Rodrigo Guerra se mueve entre ‘dubias’ como pez en el agua. Y no solo porque en su momento respondiera en público a los cardenales que cuestionaron ‘Amoris laetitia’. El secretario de la Pontificia Comisión para América Latina comparte ahora con ‘Vida Nueva’ sus impresiones sobre la nueva embestida contra Francisco y analiza el porqué de este ataque programado. Una campaña promovida por cinco cardenales que, más allá de buscar respuestas papales a cinco dudas doctrinales, buscaban cuestionar la propia celebración del Sínodo de la Sinodalidad, generando un ‘hackeo’ mediático a solo 48 horas de la apertura de la asamblea que busca llevar a cabo una puesta a punto de la Iglesia.
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PREGUNTA.- Más allá de los ‘dubia’ oficializada por los cinco cardenales a Francisco, en redes sociales, foros digitales y sacristías varias se multiplican las sospechas sobre el Sínodo de la Sinodalidad y sobre la autoridad de Francisco. ¿Por qué sucede este constante cuestionamiento a pesar de los mensajes y aclaraciones del Papa?
RESPUESTA.- Muchos de los ataques al Sínodo de la Sinodalidad provienen de los mismos actores que desde inicios del pontificado han sembrado suspicacias contra el Papa Francisco y/o se han opuesto a que exista un nuevo momento de asimilación del Concilio Vaticano II en la Iglesia. La oposición tiene tres niveles problemáticos. En primer lugar, la configuración de una red de grupitos ultraconservadores que se retroalimentan endogámicamente y buscan presionar al Papa a través de los medios. En segundo lugar, los contenidos doctrinales que se intentan subrayar están llenos de suspicacias y disfrazados de una falsa ortodoxia que desorienta gravemente a la gente sencilla. Y, por último, la falta de confianza en la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, y en particular, en el discernimiento que eventualmente realiza el Sucesor de Pedro. Este último punto es tal vez el más decisivo.
Dinamitar la ‘communio’
P.- En su opinión, entonces, ¿el problema de fondo más que doctrinal sería de naturaleza espiritual?
R.- La vida espiritual es la vida de Dios – que es comunión de Personas – en la intimidad de nuestro ser. Esta vida, exige, de parte de cada hombre y mujer, una apertura al don, a la irrupción de lo gratuito, una apertura al “Imprevisto”. Por ello, la vida espritual es una pedagogía mística y ascética para acoger el don del Otro y de los otros. Cuando surgen narrativas aparentemente “ortodoxas” que se atreven a desafiar la autoridad del Santo Padre, a cuestionar la necesidad de un sínodo de la sinodalidad, a fingir fidelidad pero ocultando deseos de poder, deseos de “imponerse”, es muy posible que existan descuidos en la acogida de la gracia, y que aunque exteriormente existan ciertas prácticas de piedad, el “yo” devore la delicada naturaleza del don en cuanto don, y se lo apropie. Buscar humillar al otro, intentar demostrarle que se “sabe más”, que se “puede más”, en el fondo conlleva ese tipo de voluntarismo que destruye, divide y confronta. Es la “voluntad de poder” de la que hablaba Nietzsche, disfrazada con los ropajes de una retórica aparentemente “recta” pero que busca acabar con el hermano. Es intentar dinamitar la “communio” y construir otra unidad al margen del Evangelio y del Sucesor de Pedro. En el fondo, son las viejas tentaciones sectarias y puritanas que siempre han acabado mal en la bimilenaria historia de la Iglesia.
P.- Usted participó en el sínodo extraordinario para la familia y posteriormente respondió públicamente en L´Osservatore Romano a los ‘dubia’, a esas dudas que algunos cardenales presentaron cuando se publicó la exhortación ‘Amoris laetitia’. ¿Tuvo alguna respuesta de ellos?
R.- La controversia en torno a ‘Amoris laetitia’ fue un gran aprendizaje. Sólo supe indirectamente que mi antiguo profesor, el cardenal Carlo Caffarra (q.e.p.d.), se disgustó con mis respuestas, ya que en parte apelaban a la doctrina agustiniana, tomista y wojtyliana sobre la objetividad de la subjetividad personal, doctrina que suele ser ignorada o mal asimilada por algunos supuestos “expertos” en el pensamiento de san Juan Pablo II. Fue notorio que aunque Rocco Buttiglione, el cardenal Schönborn, el ahora cardenal Victor Manuel Fernández y su servidor respondimos de maneras diversas, los cardenales ‘dubia’ no dieron acuse de recibo.
