Los medios, tanto locales como nacionales, recogieron la noticia del fallecimiento, el 5 de octubre de 1915, a los 28 años y víctima de una tuberculosis renal, de José María Usandizaga, un prometedor compositor. Daniel Bianco cuenta que, “de haber vivido más años, no sabemos qué habría dado de sí y cómo habría repercutido su trabajo en la historia de la zarzuela, porque era un auténtico genio”.
Lo cierto es que los obituarios y los gestos de dolor se agolpaban en las redacciones y en la casa familiar. Murió de madrugada y, antes de ese momento, con apenas un soplo de vida, pidió que su familia entrara a despedirse de él, agarrado a un crucifijo que no soltó hasta que expiró. Su entierro se convirtió en un acto multitudinario, inolvidable –el funeral en la iglesia de Santa María, otro tanto–, además de por el cariño que suscitó, por la sorpresa del desenlace, pues los periódicos de la época, sabedores de que los leía cada día, decidieron no publicar una línea sobre su delicado estado de salud. ¡Cómo han cambiado las cosas!
Nació en el seno de una familia acomodada y desde chico ya su salud empezó a dar señales de que sería frágil en exceso. Para aliviar sus pulmones, pasaba largas temporadas fuera de la casa familiar, en el campo, con el aire puro como compañero. Niño de prodigiosa memoria, con 5 años era capaz de reproducir en su pequeño piano de juguete (regalo de su tía, para que aliviara sus largos días postrado en una cama a consecuencia de la rotura de una cadera) los temas que escuchaba a la banda municipal.
A los 9, ingresó en el Conservatorio de San Sebastián y, a los 14, en la Schola Cantorum de París, creada en 1896 para difundir la música religiosa y de la que nuestro protagonista fue un alumno de referencia. De 1901 es su primera ‘Misa para voces mixtas’. Una dolencia en su mano derecha le hizo apartarse de la interpretación de piano y dedicarse por entero a la composición.