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Bartolomé en España: los ortodoxos reciben la bendición de “un padre de verdad que nos ha abrazado”





A Dimitri Tsiamparlís le cuesta rescatar su voz. La culpa es de las lágrimas que quiere cazar al vuelo. Él se resiste a que se escapen. Le echan un pulso constante. No es para menos. El patriarca de Constantinopla pisa el templo que él levantó con sus propias manos. No es una licencia periodística. Son horas y horas de tajo. “Dejaba a mi hija menor en el colegio de las dominicas y me venía aquí con la sotana, cogía la carretilla y me ponía con los obreros a trabajar. Me conozco desde el último enchufe de abajo hasta cómo se cuelgan desde la cúpula las cadenas de la lámpara”.



A la vista está que, más allá de jubilaciones oficiales, con 83 años, no es solo el ‘pope’ con mayúsculas de la catedral madrileña, sino el padre de varias generaciones de creyentes que han salido adelante gracias a sus desvelos, porque él fue quien inició la presencia ortodoxa en la capital. Por eso, “esta visita supone para mí toda la felicidad espiritual y material; es un regalo por todo lo que he dejado aquí. Pero esta catedral no es cosa mía, sino una obra de nuestros feligreses, que nos han abrazado con cariño y nos han dado toda su confianza”.

Y eso que no es la primera vez que acoge a Bartolomé. Ya fue su guía madrileño en 1989, cuando todavía no era patriarca. En aquella ocasión, el entonces obispo de Filadelfia y secretario del Sínodo del Patriarcado, aterrizó en Barajas invitado por los misioneros claretianos, de la mano del padre Nicolás Tello, para dar una conferencia sobre el monacato bizantino. “La catedral ya estaba bendecida, pero aquella visita fue para mí especial, como es la de hoy”, relata, a la vez que continúa haciendo un esfuerzo para que la emoción no le nuble la vista.

Dimitri es solo uno de la nube de ‘popes’ y fieles que en la mañana del 15 de octubre abarrotan la bombonera de ladrillo visto que es la catedral de los santos Andrés y Demetrio. Quedan unos minutos para las diez. Más allá de un par de patrullas de la Policía Nacional, nada hace prever que el barrio de Chamartín va a recibir al hombre que pastorea a 300 millones de cristianos ortodoxos. El goteo de feligreses es constante hasta el último minuto. El silencio, prácticamente inquebrantable. Solo se cuela algún susurro que va y viene.

Palabra cumplida

El obispo Bessarión Komzias  ejerce de anfitrión de todos y cada uno. O de todas y cada una, porque, como entre los católicos, ellas son mayoría. La alegría puede con la tensión propia del momento y el metropolita de España y Portugal regala una sonrisa para cada uno de los que llegan. Unos se inclinan para que les bendiga imponiéndole su mano derecha sobre la cabeza. Otros le plantan tres besos que saben a cercanía. Es la hora. Bessarión echa un vistazo al móvil. Para chequear que todo está en orden.

Alguien le avisa de que en apenas diez minutos llega el patriarca. Palabra cumplida. El ‘primus inter pares’ entra por la puerta enrejada al recinto del templo. No le acompaña el griterío propio de la acogida a un pontífice católico. El recogimiento orante se mantendrá de principio a fin. Respaldo popular, pero también institucional, porque también están aquí la princesa Irene de Grecia, hermana de la reina Sofía. A la celebración se suman el nuncio, Bernardito Auza, y Rafael Vázquez, responsable de Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal.

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