Jon Fosse (Haugesund, 1959) es profundo, íntimo, conmovedor. Es católico. La fe no es en él una estancia privada. Está viva, brilla, sostiene una literatura que ha llegado a describir como “realismo místico”, en deuda con el Maestro Eckhart. No toda su literatura –más sus novelas, menos su teatro– es una reflexión sobre Dios, sobre el ser religioso; cómo vive, en concreto, el catolicismo al que se convirtió hace casi doce años. Pero esa fe, ahora fervorosa, la expone en buena parte de sus narraciones. Es singular, infrecuente, extemporáneo. “Da voz a lo indecible”, como ha reconocido la Academia Sueca.
Tanto que clama: “¿Para quién escribo yo? Para Dios. Escribir es como rezar”. Sus últimas novelas –’Trilogía’ (De Conatus, 2018), ‘Septología’ (su obra maestra, que la misma editorial madrileña ha publicado en cuatro volúmenes entre 2019 y este mismo 2023, traducidos por Cristina Gómez- Baggethun), y ‘Mañana y tarde’ (recién llegada a las librerías de la mano de De Conatus y Nórdica) abundan en esa disquisición sobre qué supone hoy ser, pensar, contar como católico. Y lo hace en un país luterano, y en una literatura –da igual de dónde– que ha optado por esconder la religión. “Es un provocador en el sentido de que escribe sobre los grandes temas, no tiene miedo a las grandes palabras –afirma su traductora–. Escribe sobre Dios, la espiritualidad, la verdad. Y no hay mayor provocación que hacerse católico en Noruega, es como unirse al enemigo”.
La narrativa de Fosse es inseparable de su propio ser. Asle, el pintor y gran protagonista de las ochocientas páginas de ‘Septología’, presente también en otras ficciones, es un heterónimo en quien el escritor noruego vuelca toda su hondura con temas recurrentes: el yo ante los demás, los sueños, la tensión entre luz y oscuridad, la trascendencia de nuestras decisiones, el amor y la compasión que nos salva, el hombre nuevo que emerge. Claro que él mismo se expone como ese hombre nuevo, porque Fosse es un superviviente: el impulso de autodestrucción y el aislamiento que cabalgan con muchos de sus personajes están en su propio testimonio, ese que provoca que se le defina como ex alcohólico, también como ex marxista.
Ese hombre nuevo –que se reconoce obsesionado por la liturgia y la eucaristía– responde ante la pregunta innecesaria de si se considera religioso. “Sí. No tengo dudas religiosas. Estuve cerca de varias experiencias cercanas a la muerte cuando era niño y la visión de esas experiencias nunca me ha abandonado. Cómo eso se convierte en una u otra religión o confesión, ya es otra cuestión –manifestó en una entrevista en 2019–. Durante muchos años estuve muy próximo a los cuáqueros, pero hace algunos años me convertí al catolicismo, también porque mi mujer es católica. Y siento la necesidad de mantener la fe, digamos, con otros. En una iglesia católica me siento en casa, al menos más que en una iglesia luterana noruega, confesión que abandoné a los 16 años”.
Como Asle, su propio personaje, afirma en ‘El otro nombre’, la segunda entrega de ‘Septologí’a, nada más abrir el libro: “Lo cierto es que yo mismo me he convertido al catolicismo, algo que no creo que hubiera hecho nunca de no haber sido por Asle, puesto que ni siquiera en la visión sobre el bautismo estoy de acuerdo con la Iglesia católica, pero nunca me he arrepentido de haberme convertido, pienso, porque la fe católica me ha dado mucho, y al fin y al cabo me veo a mí mismo como un cristiano, bueno, un poco de la misma manera en la que me veo a mí mismo como un comunista, o al menos como un socialista, y a mi manera rezo el rosario todos los días, la verdad es que rezo varias veces al día, y siempre que puedo voy a misa, porque también la misa tiene su verdad, igual que el bautismo también tiene su verdad”