P.- ¿Se esperaba que no quisieran establecer un diálogo con usted sobre estas cuestiones?
R.- Cuando se busca la verdad de corazón, cuando se ha estudiado a Santo Tomás de Aquino a fondo, cuando la mente y el corazón se sumergen en la sabiduría de los Padres y Doctores de la Iglesia, se sabe bien que “toda verdad, dígala quien la diga, procede del Espíritu Santo”. Esta expresión, atribuida a un seguidor de san Ambrosio, es usada por el Angélico Doctor para invitar a acoger la verdad ahí donde comparezca. Cuando mi yo pone condiciones al don, cuando busca administrarlo, exige recibirlo de cierto modo y no de otro. Esto que tiene múltiples consecuencias negativas en la vida espiritual, es también la causa profunda del inmanentismo filosófico y teológico: antes de abrirse a la totalidad de lo real, el yo coloca voluntarísticamente “sus condiciones de aceptación”. Esto me invita a pensar que algunas de las más recientes ‘dubia’ no son búsquedas sinceras de la verdad sino meras “trampas”, intentos de corrección al Papa, o deseos encubiertos de querer “aleccionarlo” y presionarlo. Dicho de otro modo: creo que es prudente dudar de algunos ‘dubia’, cuando no están acompañadas de apertura y deseos de aprender de la verdad, y eventualmente, de la enseñanza de aquel que es el Pastor Universal.
Legitimidad de las preguntas
P.- Pero, ¿no es legítimo exponer ‘dudas’ al Papa cuando algo no está suficientemente claro?
R.- Exponer dudas al Santo Padre es totalmente legítimo. Sin embargo, si al momento de “dudar” no hay apertura de corazón a la verdad, la “duda” se vuelve infranqueable.
P.- La secuencia ‘dubial’ se inicia con una carta de cinco cardenales, incluido uno mexicano compatriota suyo, enviada al Papa el 10 de julio que Francisco contesta al día siguiente. El 21 de agosto, los purpurados reformulan sus dudas para exigir al pontífice que responda con un “sí” o un “no”. Pasados cuarenta días, al no recibir respuesta papal alguna, hacen públicas sus preguntas. ¿Debería haber respondido por segunda vez Francisco?
R.- El Papa Francisco, como cualquier pontífice, es enteramente libre de responder o no responder a las “Dubia” y de elegir la forma cómo esto debe ser realizado. El canon 331 debería ser estudiado un poco más antes de exigirle al Papa cualquier cosa a este respecto.
P.- ¿Qué pensarán esos cardenales a la luz de estos hechos?
R.- No conozco el fuero interno de los señores cardenales. Sin embargo, el modo cómo han procedido en el fuero externo, merece una consideración. Estoy seguro que los cardenales aprecian la Instrucción ‘Donum veritatis’ de la Congregación para la Doctrina de la fe. Este documento del cardenal Joseph Ratzinger indica que las eventuales objeciones a la enseñanza del Santo Padre pueden “contribuir a un verdadero progreso, estimulando al Magisterio a proponer la enseñanza de la Iglesia de modo más profundo y mejor argumentado”. Sin embargo, a renglón seguido, el texto indica que se “evitará recurrir a los medios de comunicación en lugar de dirigirse a la autoridad responsable, porque no es ejerciendo una presión sobre la opinión pública como se contribuye a la clarificación de los problemas doctrinales y se sirve a la verdad”. Este tipo de indicación fácilmente puede ser eludida apelando a que el documento en cuestión se refiere a “teólogos” y los cardenales son “pastores”, a que el debate público de las ideas es necesario en la Iglesia, etcétera. Sin embargo, es clara la intención del cardenal Ratzinger: evitar usar las legítimas objeciones a la enseñanza del Santo Padre como un arma arrojadiza contra él o como un instrumento de presión politiquera. Creo que valdría la pena que los señores cardenales pudieran meditar un poco sobre ello.
