En Marsella, Francisco tocó muchos corazones de personas que, de diferentes rincones del Mediterráneo, acudieron a su encuentro. Uno de ellos fue el del granadino José María Cantal Rivas, de la Sociedad de Misioneros de África (padres blancos), que lleva en Argelia 20 años y, como rector del Santuario de Nuestra Señora de África en Argel, estaba convocado en la ciudad gala para, además del encuentro con el Papa, participar en una reunión de rectores de santuarios marianos del Mediterráneo.
Valorando los distintos discursos papales, ve “muy importante lo que ha dicho sobre la acogida a los migrantes”. Y “ha ido mucho más allá, pues ha enfatizado el deber legal de la solidaridad y que no se puede detener a la gente que está ayudando en el mar a estas personas”.
Otro elemento que destaca es “la apuesta papal por la colaboración entre las Iglesias, proponiendo incluso la creación de una Conferencia Episcopal del Mediterráneo, que sería algo muy interesante, pues sabemos que Francisco concede mucha importancia a una especie de Magisterio regional, siendo en él muy habitual que cite las reflexiones de las conferencias episcopales de todo el mundo”.
Estos días en Marsella han supuesto un chute de ilusión para el misionero español: “Yo, que vivo en Argelia, un país en el que los cristianos somos una clara minoría, en torno al 0,001% de la población, he sentido mucha alegría al ver un estadio lleno de personas con las que comparto mi fe y que aquí la pueden vivir abiertamente, sin ningún tipo de restricción”.
Eso sí, su vivencia tiene un lado muy positivo, y es que permite más fácilmente encarnar el Evangelio de tú a tú: “Nos conocemos todos y nos unen la cercanía y el compromiso, volcándonos los pocos que somos en la pastoral. En Argelia cuentan las opiniones de todos, con total naturalidad, lo que ya es de por sí un proceso de sinodalidad en el que nosotros, de algún modo, vamos por delante”.
Además, considera que es más fácil comprender el mensaje de Jesús: “En el Evangelio, Él, cuando nos habla de su comunidad, no se refiere a grandes muchedumbres, sino que nos pide ser luz y sal. Y esta, para que los alimentos sean comestibles, debe darse en una pequeña medida… Nosotros somos eso: la sal que está donde se cuecen las habas y no se queda en el tarro para no convertirse en masa. Los cristianos, por pocos que seamos, tenemos que darle gusto a un mundo muy insípido y soso”.