al marginado, y dirigirnos a las periferias existenciales.
P.- Teniendo en cuenta la consigna de estas jornadas, cómo convive en ustedes el don del ministerio en un tiempo y en una sociedad tan convulsionada.
R.- Ciertamente es un desafío, es un desafío. La pandemia lo puso sobre la mesa, mostró con claridad y dramaticidad lo que está ocurriendo en el suelo profundo de nuestra vida cultural y en este planeta. Estamos viviendo un cambio cultural profundamente acelerado, y que reclama una respuesta adecuada. Es un desafío, pero también es una oportunidad. Un desafío con dos claves fundamentales: el discernimiento para poder asumir las actitudes pastorales más conducentes y poner luz allí donde hay oscuridad. Y la segunda clave es cuidarnos para cuidar: estamos todos en la misma barca, tenemos una misión común, y la clave es esa comunión y esa pertenencia común. Tengo que tomar conciencia que me debo cuidar para poder cuidar de un modo eficaz al pueblo de Dios que el Señor me confió.
P.- ¿Qué podemos esperar de los pastores en tiempo de sinodalidad?
R.- Vuelvo a la locución del Papa Francisco de marzo del 2020, vuelvo a aquello que ya hemos analizado, a partir de la dramaticidad de la pandemia. ¿Cuál es la invitación que hace Jesús cuando los discípulos llenos de miedo lo despiertan en la barca y le reprochan? Jesús replica que allí en esa queja y esa desesperación, se manifiesta la falta de fe y confianza en Dios, porque Jesús está allí. Lo que deberíamos esperar de nosotros mismos en este “cuidarnos para cuidar”; hacer un ejercicio profundo de ser hombres de fe y tener un vínculo de intimidad con el Señor vivo, y en esa confianza que da la intimidad con Jesús, en lugar de miedo tuviésemos una memoria agradecida.
Una memoria agradecida que significa recordar la presencia de Cristo entre nosotros, aún en tiempos oscuros. Y desde esta fortaleza, desde esta confianza en Dios y esta memoria agradecida, comunicar y compartir con el pueblo de Dios lo que significa la presencia de Jesús en medio nuestro. Todo esto, por lo tanto, profundamente dialogado y, compartido entre nosotros y con el pueblo de Dios. Esto significa la sinodalidad, un caminar juntos.