Riesgos papales
P.- El Sínodo de la Sinodalidad ya está en marcha, con hombres y mujeres de diferentes sensibilidades, desde el jesuita James Martin –‘capellán’ del colectivo LGTBI- al cardenal Gerhard Müller, que se ha sumado a los ‘dubia’ a posteriori. ¿No asume demasiado riesgos el Papa sentando en la misma mesa a quienes están en las antípodas eclesiales?
R.- Si la Iglesia es una institución meramente animada por juegos y rejuegos de poder, por luchas de grupos, por maniobras y conspiraciones, invitar a personas de diversas sensibilidades y convicciones teológico-pastorales al sínodo, es muy riesgoso. Quienes lanzan advertencias catastrofistas sobre el sínodo suelen mirar de este modo a la Iglesia. Como muestra de esta perspectiva, está el libro que la Sociedad Americana para la Defensa de la Tradición, la Familia y la Propiedad (TFP) nos distribuyó a muchos curiales, “con prefacio del cardenal Raymond Leo Burke”. La TFP es un grupo fundado por un pensador integrista fuertemente lastrado por la “teoría de la revolución anticristiana”. Quienes son educados en esta ideología gustan de las conspiraciones secretas como criterio hermenéutico para leer la historia del mundo y de la Iglesia. El daño psicológico y espiritual que causa este tipo de “forma mentis” es sumamente grave. Una mentalidad similar se percibe en el Observatorio Van Thuan de Doctrina social de la Iglesia, en “One Peter Five”, y en los grupos integristas explícitos o encubiertos que pululan en las redes sociales. Estas atmósferas “indietristas” tienen una agenda precisa –impulsar en diversos grados y con diversas modalidades la desconfianza hacia el Concilio Vaticano II– y a veces gozan de financiamientos importantes que convendría explorar más.
P.- Con este clima que describe, cabe preguntarse qué es lo más decisivo para comprender la naturaleza de la Iglesia…
R.- Lo más decisivo en la Iglesia es que es verdadero sacramento universal de salvación, Pueblo de Dios que camina en la historia, cuerpo místico de Jesucristo que se mantiene en movimiento. La diversidad de los pareceres debe ser escuchada en un clima de oración y discernimiento espiritual – no político –. El Papa Francisco ha sido sumamente enfático: “el sínodo no es un parlamento”. No es un “focus group” para detectar tendencias mayoritarias o cosa parecida. La cuestión es otra: hay que escuchar al diverso y hasta al adverso, al cercano y al lejano, al joven y al anciano, a los varones y a las muchas mujeres. Y en medio de toda esta escucha, pedir que el Espíritu Santo nos permita escuchar la voz de Dios. Esto no es una ocurrencia o una moda. Cuando el cardenal Zen, en una carta divulgada recientemente se sorprende del término “sinodalidad” pareciera indicar que esta cuestión es exógena a la verdadera Iglesia. Y no es así. “Iglesia y sínodo” son sinónimos. Así pensaba san Juan Crisóstomo al comentar el salmo 149. Si bien es cierto que el sacerdocio común del que gozamos todos los bautizados y el sacerdocio ministerial son esencialmente diferentes, es importante entender que es el bautismo el que nos hace hijos en el Hijo, miembros de la Iglesia, y corresponsables todos del todo, por igual. Así es como se puede entender mejor lo que el códice de Justiniano enseña: “Quod omnes tangit ab omnibus tractari debet” (CJ 5,59,5). Esto es, lo que afecta a todos debe ser atendido por todos.
Modo de ser Iglesia
P.- Pero, el Sínodo continúa siendo de los obispos, como se nos insiste de forma periódica a los comunicadores. ¿No es así?
R.- En efecto, el Sínodo es de los obispos. Sin embargo, “el Sínodo de los Obispos, representando al episcopado católico, se transforma en expresión de la colegialidad episcopal dentro de una Iglesia toda sinodal” nos enseña el Papa. El sínodo al que el Papa Francisco ha convocado este año versa precisamente sobre esta cuestión: cómo podemos madurar como Iglesia desde un punto de vista sinodal. Esta maduración, sin dudas, implica entre otras cosas, despojamiento. Dejar a un lado una cultura clerical y apologético-defensiva para redescubrir la naturaleza comunional, participativa y misionera de la Iglesia. Dicho en breve: La “sinodalidad” no es sólo para el sínodo de los obispos, sino es realmente el modo de ser y de hacer de una Iglesia-comunión que va al fondo en los temas-clave de la ‘Lumen gentium’, de la ‘Evangelii nuntiandi’, de la ‘Evangelii gaudium’.
