Días atrás, se conoció un importante proyecto de la Conferencia Episcopal de Filipinas, que ha creado una comisión específica para analizar si es viable o no la creación de una “prelatura pastoral” para ofrecer atención pastoral a los más de 13 millones de filipinos (el 10% de la población) que permanecen repartidos por numerosos países de todo el mundo.
Una inquietud que viene de lejos y que, después de tres años de trabajo, refleja cómo la Iglesia local busca poder acompañar pastoralmente a sus hijos en la diáspora. Un proyecto que, de salir adelante, debería contar con el respaldo de la Santa Sede, pues toda prelatura de este tipo debe ser aprobada por el Papa.
Algo que no parece tan factible, pues, aunque las prelaturas son una posibilidad existente en la Iglesia desde el Concilio Vaticano II, hasta ahora la única existente, desde que así lo quisiera Juan Pablo II cuatro décadas atrás, era el Opus Dei… Y, precisamente en estos meses, por expreso deseo de Francisco, está cambiando su identidad jurídica para pasar a depender sus cuestiones internas de la Congregación para el Clero.
El claretiano español Ángel Calvo, que, tras pasar 51 años como misionero en Filipinas (primero en Basilan y luego en Zamboanga, en la isla de Mindanao), regresó meses atrás a nuestro país, tiene una completa perspectiva, conociendo de primera mano la realidad de los filipinos que tenían a familiares repartidos por todo el mundo y la que los que están lejos de su hogar. Cuestionado por ‘Vida Nueva’, reconoce que, más que una prelatura personal, hay que centrar la mirada “en cuidar bien a los emigrantes” allí donde estén, siendo el reto de cada Iglesia local “encarnar la maravillosa pastoral del Evangelio emprendida por el papa Francisco”.
Para ello, “los sacerdotes y hermanos de cualquier orden han de estrechar su contacto con esos filipinos, pues son dignos de atención”. También, a modo de ejemplo, “los 500.000 que trabajan en barcos” por los mares y océanos de todo el planeta y que muchas veces padecen unas condiciones laborales indignas.
Por su parte, la religiosa española Ana Palma, de la Comunidad Misionera Servidores del Evangelio de la Misericordia, que lleva ocho años en Filipinas, valora la iniciativa como muy positiva, “sobre todo para los que viven en países musulmanes, que sufren muchas veces por no poder ir a la iglesia o tener un acompañamiento en la fe. Rezan el rosario, a veces, en sus pequeños cuartos y con otros filipinos. También, muchos de ellos sufren abusos laborales, o incluso sexuales, sobre todo las mujeres, y hay pocas personas a las que puedan acudir”.
De ahí que entienda que una prelatura personal “facilitaría la labor pastoral al poder contar con algún tipo de reconocimiento jurídico eclesiástico para poder acompañar desde Filipinas a estas personas. Y, sobre todo, que se sientan parte de una zona pastoral o comunidad determinada. Aunque ya desde la Comisión Episcopal para los Migrantes se hace una labor muy buena”.
En definitiva, para Palma “sería muy bueno poder contar con un equipo pastoral conformado por obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos para acompañar de cerca a estos filipinos. Eso sí, se tendrían que formar de un modo específico para esta pastoral”.