El Papa preside en el velódromo de la ciudad francesa una multitudinaria eucaristía en la que alerta al viejo continente de la posibilidad de “enfermar de cinismo” frente al “grito de los pobres”
El Papa tiene un plan para el viejo continente, tanto para sus ciudadanos como las autoridades, tanto para los católicos como para los no creyentes: “Hoy nuestra vida, la vida de la Iglesia, Francia, Europa necesitan la gracia de un salto, de un nuevo salto de fe, de caridad y de esperanza”. Fue el deseo que lanzó Francisco hoy durante su homilía en la multitudinaria misa celebrada en el velódromo de Marsella, con la que cierra su viaje de 30 horas a la ciudad gala para clausurar los Encuentros Mediterráneos.
Ante un estadio repleto de fieles, entre los que se encontraba el presidente de la república, Emmanuel Macron, Francisco subrayó que “necesitamos recuperar la pasión y el entusiasmo, redescubrir el gusto del compromiso por la fraternidad, de seguir corriendo el riesgo del amor en las familias y hacia los más débiles, y de reencontrar en el Evangelio una gracia que transforma y embellece la vida”.
Partiendo del Evangelio que relata la visita de María a su prima Isabel, ambas embarazadas y cómo Jesús saltó en el vientre de su Madre, Jorge Mario Bergoglio explicó que “Dios es precisamente as; nos incomoda, nos pone en movimiento, nos hace ‘saltar’”.
Francisco se embarcó en analizar el corazón de los presentes, pero también de Europa. “La experiencia de la fe, además de un salto ante la vida, genera también un salto ante el prójimo”, expuso. Para el pontífice, “es lo contrario de un corazón aburrido, frío, acomodado a una vida tranquila, que se blinda en la indiferencia y se vuelve impermeable, que se endurece, insensible a todo y a todos, aun al trágico descarte de la vida humana, que hoy es rechazada en tantas personas que emigran, así como en tantos niños no nacidos y en tantos ancianos abandonados”.
A continuación, el Papa alertó de que “todo esto nos podemos enfermar en nuestra sociedad europea: el cinismo, el desencanto, la resignación, la incertidumbre, un sentido general de tristeza”.
A partir de ahí, instó a los miles de católicos presentes a “ser cristianos que encuentran a Dios con la oración y a los hermanos con el amor; cristianos que saltan, vibran, acogen el fuego del Espíritu para después dejarse arder por las preguntas de hoy, por los desafíos del Mediterráneo, por el grito de los pobres, por las ‘santas utopías’ de fraternidad y de paz que esperan ser realizadas”.
Reflexionando sobre el episodio relatado por Lucas, Jorge Mario Bergoglio se detuvo en cómo el embarazo de ambas es reflejo de la confianza en el Señor, de un “salto de fe” que dio tanto una anciana estéril como una joven que concibió por obra y gracia del Espíritu Santo. “Esta es la obra de Dios en nuestra vida: hace posible aun aquello que parece imposible, engendra vida incluso en la esterilidad”, subrayó.
A partir de ahí, el Papa interpeló a su auditorio: “¿Creemos que Dios está obrando en nuestra vida? ¿Creemos que el Señor, de manera escondida y a menudo imprevisible, actúa en la historia, realiza maravillas y está obrando también en nuestras sociedades marcadas por el secularismo mundano y por una cierta indiferencia religiosa?”.
“La experiencia de la fe genera sobre todo un salto ante la vida”, respondió el Papa. Y una vez más, concretó cómo debe traducirse este salto para el creyente de hoy: “Nuestras ciudades metropolitanas y los numerosos países europeos como Francia, donde conviven culturas y religiones diferentes, son en este sentido un gran desafío contra las exasperaciones del individualismo, contra los egoísmos y las cerrazones que producen soledades y sufrimientos”.
Y dirigiéndose especialmente a los ciudadanos galos que llenaban el velódromo les puso como ejemplo a san Vicente de Paúl “y otros en tantos ‘saltos’ de Francia, en una historia rica de santidad, de cultura, de artistas y de pensadores, que apasionaron a tantas generaciones”.