El anfitrión del patriarca Bartolomé en su visita a nuestro país ha sido Bessarión Komzias, arzobispo metropolitano ortodoxo de España y Portugal y exarca del Mar Mediterráneo, designado como tal en 2021 por el Santo Sínodo del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. Residente desde entonces en Madrid, días antes de la llegada de Bartolomé, el prelado griego recibió a Vida Nueva. Lo hizo en la bellísima catedral de San Andrés y San Demetrio, en pleno centro de la capital. Tras las fotos protocolarias en el templo, nos invitó a salir a un apacible jardín donde nos esperaban un banco y una botella de licor Mastiha, con el que brindamos. Como nos explicó, se trataba de un gesto típico en su cultura y que refleja ‘filoxenia’. Un término griego que “va más allá de la hospitalidad, refiriéndose, en un sentido homérico, al mismo amor”.
Pese a que habla muy bien español, el resto de la charla fue en griego, con el que nos envolvió la magia de un idioma rico en matices y desbordante de belleza. Para ello, ejerció de traductor Petros Tsagkaropoulos, profesor de Filología Clásica en la Universidad Complutense.
PREGUNTA.- ¿Cuál es el día a día del principal representante de la ortodoxia de tradición griega en un país de tradición católica que, cada vez más, ve como la fe va perdiendo espacio en nuestra sociedad?
RESPUESTA.- Como acabamos de testimoniar con nuestro brindis, obedece a la ‘filoxenia’, que creo que a veces falta en nuestra sociedad cristiana. El templo es un lugar sagrado en el que se debe sentir amor, no un espacio donde se oficia un servicio. La Iglesia es una ‘koinonía’, una comunión. Por eso, en comunión, caminamos el uno con el otro.
Nuestro mayor problema, en general, es la concepción de la individualidad, contraria a la experiencia cristiana. A modo de ejemplo, eso lo he visto muchas veces en el aeropuerto de Estambul. Cuando llega la hora de la oración, ves a muchísimos musulmanes coger su alfombrilla y ponerse a rezar. Lo hacen en medio de todos, pero te fijas y ves que cada uno lo hace de un modo individual, ignorando al resto. Por supuesto, eso no es malo, pero evidencia una aproximación individual a la fe y no a un conjunto de personas en comunidad.
En España y en Portugal, aunque de diferente modo, ocurre lo mismo entre los cristianos. Aquí, uno se puede sentir solo y aislado. Aunque aparentemente estemos rodeados de los demás, cada uno es como un icono, una imagen de Dios. Este debe ser el testimonio de la Iglesia ortodoxa aquí: mostrar esa ‘koinonía’.
Convivencia ecuménica
P.- ¿Cómo es la convivencia con las otras confesiones cristianas? ¿Comparten proyectos concretos con la Iglesia católica y con las evangélicas?
R.- Las relaciones con otras confesiones, por definición, son de hermandad. No solo se trata de hospitalidad, sino de una comunión entre hermanos. Pero, para que la Iglesia sea una comunidad, necesita a personas que concreten este espíritu. Aquí, con la Iglesia católica, siento que se me trata con amor. Desde el primer momento así me lo han transmitido. En mi ceremonia de instalación vino Osoro, entonces cardenal de Madrid, que vino a acompañarme. Luego, en la que era mi primera Pascua aquí, también estuvo con nosotros. Le devolví la visita en la vigilia pascual que se celebró en La Almudena. Me citó y todo el mundo aplaudió… Luego, en el saludo de la paz, nos dimos un abrazo que fue más allá de lo protocolario. Es un amor paternal.
Como experimentamos en la Semana de Oración por la Unidad, hay que rezar por alcanzar la unidad en un futuro. Necesitamos una unidad real, que vaya más allá de las buenas intenciones y en la que el amor sea nuestro alfa y omega.
Para ello se necesita humildad. Al igual que Cristo se humilló por todos, nosotros hemos de ser humildes. Desde este principio, las Iglesias hemos de generar espacios y oportunidades para que Dios actúe. Él es el Salvador y nosotros somos sus instrumentos.
