El padre Alexis Leproux conoce bien el Mediterráneo. El vicario episcopal para las Relaciones Mediterráneas de la Archidiócesis de Marsella es natural de Niza, vivió en Roma y Jerusalén, y viajó por todos los países de la región, desde Marruecos hasta el Líbano. Desde hace tres años, este sacerdote de poco más de 50 años se implica en el desarrollo de una “conciencia mediterránea, alternativa a las conciencias nacionales y continentales”, convencido de que los países situados a orillas de este mar “pueden y deben convertirse juntos en una matriz de paz”, explica a Vida Nueva.



Para esta edición de los ‘Encuentros del Mediterráneo’ celebrada en Marsella, ha querido innovar reuniendo a 70 jóvenes procedentes de 25 países, de diferentes orígenes y religiones, para hacerlos dialogar con los obispos de la región, con el fin de conocerse y reflexionar sobre soluciones concretas para el futuro, en un territorio marcado aún por dificultades de circulación y situaciones de conflicto. Con un gran desafío ante sí: la tragedia de los naufragios de migrantes, que con demasiada frecuencia transforman el mar Mediterráneo en un “cementerio” –en palabras del papa Francisco– y al que hasta ahora no se ha dado una respuesta común.

“Al venir a Marsella para clausurar este evento, el papa Francisco ha demostrado la inmensa confianza que tiene en este proceso –afirma el sacerdote–. También quiere subrayar que Marsella es una ciudad mensaje, un laboratorio para realizar este proyecto de paz. Quiere animar a la Iglesia y a la sociedad a continuar esta obra de reconciliación”.

Fe más popular

Marsella encarna en Francia ese crisol de culturas emblemático de la cuenca mediterránea. Árabes, italianos, franceses que regresaron del Magreb después de las independencias de los países de la otra orilla… todos conviven en esta ciudad mestiza, en un ambiente alegre y colorido, no exento de asperezas, con dificultades de convivencia entre comunidades, un alto índice de desempleo y el problema de las drogas. Orientada al mar, Marsella representa también, dentro de la Iglesia francesa, una fe más popular y diversa que en el resto del país, el polo opuesto de un catolicismo parisino mucho más homogéneo y burgués.

Y esto, sin duda, gustó al Papa, ardiente defensor de las “periferias”, que finalmente se dejó convencer por el cardenal Jean-Marc Aveline. Con los años, el arzobispo de Marsella se ha convertido en el francés en el que Francisco deposita su confianza y en el más “bergogliano” de los prelados galos: él mismo proviene de una historia de inmigración y es originario de los barrios obreros de Marsella. Durante la breve estancia del Papa en la ciudad, la amistad entre ambos se hizo bien evidente a la vista de todos.

A pesar de haber subrayado en varias ocasiones que iba a Marsella y no a Francia, Francisco ha superado con éxito el desafío de su encuentro con los católicos franceses. La misa en el estadio Vélodrome, lugar emblemático de Marsella –ciudad en la que el fútbol ocupa un lugar muy especial–, fue un momento de “alegría y comunión”, subraya Guillaume Genet (30 años), miembro del equipo organizador del Congrès Mission, un evento que tiene lugar en varias ciudades del país y que se incorporó este año al programa de los ‘Encuentros del Mediterráneo’, cuyo objetivo es “descubrir y dar a conocer las iniciativas misioneras locales”.

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