El jesuita Alvar Sánchez, secretario general de Cáritas Marruecos, se encuentra estos días en la región marroquí del Alto Atlas, donde, hace dos semanas, un terremoto de 6,8 grados en la Escala de Richter que causó cerca de 3.000 muertos, la inmensa mayoría habitantes de pequeñas aldeas a los que sus casas de adobe y pizarra se les vinieron encima mientras dormían. En conversación con ‘Vida Nueva’, reconoce que “la respuesta de la sociedad civil no deja de sorprendernos: personas de toda condición, estudiantes, profesionales y familias, se desplazan a diario a la zona afectada para tratar de ofrecer una ayuda a quienes más lo necesitan”.
Gracias a esa ola solidaria, “en cada localidad se han levantado tiendas para acoger a quienes ya no tienen un techo. También se ha organizado un sistema de distribución para que los más vulnerables reciban un lote de alimentos sin tener que desplazarse a los puntos de distribución”.
Como apunta Sánchez, “en los pueblos del Alto Atlas las casas se han desmoronado. El deslizamiento de tierra ha barrido los bancales de cultivo. Es como si la gravedad, con toda su fuerza, se hubiese desplomado sobre cada palmo de tierra”.
En medio de tanto abatimiento, emerge la hospitalidad de un pueblo humilde y noble: “Las muestras de agradecimiento de quienes han perdido casi todo son delicadas, sencillas, discretas. Un anciano prepara el té, una mujer se acerca con unas nueces, dos jóvenes ofrecen una colchoneta sobre la que poder sentarse…”.
En un trabajo coordinado por Cáritas, la Iglesia local se vuelca en la medida de sus posibilidades “La parroquia de los Santos Mártires, en Marrakech, hace cuanto puede. Ayer salimos a diferentes valles nueve coches formando tres caravanas con víveres y artículos de primera necesidad. Y hoy hemos acogido en los locales de la Cáritas parroquial a representantes de diferentes ONGs que buscan coordinar sus intervenciones para ofrecer la mejor respuesta”.
Así, poco a poco y gracias al trabajo en red, con muchas manos comprometidas, emerge la esperanza en medio de tanto sufrimiento: “Numerosas organizaciones nos hacen llegar su apoyo. También, muchas comunidades rezan con nosotros. En este sentido, algunas muestras de cercanía nos conmueven, como las palabras de comunión de los compañeros del Servicio Jesuita a Refugiados en Alepo, la región siria devastada por la guerra en la que los terremotos dejaron cientos de muertos hace apenas medio año”.
Como concluye Sánchez, dos semanas después, frente a la lógica del mundo actual, en la que la atención por las desgracias ajenas solo dura un suspiro, hay que seguir volcándose con el ejemplar pueblo marroquí: “Las personas y comunidades afectadas por el seísmo permanecen en pie dispuestas a superar la adversidad. A veces, uno no puede evitar preguntase qué sostiene su esperanza en medio de los escombros y ante la muerte de sus seres queridos. ‘Alhamdolilah’, responden, al descubrir tu pregunta en la mirada, como queriéndote recordar que la vida es un regalo y que ahí siguen; con dolor, pero en pie, dispuestos a seguirla agradeciendo”.