El titular de la Comisión de Misiones de la Conferencia Episcopal Argentina resalta la importancia de la misión en la Amazonía y confía en que se irá sosteniendo en el tiempo
Fernando Martín Croxatto ingresó a los 11 años al aspirantado de los Hermanos Corazonistas, hasta los 15 años en que terminó el secundario en el Instituto Berthier. En 1979, entró en el Seminario Metropolitano de Villa Devoto, donde obtuvo el bachillerato en Teología. Fue vicedirector del Instituto Vocacional San José, casa de formación previa al Seminario Metropolitano de Villa Devoto.
En 1991, ante su deseo de ser misionero, fue transferido a la diócesis de San Roque de Presidencia Roque Sáenz Peña (Chaco). En marzo de 2014, el papa Francisco lo nombró obispo auxiliar de la diócesis de Comodoro Rivadavia (Chubut), y en 2017 fue nombrado obispo titular de la diócesis de Neuquén.
Con motivo del Congreso Nacional Misionero que se realizará en la Diócesis de San Luis, Argentina, del 13 al 15 de octubre, Vida Nueva entrevistó a monseñor Fernando Martín Croxatto, presidente de la Comisión Episcopal de Misiones de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA).
PREGUNTA.- El último Congreso Nacional Misionero se realizó en Neuquén cuando Ud. acababa de asumir como obispo de esa Diócesis, ¿qué podría resaltar como nuevas vivencias durante este periodo y cómo se vivieron los preparativos de este nuevo congreso pospandémico?
RESPUESTA.- Evidentemente, con nuevas vivencias de todo este período bastante particular. Ha sido un tiempo en el que, al tener que atravesar la pandemia, todo quedó detenido en las comunidades, respecto del movimiento habitual, en el dinamismo misionero que teníamos. Por lo tanto, todas las propuestas que el Congreso tenía para los equipos diocesanos tuvieron que rehacerse, rearmarse.
Eso motivó una inclinación a una profunda oración y un pedido al Señor para que nos regale la dinámica de su Espíritu, que mueva los corazones y la mente para saber cómo llevar adelante la propuesta de acercar el anuncio de la Buena Nueva a todos.
Sin embargo, en este periodo, hay algo muy importante dentro de esta situación producida por la pandemia. Nos invitó a reinventarnos para ver de qué manera se podía llegar a través de los medios, de la tecnología, de los medios digitales. Y esto ha sido una experiencia nueva, buena, muy novedosa para muchos que teníamos que entrar en esta dinámica. Descubrimos que desde ese lugar podíamos llegar a muchos rincones de nuestras diócesis y se promovió que, de alguna manera, podamos encontrarnos con otras regiones, con otros equipos, con otros grupos y podíamos ir formándonos, testimoniando también el espíritu de la misión. También acompañando las reflexiones que en este tiempo se nos iban proponiendo a partir de los desafíos que venían luego de la pandemia. Por eso, la propuesta tecnológica ha sido una ayuda para alimentar este sentido de misión.
Respecto de las vivencias de preparación para el nuevo Congreso, puedo decir que se fue transformando porque lo primero que teníamos en agenda era realizar en mayo de 2020 un encuentro nacional misionero abierto a todos en San Juan. Esa dinámica quedó trunca y tuvimos que reinventar y eso nos llevó a la preparación de este congreso en San Luis. Teníamos todo armado para el encuentro en San Juan y se tuvo que suspender, así que nos quedó una base de preparación en este antecedente frustrado.
No obstante, lo que marca a los congresos misioneros son los congresos americanos y estos se vienen preparando de distinta manera con participación en algunos simposios, en encuentros presenciales que, a raíz de la situación pandémica y también de la situación económica, el lugar elegido del Congreso Americano en Puerto Rico, conlleva la dificultad de la visa de Estados Unidos y no nos ha sido tan fácil participar de algunos preparativos de manera presencial, aunque sí virtualmente. El espíritu y la propuesta del Congreso Nacional que vamos a realizar tiene justamente esta consigna para unirnos al mismo lema que tiene el congreso americano, cuya realización será en el 2024. El lema es: “América con la fuerza del Espíritu, testigos de Cristo”.