P.- Los cardenales ‘dubiales’ precisamente entran en esta cuestión a fondo. Le replanteo su duda por si puede contestarles: “El Sínodo de los Obispos que se celebrará en Roma, y que incluye sólo una escogida representación de pastores y fieles, ¿ejercerá, en las cuestiones doctrinales o pastorales sobre las que deberá expresarse, la Suprema Autoridad de la Iglesia, que pertenece exclusivamente al Romano Pontífice y, «una cum capite suo», al Colegio de los Obispos (cf. c. 336 C.I.C.)?”
R.- Tanto esta “duda” como las otras ya habían sido respondidas por el Papa “ante litteram”. Esta en particular, por ejemplo, tiene su respuesta en el famoso discurso del 17 de octubre de 2015. La cosa no es ningún misterio: la dinámica sinodal posee tres momentos: Pueblo fiel, colegio episcopal, Obispo de Roma. El sínodo de la sinodalidad es parte de un proceso que no tiene su momento culminante en un cierto “asambleísmo” sino en el discernimiento que el Sucesor de Pedro eventualmente realizará. Francisco ha explicado clarísimamente que el sínodo actua “cum Petro” y “sub Petro”. Y esto lo hace porque el Papa es, por voluntad de Jesucristo, “el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fieles”. El Papa se pronunciará, como dice la Constitución “Pastor aeternus”, en cuanto “Pastor y Doctor de todos los cristianos”. Y lo hará no a partir de sus convicciones personales, sino como testigo supremo de la “fides totius Ecclesiae”, garante de la obediencia y la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la Tradición de la Iglesia. Si esto está claro, si no hay “dudas” de fe, entonces no hay de qué preocuparse. Si, por el contrario, el ministerio petrino no es claro, entonces son perfectamente explicables los nerviosismos y las advertencias hiper-críticas.
Tensiones sinodales y conciliares
P.- Teniendo en cuenta que los ‘dubia’ se hicieron públicas 48 horas antes del comienzo del Sínodo, no es aventurado pensar en que se buscaba boicotear, al menos, la paz de la asamblea. ¿Cree que se ha logrado desestabilizar a los padres y las madres sinodales? ¿Han tenido éxito en este empeño?
R.- En el manejo de medios de comunicación la cuestión del “timing”, del momento en que se publica algo, es fundamental. El dar a conocer la reformulación de las “dubia” se realizó seguramente con plena consciencia de los tiempos, lo que me entristece, ya que ni el Papa Francisco ni la Iglesia se merecen algo así. Ahora bien, hasta donde sé, el efecto real en los padres y madres sinodales fue prácticamente nulo. El clima hasta el momento ha sido fundamentalmente fraterno. Los espacios de oración y de silencio si se viven de verdad, ayudan a que hasta el más crítico reconsidere las cosas. En la Historia de la Iglesia todos los concilios y momentos sinodales han sufrido tensiones. Algunas enormes. Y en todos estos eventos, la Iglesia ha salido adelante. Y lo ha hecho porque realmente el Espíritu Santo es el protagonista. Ni más, ni menos.
P.- Una de las alertas de la Secretaría del Sínodo desde hace tiempo es que el ‘sínodo mediático’ solo hable de dos cuestiones que, sin ser menores, pudieran opacar públicamente al resto: las bendiciones a las uniones gais y el sacerdocio femenino. Estos dos espinosos temas los abordan los ‘dubia’. Con las respuestas dadas por el Papa, ¿cree que ha desactivado esta polémica y ha allanado el camino a los padres y madres sinodales para que no se enreden en unos asuntos que él da por resueltos?
