“No nos acostumbremos a considerar los naufragios como noticias y a los muertos como cifras; no, son nombres y apellidos, son rostros e historias, son vidas rotas y sueños destrozados”. Con estas palabras ha comenzado el papa Francisco su discurso frente al memorial dedicado a los marineros y migrantes desaparecidos en el mar, donde ha rezado esta tarde, durante su viaje a Marsella, junto a otros líderes religiosos.
- PODCAST: Sinodalidad, ecumenismo y nuevo prior en Taizé
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Reunidos en memoria de “quienes no sobrevivieron o no fueron salvados”, el Pontífice ha recordado a los “numerosos hermanos y hermanas ahogados en el miedo, junto con las esperanzas que llevaban en el corazón. Frente a semejante drama no sirven las palabras, sino los hechos. Pero antes, hace falta humanidad: silencio, llanto, compasión y oración. Dejémonos conmover por sus tragedias”, ha señalado pidiendo un momento de silencio.
Como ha destacado Jorge Mario Bergoglio, “demasiadas personas, huyendo de los conflictos, la pobreza y las catástrofes naturales, encuentran entre las olas del Mediterráneo el rechazo definitivo a su búsqueda de un futuro mejor. Y así este espléndido mar se ha convertido en un enorme cementerio, donde muchos hermanos y hermanas se ven privados incluso del derecho de tener una sepultura, pero la única a ser sepultada es la dignidad humana”.
Una vez más, el Papa se ha referido al libro ‘Hermanito’, en el que Ibrahima Balde relata su viaje desde Guinea hasta Europa. Tras citarlo, ha insistido en la encrucijada de civilización en la que nos encontramos: “Por una parte, la fraternidad, que fecunda de bien la comunidad humana; por otra, la indiferencia, que ensangrienta el Mediterráneo”.
Francisco ha recordado a Europa, cuando vuelven a escucharse voces que piden un bloqueo naval en el Mediterráneo, que “no podemos resignarnos a ver seres humanos tratados como mercancía de cambio, aprisionados y torturados de manera atroz; no podemos seguir presenciando los dramas de los naufragios, provocados por contrabandos repugnantes y por el fanatismo de la indiferencia”.
“Deben ser socorridas las personas que, al ser abandonadas sobre las olas, corren el riesgo de ahogarse. Es un deber de humanidad, es un deber de civilización”, ha recalcado al tiempo que ha agradecido a las ONG de rescate su misión: “Me da gusto a ver a muchos de ustedes que salvan a la gente del mar y sé que a muchos les impiden hacerlo por problemas burocráticos”.
“Los creyentes debemos ser ejemplares en la acogida”
Dirigiéndose directamente a los líderes religiosos, ha indicado que “el cielo nos bendecirá si en la tierra y en el mar sabremos cuidar de los más débiles, si sabremos superar la parálisis del miedo y el desinterés que condena a muerte con guantes de seda”. “En esto, nosotros, los representantes de las distintas religiones, estamos llamados a dar ejemplo”, pues “en las raíces de los tres monoteísmos mediterráneos está la hospitalidad, el amor por el extranjero en nombre de Dios”.
Por eso, “nosotros los creyentes debemos ser ejemplares en la acogida recíproca y fraterna”. En este sentido, les ha pedido que “la larva del extremismo y la peste ideológica del fundamentalismo” no entren en la vida de las comunidades religiosas.
Francisco también ha puesto en valor el Marseille-Espérance, organismo de diálogo interreligioso que promueve la fraternidad y la convivencia pacífica en una Marsella caracterizada por un variado pluralismo religioso. “Les agradezco a todos ustedes que se ponen en el camino del encuentro: gracias por su compromiso solidario y concreto en favor de la promoción humana y de la integración. Ustedes son la Marsella del futuro. Sigan adelante sin desanimarse, para que esta ciudad sea para Francia, para Europa y para el mundo un mosaico de esperanza”, ha subrayado para luego concluir: “No hagamos naufragar la esperanza”.