Bukavu (República Democrática del Congo) fue el escenario elegido por los Misioneros Javerianos para celebrar en julio su XVIII Capítulo General. No solo porque llegaran a aquel país en octubre de 1958 o porque hoy no pocos de ellos sean de allí, sino porque “África existe, es una riqueza, y cuenta –y mucho– para el futuro de la humanidad y de la Iglesia”. Lo reivindica Fernando García Rodríguez, superior general de este instituto misionero, reelegido para otros seis años en el cargo. Con este granadino de La Huertezuela (Huéneja), aprovechando las preguntas del documento preparatorio para la cita capitular, pasamos revista al pasado, el presente y el futuro de la familia javeriana… y de la misión.
PREGUNTA.- ¿De dónde vienen los Misioneros Javerianos?
RESPUESTA.- Nacen del sueño de un joven sacerdote italiano, Guido M. Conforti, que no pudiendo ser misionero por un problema serio de salud, pensó en iniciar un instituto misionero con la única finalidad de anunciar el Evangelio a quien todavía no lo conociera. Y lo fundó en su Parma natal el 3 de diciembre de 1895, fiesta de san Francisco Javier, nuestro patrón. Ya en 1898, los dos primeros misioneros fueron enviados a China.
P.- ¿Dónde están ahora mismo?
R.- Estamos en veinte países de cuatro continentes. La primera presencia fue en China, y las últimas en Mozambique, Tailandia y Marruecos. Hasta los años 80, casi todos éramos europeos, principalmente italianos. A partir de entonces, nos hemos ido enriqueciendo con una diversidad de procedencias: Asia, América y África. Hoy el rostro javeriano no solo es multicultural, sino intercultural. Vivimos en pequeñas comunidades misioneras compañeros de diferentes países y culturas con un fin concreto: testimoniar el amor de Dios a la humanidad manifestado en Jesucristo, y esto en contextos netamente misioneros.
P.- ¿Hacia dónde se encaminan?
R.- Queremos seguir siendo fieles a la misión que la Iglesia nos ha confiado: anunciar y testimoniar el Evangelio hasta los últimos confines de la tierra (Mt 28, 18-20). Después de dos mil años, nos damos cuenta de que el número de quien no conoce a Jesucristo sigue aumentando. Hoy dos terceras partes de la humanidad no saben que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Estar ahí, en contextos geográficos, culturales y existenciales muy diferentes entre sí, es parte de nuestra vocación misionera.
P.- Resulta muy significativo –y así se lo agradecía el Papa en su mensaje– el lugar elegido para celebrar el Capítulo…
R.- Nos sentimos parte de la humanidad, con una atención especial a países, regiones y grupos humanos que cuentan poco delante de los poderes que guían nuestro mundo; personas de carne y hueso que sufren violencia, son explotadas en sus riquezas naturales, se les niega el derecho a vivir dignamente… Se oye poco hablar de ellas, salvo en caso de calamidades, violencia… como si esa fuese la única realidad. Sin embargo, hay una gran riqueza natural, humana y espiritual. Celebrar el Capítulo en la República Democrática del Congo fue una opción pensada para decir en voz alta una gran verdad: África existe, es una riqueza, y cuenta –y mucho– para el futuro de la humanidad y de la Iglesia. (…)
P.- La creciente pluralidad de la congregación enriquece su presencia y testimonio, pero ¿cómo se conjuga la apertura al mundo con la atención a las diversas Iglesias locales?
R.- El carisma misionero es parte esencial de la Iglesia. El misionero nace, crece, se desarrolla y vive en la Iglesia. Es la Iglesia la que envía en misión. Allí donde hay un misionero, la Iglesia está presente. El misionero, con su testimonio de vida, le recuerda a la Iglesia su razón de ser en este mundo: evangelizar, hacer presente el Reino de Dios. (…)