El nuevo Observador permanente en Ginebra recalca la dignidad de la persona en el último Consejo de Derechos Humanos
El nuevo Observador permanente de la Santa Sede ante la Oficina de las Naciones Unidas e Instituciones Especializadas en Ginebra, el arzobispo Ettore Balestrero, ha defendido ante el 54º periodo de sesiones del Consejo de Derechos Humanos, que el derecho al aborto no es un derecho humano sólo porque una mayoría de Estados lo afirme.
Balestrero reclamó, citando a Benedicto XVI, que la raíz de los derechos humanos está “en la dignidad común e inalienable de la persona humana” y que esta debe ser “una fuente de unidad, en lugar de ser presa del individualismo egoísta y de la división”. Por eso denunció las presiones “para reinterpretar los fundamentos” de la Declaración Universal de los Derechos Humanos “y socavar su unidad interna, con el fin de facilitar el alejamiento de la tutela de la dignidad humana en favor de la satisfacción de meros intereses, a menudo particulares”, según recogen los medios vaticanos.
En su debate de este 13 de septiembre, el arzobispo reclamó que “los derechos humanos no son simplemente un privilegio concedido a los individuos por consenso de la comunidad internacional” sino que representan “aquellos valores objetivos e intemporales que son esenciales para el desarrollo de la persona humana”. En este sentido, defendió que “incluso si una sociedad o la comunidad internacional se negaran a reconocer uno o más derechos incluidos en la Declaración, ello no disminuiría la validez de ese derecho, ni eximiría a nadie de respetarlo”. Y también extrapoló que los llamados “nuevos derechos” no adquieren legitimidad “sólo porque una mayoría de individuos o Estados los afirmen” como es el caso de las 73 millones de vidas humanas inocentes que se lleva el “supuesto ‘derecho al aborto’”.
Más allá de la defensa del no nacido, el observador puso su mirada en que “muchos de nuestros hermanos y hermanas sigan sufriendo guerras, conflictos, hambrunas, prejuicios y discriminaciones”, faltando un “espíritu de fraternidad” con el que la comunidad internacional “está inequívocamente comprometida” a pesar de que “quien es percibido como débil, pobre o carente de ‘valor’ según ciertas normas culturales es ignorado, marginado o incluso considerado una amenaza que hay que eliminar”. Por ello invitó a “adoptar una opción preferencial por los pobres y marginados, para defender sus derechos universales y permitirles prosperar y contribuir al bien común”, frente a la “cultura del descarte” como denuncia el papa Francisco.