“Dios paga a todos con la misma moneda”. Francisco ha reflexionado en el ángelus de este domingo sobre el evangelio del día, en el que Jesús presenta, como ha dicho el Papa, “una parábola sorprendente: el dueño de un viñedo sale desde la madrugada hasta la tarde a llamar a algunos trabajadores pero, al final, paga a todos lo mismo, incluso a los que sólo han trabajado durante una hora”.
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“Parecería una injusticia”, ha reconocido el Papa, “pero la parábola no debe leerse a través de criterios salariales; más bien quiere mostrarnos el criterio de Dios, que no calcula nuestros méritos, sino que nos ama como a hijos”.
Francisco ha señalado dos “acciones divinas” que surgen de la historia: “Primero, Dios sale a todas horas para llamarnos; en segundo lugar, les paga a todos con la misma moneda. “Primero que nada, Dios es quien sale a todas horas a llamarnos”, ha explicado, con lo que “entendemos que en la parábola los trabajadores no son sólo los hombres, sino sobre todo Dios, que sale siempre, sin cansarse, durante todo el día”.
Relación “mercantil” con Dios
“Así es Dios”, ha afirmado Francisco, “no espera a que nuestros esfuerzos lleguen hasta nosotros, no nos hace un examen para evaluar nuestros méritos antes de buscarnos, no desiste si tardamos en responderle. Al contrario, Él mismo tomó la iniciativa y en Jesús “salió” hacia nosotros, para mostrarnos su amor. Para su corazón nunca es tarde, Él nos busca y siempre nos espera”.
“Precisamente por ser tan generoso de corazón, Dios”, ha continuado el Papa, señalando así esa segunda acción, “paga a todos con la misma ‘moneda’, que es su amor”. “He aquí el sentido último de la parábola: los trabajadores de la última hora cobran como los primeros porque, en realidad, la justicia de Dios es superior”. Y es que, si bien “la justicia humana dice ‘dar a cada uno lo que merece'”, la justicia de Dios “no mide el amor en la balanza de nuestros retornos, nuestras actuaciones o nuestros fracasos: Dios simplemente nos ama, nos ama porque somos niños, y lo hace con amor incondicional y libre”.
De esta manera, el Papa ha advertido que “a veces corremos el riesgo de tener una relación ‘mercantil’ con Dios, centrándonos más en nuestra habilidad que en la generosidad de su gracia”. “A veces incluso como Iglesia, en lugar de salir a cada hora del día y abrir los brazos a todos, podemos sentirnos los primeros de la clase, juzgando a los demás como distantes, sin pensar que Dios también los ama con el mismo amor que tiene por nosotros”, ha aseverado.
Jornada Mundial del Migrante y Refugiado
Después del rezo del ángelus, Francisco ha recordado que este domingo la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado ‘Libres de elegir si emigrar o quedarse’ para “recordar que el derecho de emigrar debería ser una opción libre, nunca la única posible”. “El derecho de emigrar se ha convertido hoy en una obligación, mientras debería existir un derecho a no emigrar para quedarse en la propia tierra”, ha aseverado el Papa. “Es necesario que a cada hombre y mujer se le garantice la posibilidad de vivir una vida digna en la sociedad en la que se encuentra”.
“Lamentablemente, miseria, guerras y crisis climáticas obligan a tantas personas a huir”, ha continuado. “Por eso, estamos todos llamados a crear a comunidades listas para acoger, promover, acompañar e integrar a quienes llaman a nuestras puertas”. “Estos desafíos”, ha subrayado, “han sido el centro de los encuentros mediterráneos de los últimos días en Marsella, en cuya sesión conclusiva participé ayer, dirigiéndome a esta ciudad, encrucijada de pueblos y culturas”.