Entrevistas

Julia Lescano: “Ya no miramos hacia adentro, nos desconectamos de nosotros mismos y nos perdemos”

  • Para la autora de ‘Vida escaparate’, “cuando esto sucede, perdemos nuestra energía vital, el sentido de la vida”, y buscamos este en “el móvil”
  • Viviendo “en la sociedad de la pantalla, donde todo es superficial”, es probable que “ahora nos toque anteponer humanidad a digitalización”





“Cuando uno no tiene raíces, cree cualquier cosa”. “El mundo se está convirtiendo en una caverna igual que la de Platón: todos mirando imágenes y creyendo que son realidad”. Estas dos citas de Peter Lindbergh y José Saramago, respectivamente, recogen el SOS que Julia Lescano lanza al mundo desde su libro ‘Vida Escaparate’ (Almuzara). De él conversamos con su autora, emergiendo al momento la gran pregunta que, a modo de trueno, nos deja el subtítulo: ‘¿Vivir para ser visto o ser visto para vivir?’.

Un gran peligro

PREGUNTA.- ¿Cómo surgió en ti ya idea (aparentemente, una necesidad) de escribir este libro en el que lanzas un SOS a la humanidad sobre un gran peligro que nos acecha?

RESPUESTA.- Algunas personas tenemos el “don” de vislumbrar los acontecimientos antes de que ocurran, o en realidad los notamos cuando se van gestando y comienzan a ocurrir. Probablemente, el hecho de verlos anticipadamente se deba a estar lo suficientemente atentos y presentes como para darnos cuenta de que algunas cosas comienzan a cambiar y que, conforme pasa el tiempo, esas nuevas conductas se sostienen y se convierten primero en “nuevas normalidades” y luego en tendencias.

Lo que ocurre también es que, al tener una mirada crítica entrenada, lo que todo el mundo suele comprar y consumir sin chistar, algunos nos resistimos a hacerlo. Digamos que, aunque la mayoría se suba a la montaña rusa, si nos parece que es peligrosa y que se puede estrellar, algunos elegimos no subirnos o al menos desconfiar.

Algo de todo esto comenzó a suceder hace ya cinco o seis años, cuando noté que personas que hacía mucho tiempo que no se veían, se encontraban y sabían todo el uno del otro e incluso de sus familias. Y me pregunté: ¿cómo es que lo saben? E inmediatamente me di cuenta de que era debido a que publicaban y compartían toda su vida privada en las redes sociales.

Luego, como arquitecta noté que las ciudades comenzaron a poblarse de casas construidas en vidrio y acero que se parecían más a escaparates que a hogares, y más aún, que las ciudades comenzaban a poblarse de rascacielos de vidrio y a perder identidad, siendo todas muy similares. En ese momento pensé: esto ya es un estilo de vida. Y de ahí nació ‘Vida escaparate’, donde la gran pregunta frente al creciente deseo de exponerlo todo es: ‘¿Vivir para ser visto o ser visto para vivir?’.

P.- Tu libro hace un recorrido histórico en el que muestras cómo vamos renunciando a nuestra propia identidad (nuestro yo auténtico) por exponernos en las redes sociales y mostrar a los demás una imagen desfigurada de nuestra esencia… ¿En qué momento se dio el paso definitivo en ese proceso de desnaturalización?

R.- Bueno, creo que para que esto ocurra sucedieron varias cosas en simultáneo. Por un lado, los medios se han encargado de hacernos creer que todo lo que viene de afuera es mejor que lo que viene de adentro. Han manipulado nuestra mirada para que solo miremos imágenes, para que creamos que todo lo de los demás es mejor y para que compremos todos los productos que nos ofrecen para vernos mejor.

El problema es que, de tanto mirar hacia afuera, ya no miramos hacia adentro, nos desconectamos de nosotros mismos y nos perdemos. Cuando esto sucede, perdemos nuestra energía vital, el sentido de la vida, y estamos obligados a depender de algo que nos mantenga vivos, como son en este caso las redes sociales, el móvil, las apps, etc. Deberíamos de ser conscientes que nada que nos genere adicción y dependencia puede ser bueno para nuestra salud física, mental y emocional.

Por otro lado, debemos hacer todo rápido, subirnos a cada tren que pasa, tomar el café caminando en lugar de sentados y pagar las cuentas desde el móvil mientras esperamos que nos atienda el médico.

En definitiva, no hay tiempo ni deseo de mirar hacia dentro, ya que la mayoría probablemente se pregunte: ¿por qué hacerlo si nadie lo hace? Además, pensarán: ¿qué voy a encontrar: cosas por resolver, trabajo por hacer? Y se responderán: mejor copio el pensamiento de otro y me ahorro tiempo y un par de disgustos. Vivimos en la sociedad de la pantalla, donde todo es superficial, donde no se sabe profundizar y no se necesita ir a buscar nada porque todo nos llega a la mano con solo hacer click en alguna app.

¿Punto de no retorno?

P.- Sabes cómo empezó todo, pero ¿cómo terminará? ¿Estamos ya ante un punto de no retorno o aún estamos a tiempo de recuperar nuestra alma?

R.- Pienso que, mientras estemos vivos, siempre hay esperanza y posibilidades de cambiar e ir a nuestro propio rescate. A lo largo de la historia, la humanidad ha sabido sobreponerse a muchas batallas y es probable que ahora nos toque anteponer humanidad a digitalización.

