Periodista de moda, comisario de exposiciones y autor de proyectos de investigación en el Museo del Traje, nos sorprende con su primera novela que nos acerca al maestro Cristóbal Balenciaga con una traba de robo de bocetos de por medio, que le obliga a desplazarse al París de los años 40. En ‘Aquel verano en París’ (Ediciones B) conocemos cómo era un taller de costura en aquella época, de qué modo se vivía un desfile en la capital del Sena… una novela sobre moda y espionaje que secuestra desde el inicio.
PREGUNTA.- Una historia de amor, espías y alta costura en la Casa Balenciaga… ¡suena fascinante!
RESPUESTA.- Y espero que lo sea. Al menos a mí me lo pareció cuando encontré un artículo de 1949 sobre un caso de espionaje en la alta costura de París. Siempre tuve la sensación de que ahí había una novela y ahora por fin la he podido llevar a cabo.
P.- Dice que los vestidos de Balenciaga tenían la misma calidad que los realizados en París…
R.- El nivel de exigencia de Balenciaga era el mismo en todos los talleres. De hecho, eran las costureras españolas las que iban en verano a echar una mano a sus compañeras de París para terminar la colección que se iba a presentar. Reivindicar el buen hacer de aquellas mujeres es uno de los pilares de la novela. Los talleres de Balenciaga en España firmaban como EISA, de ahí que a veces se haya interpretado como una segunda línea. Si aquellos diseños eran más baratos era por la mano de obra: en España era más barata que en Francia. De hecho, Balenciaga envió a Courrèges y a Ungaro a Madrid a aprender la técnica, en lugar de aprenderla en Francia. (…)
P.- La espiritualidad y el arte están muy unidos. ¿Tenía Balenciaga algún tipo de fe?
R.- Totalmente. Según afirman quienes le conocieron, Balenciaga era de unas profundas creencias religiosas, que no quita para que le pudieran generar cierta incomodidad por su vida personal.
P.- ¿Se hubiera atrevido a diseñar para Francisco?
R.- Por supuesto. Los diseños de Balenciaga tienen un aire ascético, cierto misticismo. El MET de Nueva York, en su exposición ‘Heavenly Bodies: Fashion and the Catholic Imagination’, reservó una capilla románica para exhibir un vestido de novia que realizó. Aquello elevaba el espíritu a Dios. Lo cierto es que la Iglesia tiene una relación muy especial con la moda. Son incontables los diseñadores que se sienten fascinados por su estética y muchos, incluso, los que han diseñado para ella, desde Castelbajac para san Juan Pablo II como Yves Saint Laurent para la Virgen del Rocío.