Hace casi dos años que Francisco eligió al jesuita Ángel Sixto Rossi como sucesor de Carlos Ñáñez en la Arquidióceis de Córdoba tras 23 años de pastoreo. Este 30 de septiembre lo ha creado cardenal. Vida Nueva conversa ampliamente con el religioso cordobés, que recibe el capelo dos semanas después de haber creado la Vicaría de los Pobres en su Arquidiócesis como un gesto con el que expresar “el compromiso y fidelidad evangélica hacia los más frágiles”.
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PREGUNTA.- A pesar de que es un obispo ‘novato’ ya ha vivido muchas experiencias bastante comprometidas: participar en el Sínodo y acompañar a Francisco desde el cardenalato. ¿Qué significa en lo personal?
RESPUESTA.- Es de los pocos errores que tuvo el Papa. Fue un baldazo inesperado. Uno tiene la sensación de que “le queda grande el poncho”. La misión del cardenal es dar una mano, ayudar en el gobierno universal de la Iglesia en lo que el Papa pueda considerar. Ojalá que Francisco viva 150 años, pero posiblemente no llegue a tanto, y la otra función será participar en el discernimiento y la elección del siguiente papa.
Me enteré del nombramiento por un feligrés al entrar en misa. Le expliqué que el Papa había ampliado la convocatoria al Sínodo. Que antes era suplente y el Papa nos había hecho titulares. Pero el señor insistió en que el Papa me había hecho cardenal, que lo había escuchado por la radio. Después, en la sacristía, cuando veo el celular, ahí estaban los saludos. Y ahí me cayó la ficha. Tuve que pedir disculpas por haber descreído. Francisco tiene la habilidad de sacarnos de la comodidad y de presentar siempre un escenario nuevo. El elemento del desconcierto lo maneja muy hábilmente.
P.- Pasa algo raro con usted. Cuando lo hicieron obispo, todo el mundo estaba muy contento con su nombramiento. Un año y medio después siguen igual. ¿Cuál es la receta?
R.- Bueno… habrá que preguntarle a ellos… Le aseguro que tuve una hermosa acogida de los obispos cuando me incorporé. Y se lo agradezco, porque se hace más fácil, uno se siente hermanado. Con nuestra gente, siempre doy gracias a Dios, porque me he sentido desproporcionalmente muy querido. Igual con los curas y mis hermanos jesuitas. Agradezco porque me he sentido muy bien recibido, lo cual a veces es una hipoteca. No para quedar bien, sino porque implica que hay una expectativa. Hay un ida y vuelta con la gente: no pasa solamente por el cariño, sino por tener esa actitud de apertura y de escucha. Siempre pido que estos nuevos ámbitos no me divorcien de la gente. La misma gente ayuda a que uno no se distancie.
Agresividad apostólica
P.- Es el pastor de una provincia que lo vio nacer y donde ejerció su vocación sacerdotal. ¿Con qué Iglesia se encontró?
R.- Nos faltan cosas, pero el que nos marca el tranco es el Papa. Uno a veces tiene la sensación de que el Papa va más adelante que nosotros. El desafío es poner la mirada en sus pautas, que son muy claritas. No hace falta inventar cosas raras. Francisco es muy contundente y claro en todo lo que significa una Iglesia en salida, que salga de la sacristía y de los salones; a nivel jerarquía, que no tenga un espíritu principesco, sino de servicio. El Papa tiene consignas que las sostiene empecinadamente. Nos falta despertarnos un poco más. Hay mucha gente que trabaja mucho y está muy comprometida.
Al ir al encuentro uno se encuentra con las personas y con las realidades a las que hay que acompañar, consolar o dar una manito. La Iglesia tiene que ponerse más de pie. El Papa llama a la parresía, a la “agresividad apostólica”: cuando falta algo digámoslo con más fuerza. La doctrina y el espíritu de Francisco es un aguijón que chuza y que nos despierta, nos pone de pie, no nos permite dormirnos. Hay que poner la mirada en lo que él nos propone, que ya hay para entretenerse.
P.- ¿Qué es lo que más le asombra del Papa?
R.- Ciertamente la capacidad de poder atender varias cosas, de distinta índole, de forma casi simultánea. Si un hombre puede conversar con un presidente o un ministro, a los diez minutos se hace cargo de la señora que duerme en la esquina y la atiende con la misma o más dedicación con la que atendió al presidente, ahí está la capacidad de una mirada y de un corazón con amplitud, que se preocupa por la necesidad de la gente y tiene delicadeza para tratarlo. En cuanto al tema de la misericordia y caridad concreta, no sé si he encontrado todavía alguien que lo supere.
Lo digo testimonialmente, porque vivimos ocho o nueve años bajo el mismo techo. Hablo desde lo que mis ojos han visto y mis oídos han oído. Puedo decirlo así: es un hombre distinto. Y cuando lo quieren encasillar, para mí ya es el certificado que no lo conocen, sea desde la derecha o desde la izquierda. Francisco es un hombre desconcertante, se mueve por intuición, es un discernidor intuitivo. A veces, lo que hace a la tarde está influenciado por lo que oró a la mañana, lo cual es poco común