Necesitamos comprender que la tecnología es una herramienta que debemos usar, pero no abusar de ella, y desde ahí tener en cuenta que debería funcionar como complemento, pero jamás como sustituto. De manera que la inteligencia artificial solo podrá reemplazarnos en tanto nosotros se lo permitamos. Siempre debemos tener presente que habita en cada uno de nosotros la capacidad y el poder de reflexión, de análisis, de elegir qué consumir y qué no.

Apelando a todas estas capacidades, primero podremos darnos cuenta de que todo lo que se nos ofrece como maravilloso no lo es tanto, para luego elegir dejar de consumirlo. Es preciso que hagamos un alto, para mirar hacia atrás y recuperar todos aquellos hábitos que abandonamos en pos de subirnos al tren de la tecnología. Hoy, nos damos cuenta de que algunas costumbres dejadas de lado nos hacían mejor, nos daban mayor felicidad y estaban más cerca de la vida y contribuían a mantener nuestras mentes y corazones activos y vitales.

P.- Como arquitecta, es muy interesante la parte inicial, en la que señalas cómo, antes de que esta amenaza la sufriéramos cada uno de los individuos que conformamos esta sociedad, antecedió un fenómeno por el que las ciudades pasaron a ser copias frías, escenarios de ‘selfies’ idénticos y lugares idóneos para consumir compulsivamente antes que para sentir y vivir, mirando hacia adentro, oliendo, paladeando experiencias… Y lo mismo ha ocurrido con muchas casas de vidrio y metal, transparentes y en las que prima más el ser visto desde fuera que alumbrar un hogar con vida. ¿Por qué tantas personas eligen ser copia, un número más en una masa informe? ¿El miedo a la soledad lleva a que seamos actores que prefieren representar una existencia artificial antes que vivir a pleno pulmón?

R.- Primero, déjame decirte que tanto las ciudades como las casas no son más que un reflejo de nuestra sociedad y de nuestras formas de vivir. En este sentido, al analizarlas podemos ver cómo estos espacios tan singulares, en tanto medio en el que los seres humanos nos desplazamos, habitamos y desarrollamos nuestras actividades, se presentan como una suerte de denuncia o de manifiesto de lo que nos está sucediendo. Solo basta leerlos como si de un texto se tratara y así podremos notar todos los cambios que han ido sufriendo no son más que un síntoma que expresa nuestros problemas.

En algún punto, también podría decir que todo esto es producto de un mundo globalizado en el que se ha ido perdiendo el color local de cada ciudad o pueblo, junto con sus hábitos y costumbres que son las que dotaban al espacio y a sus habitantes de identidad propia.

Citando lo escrito en ‘Vida escaparate’: “Existe cierta dicotomía entre la necesidad de la sociedad de homogeneizarnos y eliminar las diferencias para dominarnos y el deseo creciente que tenemos los individuos de destacarnos y ser diferentes a los demás. En cierta forma, queremos ser únicos o auténticos, pero es justamente eso lo que nos lleva a poner en práctica la comparación. Y es comparar lo que nos hace ser cada vez más iguales”.

Espacio para la transcendencia

P.- Si cada vez más renunciamos a ser hombres, ¿dónde queda la búsqueda que nos trasciende? ¿Hay lugar para Dios en un tiempo en el que solo miramos a las pantallas y ya no sabemos cerrar los ojos, pensar en silencio y, al fin, formularnos las grandes preguntas mirando hacia los lados, buscando a nuestros semejantes, o hacia arriba, tratando de conocer nuestro origen y destino?

R.- Hay quienes dicen que Dios habita en cada uno de nosotros, y como ya hemos conversado, en este mundo cada vez hay menos tiempo para mirar hacia nuestro interior. Vivimos en una sociedad exógena en la que prima la imagen y el aparentar, el ver y mirar mucho más que el mirarnos y reconocernos en eso que observamos. Insisto en que no es solo una cuestión de tiempo, sino de “modas”, ya que, en función de pertenecer, muchos optan por hacer lo que hace la mayoría y no lo que realmente sienten.

Además, de tanto copiar y obedecer, con el tiempo dejan de sentir y de conectar con lo que hace que su corazón lata. Por eso, parte de lo que ocurre en la sociedad de la pantalla es que muchos viven su vida a través de la vida de los demás. Luego, como consecuencia de esto, comienza a haber cierta fricción entre los deseos más profundos de nuestra alma y lo que en realidad hacemos, motivados por lo que demanda el afuera siempre persiguiendo el deseo de pertenecer.

P.- La Iglesia, como cualquier otra comunidad que pretende interpelar al hombre, ¿puede y debe sumergirse en este maremágnum virtual y digital para tratar de encarnar su misión también en ese ámbito? ¿Y cómo hacerlo sin renunciar a su identidad, pues al fin y al cabo custodia la llamada de un Jesús de Nazaret tan poco virtual que hasta se hizo carne y sangre para sus hermanos?

R.- En lo personal creo que la Iglesia, como muchas otras comunidades, debe ser consciente de sus límites siendo fiel a su misión de no perder su esencia. En mi opinión, podrá tomar la virtualidad como una herramienta más de comunicación con sus fieles, pero no como la única vía, ya que nada reemplazará el contacto cara a cara; mucho menos la fuerza y el poder de un abrazo o de una mano dada a tiempo.

Hay una llama real que siempre deberá permanecer encendida como símbolo de la vitalidad de la que goza lo humano y espero que toda la humanidad siga pudiendo gozar de ella, de su fuerza y de su brillo natural, en lugar de dejarnos encandilar por lo artificial.

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