P.- El patriarca moscovita, Kirill, no duda en apoyar la invasión de Ucrania por Putin, lo que le ha valido el rechazo tajante de Bartolomé y de la mayoría de comunidades ortodoxas del mundo. ¿En qué punto están las relaciones con el Patriarcado Ortodoxo de Moscú, la otra gran corriente mundial de la ortodoxia, en el contexto de la guerra?
R.- Las relaciones entre las Iglesias deberían basarse en el amor. En la personalización del amor, la fuente es Cristo y de Él emana todo, también la verdad, la justicia y la misericordia. Sobre la invasión de Ucrania por Rusia, Bartolomé es el único líder espiritual que ha señalado sin matices a quienes son los únicos responsables de haber creado este problema. La situación es diabólica y tienen un origen: Rusia ha invadido Ucrania. Al igual que cada cristiano tiene su propia guerra espiritual para proteger su alma de la invasión del diablo, de los ucranianos solo se puede decir que se defienden a sí mismos y a su patria.
Partiendo de la realidad de que esta guerra es diabólica y debe parar ya, Bartolomé ha manifestado en varias ocasiones su tristeza y dolor por la conducta de Kirill. En una reciente entrevista quiso que fuera en un lugar muy simbólico: frente a la sede del propio Patriarcado de Constantinopla, en Estambul. Lo hizo ante la puerta principal, que está cerrada desde 1821, donde el sultán mandó ahorcar a san Gregorio V, nuestro patriarca mártir. Justo ahí, dijo lo siguiente: “¿Por qué mi hermano Kirill no dice toda la verdad y hace lo posible por acabar con la guerra? ¿Por qué no sacrifica su trono?”. Expresado esto en un lugar de martirio, su sentido es muy profundo y nos llama a dar testimonio de la fe, con una voluntad de sacrificio.
Nuestras relaciones con el Patriarcado Ortodoxo de Moscú continúan con amor, pero con un corazón sangriento, rezando por su arrepentimiento y apelando a la ‘metanoia’, al cambio de mentalidad. No hemos interrumpido la comunión en el sentido de que seguimos orando por ellos. Lamentablemente, desde 2018, ellos sí rompieron la relación con nosotros, a través de una respuesta-chantaje por el hecho de que el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, escuchando a nuestros hermanos ucranianos, diera el paso de crear su propia Iglesia autocéfala, independiente de Moscú.
Las relaciones son malas, sí, pues nos duele ver cómo Kirill bendice la guerra. No tanto por criterios diplomáticos o geopolíticos, sino a nivel eclesial, cristológico, lamentando cómo se ha cancelado el sentido de la palabra evangélica ‘ágape’, amor. Si uno es un verdadero discípulo de Cristo, de la verdad y el amor, debe ser capaz de enfrentarse a cualquier líder político y decirle que no puede ser lo que hace. Por eso veneramos a los mártires. En cambio, otros utilizan el nombre de estos en su propio beneficio.
Hostigado por su compromiso
P.- Más allá del conflicto global, cuentan mucho las relaciones personales… ¿Habla de la guerra con Andrey Kordochkin, el principal representante del Patriarcado Ortodoxo de Moscú y quien vive relativamente cerca suyo, en la catedral de la Magdalena? Allí, desde el inicio de la invasión, su pastor ha sido de las pocas voces críticas con Putin…
R.- Respeto, aprecio y amo a mi hermano el padre Andreiy Kordochkin. Es uno de los pocos que siguieron y siguen el camino de la verdad y el amor de Cristo. Él, junto a un grupo de clérigos rusos, publicó un manifiesto en contra de la guerra. No fue ideológico, sino un testimonio cristiano de amor contra una situación diabólica. Me consta que por ello fue castigado por un tiempo y está bajo la lupa de las autoridades.
Por respeto, no digo nada más, pues está en peligro. Pero como están en peligro muchos clérigos ortodoxos en Ucrania y Rusia que se han manifestado con valentía en contra de la guerra. Son castigados y acusados sin fundamento.
