El cardenal pone en duda que la Asamblea, que concluía este domingo, haya deliberado realmente “sobre cómo enfrentar los desafíos de la fe en el mundo de hoy”
‘La Iglesia no es una democracia’. Con esta tajante afirmación titula el cardenal Gerhard Müller su último artículo en First Things, en el que el purpurado recuerda que “las deliberaciones del Sínodo 2023 no versan sobre el contenido de la fe, sino sobre las estructuras de la vida de la iglesia y la actitud o mentalidad eclesial detrás de esas estructuras”.
“Como es bien sabido, la reflexión teórica sobre los principios del ser, del saber y del actuar es considerablemente más difícil que hablar de cosas concretas”, continúa Müller. “Por lo tanto”, advierte, “existe el peligro de que una asamblea de casi 400 personas de diferentes orígenes, educación y competencias, involucradas en discusiones no estructuradas de ida y vuelta, produzca solo resultados vagos y borrosos”. Y es que, para el cardenal, “la fe puede fácilmente ser instrumentalizada para agendas políticas, o confundida en una religión universal de la hermandad del hombre que ignora al Dios revelado en Jesucristo”. Por ello, subraya que si el Sínodo, que continuará con su segunda asamblea en octubre de 2023, “quiere mantener la fe católica como guía, no debe convertirse en una reunión de ideólogos poscristianos y su agenda anticatólica”.
Asimismo, el purpurado advierte de que “cualquier intento de transformar la Iglesia fundada por Dios en una ONG mundana será frustrado por millones de católicos. Resistirán hasta la muerte la transformación de la casa de Dios en un mercado del espíritu de la época, porque el conjunto de los fieles, ungidos como están por el Santo, no pueden equivocarse en cuestiones de fe”. Además, señala que “nos enfrentamos a un programa globalista de un mundo sin Dios, en el que una élite del poder se proclama creadora de un mundo nuevo y gobernante de las masas privadas de sus derechos. Ese programa y esa élite de poder no pueden ser contrarrestados por una Iglesia sin Cristo, una que abandone la Palabra de Dios en las Escrituras y la Tradición como principio rector de la acción, el pensamiento y la oración cristianos”.
Por otro lado, y ante la función de los prelados, Müller explica que “un intercambio constante entre los obispos y con el Romano Pontífice es de suma importancia para que la Iglesia dé testimonio de la salvación de Dios en Cristo para el mundo entero y para cada individuo”. En este intercambio continuo, “el Sínodo de los Obispos es una asamblea consultiva. No tiene competencia en materias de doctrina y constitución de la Iglesia, que están reservadas a la asamblea plenaria de un concilio ecuménico o de un sínodo particular cuyas decisiones son reconocidas por el Papa como expresión válida de la verdad de la Revelación”.
Por ello, según el cardenal, “aunque el Papa ha concedido ahora ‘derecho de voto’ a algunos laicos en el Sínodo sobre la Sinodalidad, ni ellos ni los obispos pueden ‘votar’ sobre la fe. En un Estado comprometido únicamente con el bien común temporal de todos sus ciudadanos y gobernado por una constitución democrática, al pueblo se le llama con razón soberano. En la Iglesia, donada por Dios para la salvación eterna de la humanidad, Dios mismo es soberano”. “En la Iglesia, por tanto, los obispos y los sacerdotes no son los representantes del pueblo que gobiernan; son representantes de Dios”, asevera.
“El hecho de que la Iglesia no sea ni pueda ser una democracia no es el resultado de una mentalidad autocrática persistente”, afirma, sino que “se debe al hecho de que la Iglesia no es en absoluto un estado ni una entidad creada por el hombre”. Y es que “la esencia de la Iglesia no puede ser captada por las categorías sociológicas de la razón natural, sino sólo a la luz de la fe que el Espíritu Santo obra en nosotros. La Iglesia como comunidad de fe, esperanza y amor debe su existencia a la voluntad salvadora de Dios, que llama a los hombres y los hace suyos, en medio del cual él mismo habita”.
Por todo ello, para Müller, el “Sínodo de Obispos debería deliberar sobre cómo enfrentar los desafíos de la fe en el mundo de hoy para que Cristo llegue a la atención de la gente de hoy como la luz de sus vidas. Por el contrario, algunos activistas, especialmente aquellos que se embarcaron en el ‘camino sinodal’ alemán, consideran el próximo Sínodo sobre la Sinodalidad como una especie de congreso de fieles autorizado a dar a la Iglesia de Dios una nueva constitución y nuevas doctrinas acordes al espíritu de los tiempos”. Y, así, ha advertido a Francisco: “Cristo encargó a Pedro fortalecer a sus hermanos en su fe en él, el Hijo de Dios, y no introducir doctrinas y prácticas contrarias a la revelación. Enseñar en contra de la fe apostólica privaría automáticamente al Papa de su cargo”.
“Tengan la seguridad de que incluso si una mayoría de los delegados ‘decidieran’ sobre la ‘bendición’ (blasfema y contraria a las mismas Escrituras) de las parejas homosexuales, o la ordenación de mujeres como diáconos o sacerdotes, ni siquiera la autoridad del Papa ser suficiente para introducir o tolerar tales enseñanzas heréticas”, advierte Müller.