R.- El Papa Francisco ha respondido con caridad y con claridad a los cardenales: la naturaleza del matrimonio como unión estable e indisoluble de un varón con una mujer aiberta a la vida, no está en cuestión. La naturaleza del matrimonio no es meramente convencional sino realmente posee una esencia precisa. Por ello, las uniones homosexuales no contituyen matrimonio “proprie dicitur”, y no pueden ser bendecidas como si lo fueran. Ahora bien, las personas pueden solicitar una bendición a ellas mismas, no a sus conductas en materia sexual, no a sus decisiones de vida, que pudieren estar en disconformidad con el evangelio y con la ley natural. La prudencia pastoral del ministro deberá de buscar la forma de implementarlas cuidando no dar la impresión que bendice un tipo de unión que no es equiparable con el matrimonio. La ordenación de mujeres es otra cuestión: san Juan Pablo II realizó una afirmación “de modo definitivo” sobre la imposibilidad de que las mujeres sean ordenadas. Esta es la doctrina de la Iglesia. Sin embargo, el propio Papa Francisco señala que es necesario reconocer que existe un desarrollo insuficiente de la doctrina sobre las “declaraciones definitivas” que eventualmente habrá que esclarecer. Con estas respuestas, el Papa responde, pero en mi opinión, la “desactivación” de la polémica no se dará si no se entiende con anterioridad el enfoque general del sínodo tal y como el Papa lo enuncia: “la principal tarea del Sínodo es volver a poner a Dios en el centro de nuestra mirada, para ser una Iglesia que ve a la humanidad con misericordia”.
Misericordia y norma
P.- Esta misericordia de la que habla el Papa a algunos les resulta un gesto de mero “buenismo”, una claudicación a la “verdad”. ¿Es así?
R.- Si no logramos entender que el nombre más propio de Dios es “misericordia”, que esa es su “verdad” más misteriosa y profunda, fácilmente recaeremos en posiciones que confunden la persona de Jesucristo con un conjunto de normas o de valores morales. La estrecha conexión entre el encuentro con Cristo y el cambio de vida en el plano moral no significa que sean lo mismo. Jesucristo antes que ser una “brújula moral”, es Redentor del hombre. La norma moral, aún la más correcta, no redime. Quien redime es una Persona viva, ¡Jesucristo!, que se hace encuentro y recoge con misericordia los pedazos de mi pobre vida. El eventual cambio moral es un efecto gradual, no tanto del esfuerzo titánico de mi voluntad, sino de la docilidad a la gracia, a la misericordia, que me ha rescatado. Al final de la vida, el verdadero testigo no es el que testimonia su congruencia ética – que siempre es muy poca – sino el que testimonia el perdón de Dios.
P.- ¿Qué puede y debe aportar la Iglesia latinoamericana en el Sínodo de la Sinodalidad?
R.- Seguramente cada latinoamericano presente en el Sínodo aportará desde su experiencia vivida, desde su historia personal, desde su “sentir con la Iglesia”. Sin embargo, en mi opinión, el gran aporte de nuestra región no es tal o cual idea, sino la peculiar “forma” como vivimos la fe en la región, gracias, a Santa María de Guadalupe. No me refiero aquí a que la “devoción guadalupana” esté extendida mucho o poco a través del continente. Más bien, me refiero a que si somos atentos al significado profundo de lo que sucedió y sucede en el Tepeyac, podemos descubrir que la sinodalidad, como dimensión dinámica de la comunión eclesial, es parte del “método” como la Virgen propone el evangelio a san Juan Diego, y como resultado no sólo acontece el “milagro de las rosas” sino el imponente milagro del mestizaje cultural y la gradual reconcilación social. Dicho en breve: María sale al encuentro de Juan Diego y le pide llevar una “buena noticia” al obispo. El obispo solicita un signo y Juan Diego obedece. Esta dinámica circular de sinodalidad y comunión, animada por una bellísima “conversación espiritual” que narra el ‘Nican Mopohua’, tiene frutos que hasta hoy son verificables. Desde esta perspectiva, la presencia viva de Santa María de Guadalupe, custodia y propone la experiencia sinodal como método esencial para reaprender a ser Iglesia y para reanimar la presencia de los cristianos en medio del mundo. Así pues, para los latinoamericanos, la sinodalidad no es extraña. La Iglesia primitiva era sinodal. Más aún, María de Guadalupe y san Juan Diego nos introdujeron en ese camino hace quinientos años. A la luz de esto, no es casualidad que el CELAM sea una de las experiencias sinodales más maduras y más esperanzadoras para la Iglesia de nuestro tiempo. Y lo es, no por la fuerza de sus recursos materiales, sino porque pastores, consagrados y fieles laicos hemos caminado durante décadas junto con nuestro pueblo, aprendiendo los unos de los otros, e intentando vivir como hermanos, en un estilo, que con todo y sus límites, puede ser calificado de verdaderamente comunional, participativo y misionero.