El día que Alma Mahler vio a la Virgen

El día que Alma Mahler vio a la Virgen

No había una sola Alma, sino que en la vienesa más bella de principios del siglo pasado (eso decían muchos caballeros, mientras su hija Anna, cuando se quitaba la ropa, la veía como “un saco de patatas” deforme) cabían unas cuantas, aunque por encima de todas ellas, siempre, orbitara la viuda de Gustav Mahler, su primer esposo, con quien se casó cuando era una joven de poco más de 20 años y él, un músico de prestigio y renombre que le ganaba en edad, talento y trayectoria.



A su memoria se mantuvo fiel toda su vida. A su memoria; otra cosa eran los hombres a los que enloqueció, cautivó, besó (Klimt unió sus labios a los suyos cuando la jovencita tenía 16 años: sí, ella es la universal modelo del cuadro ‘El beso’), hechizó… Tres matrimonios e infinidad de amantes, de amores furtivos, de historias enredadas, de pasiones tan tóxicas, tan apabullantes como la que vivió con Oskar Kokoschka, a quien conoció tras fallecer el compositor. Él la quiere pintar y ella se aproxima al pintor, le seduce con la mirada, con su postura deliberadamente estudiada.

Su segundo marido fue el arquitecto Walter Gropius, enamorado ‘hasta las trancas’ de la aún esposa del compositor y director, enloquecido de un amor que confiesa a pie de balneario, mientras ella se repone de una de sus crisis. Cartas y más cartas cruzadas entre ambos. Visitas, encuentros y un matrimonio, por fin, que no dura mucho. Kokoschka seguía alerta, estaba ahí no estando, agazapado, con la carne intacta para saltar sobre la temperamental Alma Marie Margaretha. Deshecha esta segunda unión (que, a tenor de lo que cuenta la película, seguro que festejó la madre de él), ella decide apostar, a la vencida, por un escritor de cierto renombre (frente a sus más que consolidadas anteriores parejas): Franz Werfel, judío, cuya producción fue en parte pasto de las llamas. Su exacerbada y turbulenta vida se remansa al conocerle.

Testigos de la fe

Son tiempos convulsos. La guerra es una devastadora realidad y Adolf Hitler quiere dominar Europa. Y al resto del mundo si se deja. Los Werfel (aunque ella siempre será Mahler, hasta el fin de sus días), camino de Estados Unidos, deciden pasar por España y recalan en Lourdes (Francia). Allí son testigos de la fe de cientos, de miles de peregrinos que rezan con las manos unidas en busca de una paz que parece imposible.

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