Luis Fernando Rodríguez apenas lleva nueve meses pastoreando la Arquidiócesis de Cali, en relevo de Darío Monsalve. Esta jurisdicción eclesial con 113 años de historia cuenta con más de tres millones de habitantes, de los que más de 2,7 se declaran católicos. 260 sacerdotes, distribuidos en 185 parroquias, prestan sus servicios pastorales en lo social y educativo.
Allí la Iglesia regenta 29 colegios con más de 31.000 estudiantes de básica y bachillerato y cuentan con una fundación universitaria con 3.000 alumnos. El obispo paisa de 63 años asume las riendas de la segunda arquidiócesis más importante del país, después de Bogotá, puesto que es el epicentro de la economía del pacífico colombiano. Rodríguez, con nueve años de obispo auxiliar y después como arzobispo coadjutor, conoce al dedillo la realidad.
PREGUNTA.- En diciembre hará un año como arzobispo, ¿cómo han sido estos primeros meses?
RESPUESTA.- Habiendo tenido un conocimiento general, y de algunos ambientes complejos de la arquidiócesis, entendí que la decisión del Santo Padre pudo haber tenido como motivación también el que la transición fuera serena y sin traumatismos, como efectivamente fue, y las acciones para quien llegaba a Cali, no implicaran un aprendizaje que requiriera mucho tiempo. No me corresponde a mí calificar mi gestión, pero lo que sí puedo decir es que me he sentido muy bien acogido por el clero, los religiosos, las religiosas, los laicos y la ciudadanía en general.
En estos primeros meses he tenido encuentros con empresarios, gremios empresariales, los líderes políticos de todos los partidos existentes en nuestro país, de las bancadas parlamentarias del Valle del Cauca, con rectores de universidades privadas y oficiales, así como con los líderes y miembros de movimientos apostólicos de los distintos carismas presentes en la arquidiócesis. Han sido momentos de gracia, donde todos han podido dar respuesta a una pregunta común que les hice: ¿qué esperan ustedes del nuevo arzobispo y de la arquidiócesis? Estos meses los he dedicado a la escucha y a ir dando pasos en asuntos que han ido surgiendo con cierta premura, especialmente en el ámbito administrativo. Me he sentido muy bien, contento, como en casa.
P.- Cali fue uno de los bastiones de las protestas sociales en 2021, ¿cuánto ha cambiado la situación desde entonces?
R.- Es cierto. Cali fue en ese momento un eje regional donde se concentraron todas las manifestaciones del malestar y dolor de tantas comunidades, de todas las edades. Destaco el acercamiento interesante entre contrarios, jóvenes de primera línea con las autoridades del Estado, indígenas de las mingas, con líderes sociales de clases que consideraban opositoras. La Arquidiócesis hizo un gran esfuerzo por establecer puentes, tarea que el papa Francisco también nos ha pedido, y no desfallecer en los diálogos y en los medios que tiene la Iglesia para posibilitar el encuentro entre quienes piensan y actúan distinto.
Pero si en estos puntos ha habido avances, no puedo negar que buena parte de las causas que llevaron al ‘estallido social’ siguen vigentes. El desempleo juvenil, de todos los géneros y edades es grande; hay hambre; crece el número de habitantes de calle; es rampante el flagelo del microtráfico y uso de drogas alucinógenas; el acceso a algunos de los bienes esenciales es escaso para muchos; crece no solo la percepción, sino también la realidad de la violencia; la corrupción en muchos campos de acción se siente y es algo que preocupa mucho. También la polarización es mayor…
P.- El Valle del Cauca y todo el Pacífico sigue afectado por la violencia, ¿están muy lejos la paz y la reconciliación?
R.- El tema no es fácil. En el departamento del Valle del Cauca, del cual soy arzobispo, la problemática es dolorosa. Además de lo mencionado, hay otras causas latentes como pueden ser el surgimiento de nuevos grupos armados ilegales y de disidencias, sin olvidar que existe un factor social que está en la base de la violencia: la descomposición de las familias provocada por la vulneración de los derechos que se viven a diario. Buenaventura sigue sumida en medio del conflicto entre bandas, y una pobreza creciente en medio de la riqueza de unos pocos; ciudades intermedias como Palmira, Tuluá, Cartago, padecen también el incremento de muertes selectivas, unido a los desplazamientos de personas y el aumento de la pobreza.
Sinceramente creo que la reconciliación y la paz en nuestro territorio están muy lejos, aunque se han dado pasos que muestran que la reconciliación pueda ser efectiva. Es que muchos piensan que la reconciliación lleva consigo el olvido, y esto es un error. Yo me puedo y debo reconciliar primero conmigo mismo y luego con quien me ha ofendido, aunque recuerde ese hecho, pero para no volverlo a repetir. Los pasos dados en la búsqueda de la verdad serán muy importantes para alcanzar las metas de la paz y la reconciliación. Pero hay que darle tiempo al tiempo”.