P.- En 2019, el Sínodo de obispos presentó el documento ‘Amazonia: Nuevos Caminos para la Iglesia y para una Ecología Integral’ y luego Francisco, en 2020, la exhortación apostólica postsinodal ‘Querida Amazonía’, teniendo en cuenta todo este despliegue de necesidad misionera ¿qué significa hoy la gran apuesta de la misión instaurada por el Papa en la Amazonía?
R.- Cuando concluyó el Sínodo de Amazonia, el papa Francisco pidió que toda la Iglesia realizara un gesto de acogida a las conclusiones del mismo. Desde la Comisión Nacional de Misiones, –formada por los obispos de la CEM, los delegados regionales de los equipos de pastoral misionera, el director nacional de las OMP y referentes de las mismas, representantes de la CONFAR y de la JISA–, nos planteamos cuál sería nuestro gesto. Fue así que surgió la propuesta de asumir una ‘misión permanente como Iglesia Argentina’ en la Amazonia, que fue aprobada por la Asamblea episcopal de noviembre de 2019 y el lugar ofrecido y acogido fue justamente donde el Papa había convocado el Sínodo en el Vicariato de Puerto Maldonado en Perú.
Desde ese momento, comenzamos la convocatoria, el llamado a todas las diócesis a quienes sientan este llamado misionero y así comenzar un discernimiento y la puesta en marcha de la misma, que se retrasó por la pandemia y, finalmente, se concretó en abril del 2022 en una zona conocida como VRAEM (Valle de los Ríos Apurimac, Enec y Mantaro). Actualmente, monseñor David García nos ha asignado una parroquia en la localidad de Kimbiri dentro del VRAEM, que abarca cinco distritos, en los cuales están repartidos los misioneros. Damos gracias a Dios por haber podido llevar adelante este gesto y confiamos que lo iremos sosteniendo en el tiempo, ya que hay –y siguen sumándose– misioneros de distintas diócesis en el camino de discernimiento.
P.- A Ud. le gusta insistir con esta pregunta: ¿la Iglesia tiene una Misión o la Misión tiene una Iglesia? ¿Nos podría ayudar a comprenderla y responderla?
R.- La Iglesia nace con Cristo, nace en la cruz para continuar la misión de Cristo, a través de su espíritu. Desde ahí decimos que la Iglesia tiene una misión, pero más correctamente, que la misión, esta misión trinitaria, toma a la Iglesia, asume a la Iglesia, por eso tiene una Iglesia.
Y el sujeto de la misión es el Espíritu Santo, cuya acción comenzó en Pentecostés y de ahí no paró. La Iglesia, misionera por naturaleza, continuadora de la obra de Cristo, la lleva adelante con la fuerza y el empuje de su Espíritu.
No podemos ser honestamente cristianos si no es el Espíritu el que nos mueve, si no nos abrimos a la fuerza del Espíritu. Si no tenemos el Espíritu de Cristo no somos de Cristo, dice San Pablo. La misión es misión trinitaria y nosotros, la Iglesia en ella desde el bautismo, servidores de la misma. Por eso es tan necesario, importante –como lo propone Francisco en este nuevo Sínodo de la Sinodalidad– abrirnos a la escucha profunda del Espíritu, a su guía. Ver cómo y por qué caminos es posible llevar adelante la misión de Dios en este tiempo histórico.
P.- En este mes de las misiones, con Santa Teresita como patrona y con el Sínodo sobre la Sinodalidad transcurriendo en estos días en Roma, ¿cuál es la mayor necesidad y el gran desafío actual de la Iglesia para comprender cabalmente lo que es ser discípulo misionero de manera personal y comunitaria?
R.- Teresita decía algo que tenemos que llevar siempre en el corazón: “Tengo vocación de apóstol. No solamente quiero ser misionera por algunos años, desde el comienzo del mundo hasta el final de los siglos. ¡Cómo querría recorrer la tierra, predicar tu nombre plantar tu cruz gloriosa!”.
Cuando hablamos concretamente de misión, nos metemos en esta fuente de la Trinidad, que es el deseo del Padre de salvar al hombre, y el hombre no se entiende sin la creación, sin la casa común, la salvación es integral. Todo el hombre, todos los hombres, toda la creación que, como dice San Pablo, espera también ser redimida.
La misión es devolverle a Dios la respuesta en amor a Su amor infinito y eterno. Esa misión, esa tarea tiene que tocar todos los ámbitos de nuestra realidad histórica, concreta, personal, familiar, social, comunitaria, política, económica. Todo tiene que ser puesto a los pies de Cristo, esa es la gran misión que tenemos que cumplir, para que Él lo entregue al Padre. Esa es la misión que tenemos como Iglesia.
Ser discípulos misioneros, como dice el documento de Aparecida, es sentirnos llamados a intensificar nuestra respuesta de fe y a anunciar que Cristo ha redimido todos los pecados y males de la humanidad. La llamada de Jesús busca una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo de nuestro corazón.
Cuando hablamos de anuncio, el anuncio es proclamación, es mensaje. La misión implica una tarea, una obra de transformación y conversión permanente, en cambio el anuncio es una palabra que se tiene que escuchar para despertarse a hacerse cargo de la misión.
P.- Ante las situaciones complejas del mundo de hoy, regálenos tres palabras clave que nos interpelen en este tiempo de multiplicidades y algunos abatimientos.
R.- Creo que las palabras que el Papa Francisco propuso para el Sínodo expresan cabalmente lo que debemos discernir racional y espiritualmente: comunión, participación y misión. Cuando las explicó dijo que la comunión y la misión describen el misterio de la Iglesia. La comunión expresa la naturaleza misma de la Iglesia, según el Concilio Vaticano II.
La misión va a comenzar cuando hago mi conversión, cuando comprendo el misterio de Cristo. La salvación del hombre está en Cristo. Esa palabra, esa expresión, es tan profunda, que no habría espacio en la vida después de Cristo. Si la salvación está ahí, todo lo que es mi vida, todo lo que hace que yo viva, hace a Cristo. Y decir Cristo es decir comunión con Dios y con los hermanos, Él no se entiende sin su Padre y sin los hermanos.
Si como dice Pablo, Cristo vive en mí, si Cristo vive en su Iglesia, toda ella y cada bautizado en ella, es (o debería ser) comunión. De allí hoy esta llamada tan fuerte a recrear el llamado a la unidad, a la fraternidad.
La participación indica que necesitamos propiciar una práctica y experiencia concretas dentro de la Iglesia que nos exprese comunitariamente –sinodalmente– para ir caminando juntos y que esto nos contagie de unos y otros para sumar a todos y cada uno. La base es bautismal, el Espíritu está en cada uno y cada uno debe ser escuchado y cada uno debe tener y sentirse en la responsabilidad de hacerse parte, de participar. Francisco dijo que la comunión y la misión corren el peligro de quedarse como términos un poco abstractos si no hay participación.
P.- ¿Un mensaje misionero y sinodal que nos acompañe y aliente para discernir cabalmente nuestro ser misión?
R.- Ser misionero, implica haberse encontrado con Cristo, dejarse tomar por Él, descubrir que la vida no es lo mismo con Él o sin Él. Y cuando lo descubrimos, cuando nos dejamos invadir por su Espíritu, inmediatamente sentimos la necesidad de hacerlo con otros, junto a otros, caminando de manera sinodal, que significa ayudarnos en comunidad a escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias, como dice el Apocalipsis. No hay riqueza mas hermosa y profunda que vivir lo que somos desde el bautismo, somos Misión y esto nos da una alegría y una esperanza infinita.