Siento mucho dolor, pues tengo como una bendición de Dios el tiempo que pasé estudiando en San Petersburgo, justo cuando Kirill iniciaba su ministerio, en un período de transición tras la muerte del patriarca Alexis. En Rusia hay muchas personas a las que quiero. La de Moscú es una Iglesia inmensa e hija espiritual de la de Constantinopla. En ella hay clérigos de una calidad maravillosa, pero, tristemente, por sus circunstancias, nunca han podido tener una vida espiritual libre y una experiencia democrática. Si tuvieran una vivencia seria en este sentido, podrían desarrollar su pensamiento teológico y habría una reacción contra la guerra.
P.- Desde su fundación en 1979, la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa se ha reunido 15 veces. La última plenaria, en junio, se celebró en Alejandría y reflexionó profundamente sobre la vivencia de las figuras del primado y la sinodalidad en ambas Iglesias. ¿Desde la ortodoxia se percibe que, con Francisco, el espíritu conciliar y asambleario va ganando en importancia en el catolicismo?
R.- Alegra mucho como el Papa se posiciona al lado de la palabra ‘Sínodo’, que es griega y etimológicamente significa que “todos juntos caminamos hacia el encuentro”. Un encuentro que es con Cristo y que, además, no tiene condiciones ni se suscribe a reglas o estructuras de poder. Es un camino de corazón. Esto está muy arraigado en el pensamiento teológico oriental. Nos sabemos parte de un proceso y, como dice David en el salmo 50, “Dios tiene un corazón puro en mí”.
Desde el Concilio Vaticano II y desde el abrazo de Pablo VI en Jerusalén con el patriarca Atenágoras y sus hermanos ortodoxos, ya se rebeló en la Iglesia católica este corazón limpio. Siempre lo fue, pero, durante mucho tiempo, estaba cubierto de polvo. Poco a poco, gracias a los papas y patriarcas de estos años, que han sido personas carismáticas y proféticas, hemos avanzado en este camino conjunto, imperando la responsabilidad de llevar a la Iglesia a la comunión desde la sinodalidad. Es un camino de amor y que demuestra movimiento, no estando estática ninguna de las Iglesias.
Primacía papal
P.- ¿Ve posible que llegue un momento en el que un Papa, por su propia voluntad, renuncie a esa primacía que marca al catolicismo y el obispo de Roma tenga la misma autoridad que la que pueda tener el de Atenas o Constantinopla? ¿Sería ese el punto definitivo que cerrara siglos de separación y condujera a la unidad entre ortodoxos y católicos?
R.- Volviendo a la última cita de la Comisión Mixta Internacional, en Alejandría, ahí se hizo un detallado repaso histórico a la figura del primado. Con respeto, amor y seriedad en el estudio de los hechos, se comprobó su relación armónica durante el primer milenio. Cuando su concepción cambió en la Iglesia católica, llegó la división.
Nuestra tradición común dice que la cátedra de la Iglesia de Roma es la personalización de la primera Iglesia en el amor. Nosotros nunca hemos negado el primado del obispo de Roma. Después de celebrarse siete conjuntos, tras el cisma, nunca volvimos a convocar un sínodo ecuménico, pues no podría venir el primero de los obispos, que es el de Roma. Ahora, todos esperamos el momento de la unión para volver a convocar un sínodo ecuménico en el que estemos todos y demos un testimonio común de amor, con la voz y con el corazón.
En definitiva, el obispo de Roma no debe abandonar su primado. En todo grupo siempre hay un primero y que es el punto visible de la unidad. Lo que hay que avanzar es en la interpretación correcta del primado como un servicio, en una diaconía. Bartolomé defiende esta noción del primado como un ‘primus inter pares’, un coordinador.
El sentido profundo de la sinodalidad es el conocimiento mutuo. Es la ‘sinaxis’, que se traduce del griego como asamblea, encuentro. Ese es el Sínodo, el reconocernos como Iglesias locales y como miembros de una comunidad más amplia. Esta noción siempre ha estado presente en la Iglesia de Oriente y los propios papas lo han definido como un regalo.
