No siendo una visita de Estado a la República Francesa, el programa papal no preveía ninguna ceremonia protocolaria con las más altas autoridades de la nación y el cuerpo diplomático. Así, Francisco ha podido dirigirse desde el aeropuerto a la Basílica de Notre Dame de la Garde, el imponente templo que domina desde la altura la ciudad y el Mar Mediterráneo. El Papa, en su habitual coche utilitario, ha recorrido algunas de las calles que rodean el cuerpo viejo y a las 17:30 horas hacía entrada en el santuario mariano cuyos muros están repletos de exvotos.
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Le saludó el cardenal Aveline, que en sus palabras recordó las visitas que hicieron a la Virgen –que los marselleses llaman ‘La Madre Buena’– santa Teresita de Jesús, Carlos de Foucould y Juan Pablo II antes de ser elegido Papa. El arzobispo le entregó una caja en forma de corazón como expresión del afecto de todos los habitantes de la ciudad, creyentes y no creyentes, al Pontífice argentino.
Bergoglio, emocionado por el gesto, respondió con un breve discurso cuyos ejes fueron tres palabras: proximidad, compasión y ternura, que resumen –dijo– “la actitud de Dios hacia la humanidad y la que cada uno de nosotros debe tener respecto a los hermanos y hermanas”.
Las religiones, escuelas de acogida
Finalizada la ceremonia, Francisco se dirigió al exterior de la Basílica, situándose junto a una estela que conmemora a los marinos muertos en el mar y a los miles de náufragos que han fenecido en en el que definió como “cruel cementerio marítimo”. En un estrado que tenía de fondo una espectacular vista del mar, le acompañaban todos los líderes de las religiones que conviven en Marsella y el alcalde Benoît Payan.
Después de unos minutos de silencio, el Papa recordó el ejemplo de Abraham, que tuvo que emigrar de su tierra y recalcó que las tres religiones monoteístas que existen en los países mediterráneos tenían que ser ejemplares en su ayuda y solidaridad, como dice la Biblia, “a los huérfanos, viudas y extranjeros”. Además, alertó del virus del extremismo que envenena la política y, sin citarla expresamente, pidió a la Unión Europea que “cese de tener miedo a la emigración”.
Son ideas que sin duda desarrollará más ampliamente mañana en su intervención de clausura de los Encuentros Mediterráneos. En ellos han participado un centenar de jóvenes de los países que se asoman al Mare Nostrum y 70 obispos, entre los que se encuentra el cardenal Omella, presidente de la Conferencia Episcopal Española.