Grazia Loparco, nacida en Locorotondo (Bari), es religiosa de las Hijas de María Auxiliadora, profesora de la Pontificia Facultad Auxilium de Roma, historiadora. Le interesan las investigaciones históricas sobre las religiosas, las mujeres, la educación, los judíos y la Familia Salesiana en el mundo. Está en el comité directivo de ‘Mujeres, Iglesia, Mundo’.
PREGUNTA.- Desde el Concilio Vaticano II, ¿cree que las mujeres han logrado salir de las periferias a las que han sido relegadas durante siglos?
RESPUESTA.- Si nos referimos a la Iglesia católica, creo que la apertura de las Facultades de Teología a las mujeres y a los laicos en general ha sentado las bases para una mejor preparación en este campo. De ahí la maduración de competencias que poco a poco se van reconociendo y valorando, porque estamos en un terreno común, hablamos el mismo idioma. La poca cultura es sin duda una razón fundamental para la marginación. Esto no debe confundirse con el acceso al poder jerárquico.
La comprensión teológica de la mujer puede enriquecer, y diría reequilibrar, la manera de entender la autoridad, los roles que en la Iglesia surgieron como ministerios, es decir, el servicio en el Pueblo de Dios no como afirmación de dominación. El riesgo de carrierismo siempre está presente, en hombres y mujeres. Donde hay una mirada menos interesada puede surgir una voz más libre y una crítica más constructiva cerca de la gente, de sus necesidades, dudas, inquietudes y esperanzas.
A pesar de los pasos dados, todos comprobamos que las mujeres todavía no son interlocutoras verdaderamente autorizadas en muchas circunstancias debido a prejuicios persistentes en la formación, que a veces arraigan en las propias familias y continúan en la vida de las comunidades eclesiales. Sobre las fragilidades, sobre la totalidad de la persona, sobre la integración entre “mente, corazón, manos”, como nos recuerda el Papa Francisco, las mujeres en general tienen más intuición y experiencia.
Así, si fueran escuchadas y valoradas, podrían integrarse mejor con habilidades más específicamente masculinas, en beneficio de todos. El camino ha comenzado, pero el cambio de mentalidad aún está lejos. El mundo vive hoy a un ritmo acelerado por lo que la larga historia de la Iglesia no nos debe hacer creer que tenemos todo el tiempo del mundo.
P.- ¿Qué papel ha tenido el Concilio?
R.- El Concilio representó un punto de inflexión en la atención al mundo moderno ya que la decisión de dialogar con el mundo contemporáneo que atravesaba una crisis compleja. La Iglesia había estado durante mucho tiempo más preocupada por defender principios que por anunciar con un nuevo lenguaje el sentido de la vida que filósofos, artistas y hombres de letras denunciaban haber perdido después de haber renunciado a mirar abiertamente el misterio.
La extraordinaria figura de Pablo VI volvió a poner en el centro el tema del testimonio y del compromiso en la construcción de una civilización del amor. Era lo contrario de una religiosidad formalista o intimista de “sacristía” donde las ideologías hubieran querido relegar al clero esperando su desaparición. La secularización, una vez reconocida, exigía y entrañaba cambios en la vida de las Iglesias locales. Pero no en todas partes, no siempre. La historia real nos impide afirmar algo con claridad, si no queremos caer en el reduccionismo ideológico.
P.- Los años setenta se caracterizaron por un gran protagonismo femenino. Las mujeres habían salido de la marginación que la sociedad les había impuesto. ¿Podemos hablar de un fenómeno paralelo en la Iglesia? ¿Y en qué se parecería y en qué no?
En la sociedad europea, las mujeres han surgido como protagonistas gracias a la educación generalizada, el acceso a las profesiones y la política, gracias a la autonomía económica y en las elecciones en el ámbito emocional y sexual. En concreto, estamos hablando de un número creciente de mujeres que, gracias a la lectura, la televisión y el cine, se están apropiando de ideas y comportamientos que antes eran más bien para élites.
P.- En las parroquias ha habido una aportación femenina más cualificada, quizás en las primeras décadas bajo la presión del Concilio, luego casi forzada por la disminución de sacerdotes. La asunción de la palabra y la responsabilidad por parte de las mujeres parecía ser una forma de reivindicación en coordinación con los movimientos feministas. Esto generó inicialmente desconfianza hacia las personas más críticas, aunque bien intencionadas, por parte de quienes permanecían en la mentalidad machista o paternalista, y buscaban la colaboración de mujeres más sumisas por su cultura o formación. ¿Es una coincidencia que en los recientes movimientos y comunidades mixtas la formación cultural de las mujeres no haya sido promovida?
R.- En las últimas décadas, gracias a las feministas católicas y a una cierta aceptación del clero, se ha producido una salida de la marginalidad. La similitud en la sociedad y en la Iglesia puede estar en ciertos procesos relacionales y culturales que conciernen a hombres y mujeres. Veo una diferencia que el respeto a las mujeres como personas, antes que a sus roles, es original del cristianismo, aunque oscurecido en sus consecuencias prácticas. La canonización de muchas mujeres ha contribuido a poner de relieve que no somos solo “hijas de Eva”.
P.- ¿Podemos definir las principales etapas de este camino para las mujeres en la Iglesia?
R.- Para responder a esta pregunta deberíamos definir qué entendemos por Iglesia y periferias y tratar de no aplicar nuestras categorías interpretativas al pasado. No me parece posible responder con pocas palabras. Solo recordaré algunas ideas. Ya el martirio de los primeros siglos colocó a las mujeres en el centro del testimonio cristiano al mismo nivel que los obispos y los papas; igualmente en cuanto la autonomía en la decisión de consagrarse combinando fe y caridad concreta; o el hecho de haber permanecido en contacto con el pueblo privado de la posibilidad de afianzarse en la doctrina.
¿Quién vive el servicio de los pobres en la redención de la dignidad, quién educa elevando a los grupos populares, quién apoya a las mujeres humilladas, está en la periferia o en el centro de la Iglesia? Si por centro entendemos poder, ¿estamos seguros de que entendemos a la Iglesia? Esto se aplica a creyentes y no creyentes. Si no queremos prolongar el malentendido denunciado por el Papa Francisco, necesitamos volver a comprender la naturaleza y la misión de la Iglesia. No tanto en teoría, porque la ‘Lumen Gentium’ es espléndida, sino en la vida cotidiana de las comunidades locales.
P.- ¿Qué papel han desempeñado las religiosas?
R.- En el siglo XIX y hasta mediados del XX en Europa, las religiosas dedicadas al apostolado encabezaron el protagonismo femenino en algunos campos, abriendo camino a los laicos también en otros continentes de misión. Pensemos en las docentes tituladas, enfermeras o misioneras con necesidades de preparación cultural, de viajes, de capacidad empresarial para muchas comunidades, de gestión del dinero para las obras, de sobriedad de vida y de solidaridad y universalidad en el servicio. Cuando y donde estos aspectos se convirtieron en valores generalizados entre las mujeres de la sociedad, la figura de la mujer religiosa perdió atractivo social.
La vida religiosa, en el corazón de la Iglesia, está llamada también a estar al día con los tiempos y con los nuevos desafíos antropológicos, espirituales y sociales. Creo que la formación marca y marcará la diferencia, no solo en Europa, para un testimonio del Evangelio creíble y por lo tanto autorizado. La actitud de discernimiento y de conversión transforma día a día la vida, haciéndola más humana, signo y recordatorio de esperanza para uno mismo y para todos.
*Entrevista original publicada en el número de septiembre de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva