África

¡Eswatini es mi hogar!





El argentino José Luis Ponce de León, misionero de la Consolata, es el obispo de Manzini, la única diócesis de Eswatini (antigua Suazilandia), un pequeño país en el sur de África. De hecho, su Conferencia Episcopal está integrada, además de por él, por los prelados de Botswana (dos) y Sudáfrica, que rondan la treintena.



Entusiasta con la reforma eclesial emprendida por el Papa, valora que “el Sínodo es muy importante para nosotros y así se lo transmití a Francisco en un encuentro que tuve con él en enero. Lo seguimos muy atentamente y dos los obispos de nuestro Episcopado están participando en Roma. Yo acudí con ellos para el consistorio, pero ya he regresado”.

Un Año Extraordinario Misionero

Lo mismo ocurrió en 2019, “cuando el Papa decretó un Mes Misionero Extraordinario y en nuestra diócesis lo extendimos a un año, siendo un tiempo muy importante y en el que, entre otras cosas, celebramos el primer Congreso Misionero Diocesano. Ese impulso que percibimos quedó cortado de repente por la pandemia, por lo que creo que este Sínodo nos va a devolver ese empuje y lo sentimos como un regalo”.

Además de que la asamblea sinodal, como la desea Bergoglio, entronca perfectamente con el ser espiritual del pueblo de Eswatini: “Aquí estamos mucho más acostumbrados a escuchar que a hablar. Así, se crean espacios y, conscientes de que es un proceso que va a ser largo, sin soluciones instantáneas, confiamos en el Espíritu, que camina y va marcando sus tiempos”.

Un corazón abierto

Natural de Buenos Aires, “en los años 70, de un modo providencial, conocí la casa regional de los Misioneros de la Consolata. Gracias a ellos descubrí la dimensión misionera de la Iglesia, abriendo mi corazón y mi mente”. Tras completar su formación filosófica en Argentina, se trasladó a Colombia para realizar el noviciado y estudiar teología. Al terminar, en 1986, le preguntaron tres países en los que le gustaría ser misionero. Y lo tuvo claro: “Etiopía, Mozambique o Sudáfrica”.

Sin embargo, el destino tenía otra cosa pensada para él: “Me enviaron de vuelta a Argentina, donde pasé los siguientes siete años”. Hasta que al fin llegó el ansiado momento y, en 1994, fue destinado a Sudáfrica. Y lo hizo en un momento muy especial, “cuatro meses antes de la elección presidencial de Nelson Mandela”. Testigo de excepción de la transformación de un país que dejó atrás el apartheid, en 2005 fue trasladado a Roma, a la sede central de su congregación. Pero no por mucho tiempo, pues, “en 2008, Benedicto XVI me nombró obispo y me envió de nuevo a Sudáfrica, al frente del Vicariato de Ingwavuma”.

Dos realidades diferentes

En 2012, las circunstancias marcaron otro gran cambio para él: “Al morir, con solo 67 años, el obispo de Manzini, en Eswatini, la Santa Sede me pidió ir allí como administrador, mientras se elegía al nuevo obispo. Pero, al año siguiente, se decidió que fuera al revés: yo sería el obispo de Manzini y el administrador de Ingwavuma. Ese trabajo en dos diócesis a la vez duró cuatro años, quedando ya entonces, únicamente, como pastor en Eswatini”. Un tiempo, eso sí, que le configuró por completo: “Me enriqueció mucho estar en dos países que, siendo limítrofes, son tan distintos entre sí en cuanto a historia y realidad actual. Por lo que opté, como siempre, por dejarme guiar por el Espíritu”.

Tras esta forja, ya estuvo preparado para “trabajar en un país en el que la diócesis lo es para todo el territorio nacional, siendo los católicos un 5% de la población. Eso sí, es una nación cristiana y, pese a que seamos una confesión tan pequeña, somos la más importante, pues impulsamos 60 escuelas, un hospital y varias clínicas. Además, hemos estado a cargo de un campamento de refugiados creado de un modo conjunto por el Gobierno del Rey y por Naciones Unidas. Somos un punto de referencia y en Eswatini todos saben que la Iglesia católica se preocupa por el conjunto de la población, no solo por los católicos”.

Vistas por sorpresa

Eso hace que, “como obispo, esté disponible a todos y marco un día fijo cada semana para que cualquiera pueda verme y contarme qué necesita. El resto de los días trato de moverme por todo el país para estar en contacto directo con todas las realidades”. Lo que hace además “por sorpresa, sin que nadie sepa que voy a ir a una u otra comunidad. Así he conocido nuestras 120 comunidades (17 parroquias y 103 capillas), moviéndome por las mismas rutas en las que lo hacen mis sacerdotes y observando lo mismo que ellos ven cada día. Si anunciara que voy, a lo mejor mucha gente iba ‘para ver al obispo’, pues es algo que ellos celebran y agradecen mucho. Pero yo quiero conocer la situación real que tienen”.

Otro valor en el país es el ecumenismo: “Contamos con el Consejo de las Iglesias Cristianas, del que somos cofundadores junto a los anglicanos y los luteranos, y somos referentes por nuestro compromiso social y por nuestros pronunciamientos públicos en circunstancias especiales para el país”. Un papel mediador, siempre mirando por el bien común, que el propio Ponce de León también asume en sus escritos episcopales, “que son apreciados por los católicos, pero también más allá de nuestras comunidades. Lo mismo ocurre con las autoridades, con las que trabajamos codo con codo en proyectos sanitarios y educativos, teniendo una relación cercana con el Gobierno. Hasta el punto de que hemos implementado una oficina de trabajo y monitoreamos las leyes que el Congreso elabora, sugiriendo cambios cuando lo vemos necesario. Desde el poder político se agradece mucho una acción que, entienden, le acerca al pueblo”.

Compartir
Noticias relacionadas










El Podcast de Vida Nueva