Enrique Alvear Urrutia (1916 – 1982) dejó sus estudios de Leyes para ingresar al Seminario Pontificio de Santiago de Chile y en 1941 fue ordenado sacerdote. Fue destinado como formador en el Seminario Menor y profesor de Teología en la Facultad de la Universidad Católica. En abril de 1963 es consagrado obispo como auxiliar del obispo de Talca, Manuel Larraín. Luego de ser nombrado obispo de San Felipe (1965 – 1974) fue trasladado como auxiliar del Arzobispo de Santiago, el cardenal Raúl Silva Henríquez (1974 – 1982).
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Su causa se abre en marzo del 2012 y en 2015 el proceso llega a Roma con lo que es reconocido como Siervo de Dios. En enero de 2018, el Papa Francisco, al aterrizar en Chile, se detuvo en la parroquia San Luis Beltrán donde oró ante la tumba del obispo Alvear.
Predilección por los pobres
Su sobrino Óscar, abogado, hijo del hermano menor de don Enrique, integra la Fundación Obispo Enrique Alvear, donde se conservan los escritos y registros de su enseñanza, y es entusiasta difusor de su legado espiritual y pastoral.
PREGUNTA.- ¿Qué considera lo más destacado del servicio pastoral de don Enrique?
RESPUESTA.- Sin duda, su predilección por los pobres. Su lema episcopal lo expresa: “Cristo me envió a evangelizar a los pobres”. Allí recoge sus vivencias en el campo y su posterior inserción en el mundo popular urbano. Hay un texto suyo en el que explica su lema y allí destaca su dolor porque en el mundo 2 de cada 3 personas duermen con hambre. En sus últimos días, durante su enfermedad, envía un mensaje a los cristianos de la Zona Oeste de Santiago en el que les dice que agradece a Dios haber podido aprender de los pobres a ser pastor. Ese es el eje de su teología: Cristo está presente en los pobres y marginados. Para don Enrique fue fundamental la renuncia al poder porque Dios no es poder, sino misericordia, encarnándose en la periferia y por eso la opción por los pobres.
P.- Participó en el Concilio Vaticano II …
R.- A la segunda sesión asistió con don Manuel Larraín, su obispo, y en la última como obispo de San Felipe. Allí se consolidó su mirada abierta al mundo, trascendiendo los límites para acoger a todos. Sus reflexiones y sus acciones siempre estuvieron encarnadas en las situaciones que vivía, inmerso en la historia. Rechazaba lo ahistórico. De su vida, cautiva ver un pastor que tiene su centro puesto en construir la justicia, trascendiendo los límites de lo católico. Nunca alejado del mundo, sino inserto en él y en sintonía con las comunidades y su entorno, abriendo caminos nuevos, como decía. Esto lo expresa en esa frase que hace suya: ‘una cosa es ser obispo y otra es hacerse obispo. Una cosa es ser hermano de los demás y otra es hacerse hermano de los demás’.
P.- ¿Cómo era su personalidad?
R.- Piadoso, de mucha oración y gran ascetismo, transparente. Bregaba por una Iglesia abierta, sin vallas ni cercos, audaz, solidaria, humilde, misionera, profética. No tenía dobleces, era siempre el mismo. Auténtico, de vida muy sencilla, manso. No tenía fronteras ni en su acción pastoral, ni en su relación con los demás; era de mirada y mente abierta. Gran capacidad de acogida, consideraba a cada uno irrepetible y único. Sonrisa amable, apacible. Siempre invitando, nunca imponiendo. Respetando que el otro tome sus propias decisiones. En sintonía con los demás, inmerso en las comunidades. Era tímido, pero firme cuando se trataba de la justicia. Tenía sentido del humor y era buen humorista. Luchador por mejorar las condiciones sociales y económicas del pueblo, fruto del encuentro con el Señor. En este sentido, constructor del Reino de Dios aquí y ahora, de modo aterrizado y no abstracto. Gran defensor de los derechos humanos lo que destacó durante la dictadura militar.
Objeciones y obstáculos
P.- ¿En qué está su causa de beatificación?
R.- Permíteme decir primero que costó mucho abrirla. Hubo constantes objeciones para postergarla. Recién en marzo de 2012 se abre, un mes antes de cumplir 30 años de su muerte, plazo máximo para abrir este tipo de causas. Ese año se inicia en Chile el proceso canónico que culmina con la presentación de todos los antecedentes a la Santa Sede, en 2015, donde la Compañía de Jesús es un gran apoyo y un jesuita es el actual postulador romano de la causa. Luego, el Vaticano pidió un informe complementario con aclaraciones sobre algunos temas.
El informe complementario se envió a fines del año 2022 lo que permitió que El Vaticano emitiera el decreto de validez, que permite proseguir la tramitación de la causa. En este momento se está elaborando la ‘positio’ que es la presentación de la vida del ‘siervo de Dios’ que destaca sus virtudes. Ésta es estudiada por una comisión de teólogos y luego va al consejo de cardenales quienes proponen al Papa que lo declare venerable. Luego, con la ocurrencia de un milagro puede ser beatificado, y con dos milagros canonizado y venerado universalmente. El Papa podría ordenar en su caso la dispensa de los milagros, porque Don Enrique sufrió en vida atentados y padecimientos a causa de su hondo, valiente y heroico compromiso con Cristo y sus predilectos.
P.- ¿Su compromiso con los pobres era obstáculo para iniciar la causa canónica?
R.- Su apertura de mente sin fronteras, su total acogida a todos, su estilo de pastor, vivir en una población popular, con la sencillez de quienes firmaron el Pacto de las Catacumbas en Roma al término del Concilio, todo eso significó que se objetara su ortodoxia y su labor pastoral, lo que le acarreó sufrimientos que nunca hizo trascender. Mi impresión es que su persona y su testimonio de fe incomoda y cuestiona a muchos, incluyendo a alguna jerarquía.
P.- Su muerte fue repentina, a los 66 años
R.- Había tenido algunos problemas al pulmón, pero en febrero de 1982 se empieza a sentir mal y mis padres le piden que se vaya a vivir con nosotros. “Si a un niño le regalan un chocolate, lo recibe con aprecio”, fue su respuesta y se va a la casa de mi familia en Las Condes. Creo, que su decisión constituyó un signo, destacando el valor de la familia. Allí llegaban obispos, religiosas, sacerdotes, pero sobre todo mucha gente de los sectores populares que lo van a visitar, con toda normalidad aun estando en el barrio alto de Santiago. Una religiosa dijo que esta casa era para don Enrique lo que fue la casa de Betania para Jesús. Ya más grave es internado en el Hospital Clínico de la Universidad Católica, donde muere de un linfoma en abril de ese año. Era plena dictadura militar, pero en su funeral la catedral se llenó de gente de las comunidades populares. Desde allí lo llevamos en andas, a 10 kilómetros, hasta la basílica de Lourdes, que fue su sede episcopal en la zona oeste de Santiago. Allí fue bautizado como “el obispo de los pobres”.