De hecho, aún recuerdo cuando Benedicto XVI eliminó de sus títulos el de “patriarca de Occidente”. El entonces metropolita de Pérgamo, Ioannis Zozioulas, le escribió una carta para lamentar este paso, pues suponía una renuncia a la tradición común del primer milenio. De hecho, todos valoramos a Ratzinger como un papa con una personalidad única. Era un gran teólogo y alguien que amó mucho a los ortodoxos, a los que, como dijo, aprendió a amar gracias a algunos alumnos suyos con nuestra fe.
P.- ¿Sigue con interés el Sínodo de la Sinodalidad que la Iglesia católica celebra estas semanas? ¿Qué espera de una asamblea en la que Francisco ha introducido notorios cambios respecto a otros sínodos?
R.- Solo puedo rezar para que los católicos abunden en esta senda de la que estamos hablando. Estoy muy atento y me ha alegrado mucho que Bartolomé estuviera presente al principio de la asamblea.
Armonía climática
P.- Algo que también une con cada vez más fuerza a católicos y ortodoxos en la defensa de la tierra y el respeto a la armonía mediambiental. De hecho, el Papa siempre cita al patriarca Bartolomé como la voz más referente en este sentido… ¿Cómo pueden conseguir ambas Iglesias que su clamor toque de verdad conciencias, a nivel social y político?
R.- Es algo que experimentamos aquí, en esta conversación. Hemos salido del templo y charlamos en el jardín. Para los ortodoxos, esta es una relación armónica, natural. Cuando construimos una iglesia, siempre hay un jardín. Creemos de verdad que hay un diálogo íntimo entre los materiales empleados y la misma naturaleza. Es una experiencia marcada por la belleza.
El ser humano debe estar en diálogo con la creación. En el Antiguo Testamento leemos que el hombre domina el mundo, pero eso no significa que deba esclavizarlo. Más bien, debe administrarlo. Los ortodoxos, a través del ayuno y la abstinencia, vividos como un acto de amor a Dios antes que un deber a cumplir, tenemos una relación muy directa con esta conciencia ecológica. Creemos que debemos cuidar la naturaleza, que es hija del amor divino. Es fruto del amor explosivo de Dios, que se manifiesta en la creación, en la que el hombre se sitúa en la cima, como una corona que la embellece. Los griegos llamamos ‘cosmos’ a la creación, entendiéndola como una joya. Dios creó el mundo como una joya. Y esta no está para esconderla, sino para cuidarla bien.
P.- La visita de Bartolomé a España es inédita e histórica. ¿Cómo lo vive su comunidad y qué mensaje le deja al conjunto de los españoles?
R.- Bartolomé estuvo aquí una vez, en los años 80, para la presentación de un libro. Pero esta es la primera vez que viene a España como patriarca. Yo le insistía mucho para que nos visitara y es un momento histórico para nosotros… Es el inicio de una peregrinación que, espero, culmine en otro viaje con una vista a Santiago de Compostela.
Para el conjunto de la ciudadanía, es una oportunidad para mostrar la belleza de la Iglesia ortodoxa. Somos 2,5 millones de personas en España y Portugal y los hay originarios de muchos países. Es una gran diáspora y tenemos un problema en las diferentes jurisdicciones que a veces nos separan. Eso dificulta a veces nuestro testimonio común como Iglesia ortodoxa, por lo que debemos trabajar en ello. Solo somos una Iglesia, la de Cristo, y no tenemos ningún sesgo étnico o identitario.
Dicho esto, nuestra realidad es que el 90% de nuestros fieles aquí son ucranianos. En el contexto de la guerra, es fácil imaginar su emoción al recibir a un patriarca que para ellos es histórico, pues con él se ha creado al fin la Iglesia autocéfala ucraniana. Ese sentimiento se manifiesta en bailes y canciones, en mucha alegría.
Y así es como volvemos al principio de esta conversación, a la ‘filoxenia’. La belleza y el amor marcan nuestra vivencia de la fe, dentro del templo y al salir, en el encuentro personal y comunitario en el jardín.
Fotos: Jesús G. Feria / Vida Nueva.