El obispo en el exilio, Silvio Báez, califica de “mentirosos” a “los tiranos que con cinismo se llenan la boca invocando y hablando de Dios”
El obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, quien vive exiliado en Miami, Estados Unidos, desde el 2019, criticó a “los dictadores que dicen amar a Dios mientras ellos mismos ocupan su lugar, creyéndose dioses; se enriquecen a costa de los pobres, irrespetan los derechos y las libertades de las personas, y oprimen a sus pueblos, y hablan de Dios y dicen creer en Dios y amar a Dios”.
En clara alusión al presidente y a la vicepresidenta de Nicaragua, Daniel Ortega y Rosario Murillo, quienes, continuamente, se refieren a Dios en sus discursos políticos, el obispo Báez, consideró que “son unos mentirosos los tiranos que con cinismo se llenan la boca invocando y hablando de Dios, e incluso calificando de bendiciones divinas sus delitos, ilegalidades y actos de corrupción”.
Para el obispo Báez -duro crítico del régimen sandinista- “ese dios del que hablan los dictadores de nuestro pueblo no es el Dios verdadero, a quien no se le puede amar si no se ama y no se respeta a los seres humanos”.
Y continuó: “Quienes explotan a los pobres y oprimen a los pueblos, no sólo no conocen y aman a Dios, sino que, como dijo hoy el papa Francisco: ‘Cometen un gran pecado, corroen la fraternidad y devastan la sociedad'”, añadió Báez.
En referencia al evangelio del domingo, el obispo explicó que, para Jesús, saber amar es lo único necesario en la vida, “la única cosa que importa, amarnos y amar al prójimo; detrás de tantas insatisfacciones y depresiones que padecemos, hay grandes vacíos de amor. A raíz de las relaciones problemáticas, los disgustos y separaciones en la familia y el abandono de las personas enfermas y ancianas, hay una escandalosa falta de amor a Dios y al prójimo”.
Asimismo, manifestó que debido a que “nos hemos cerrado al amor a Dios y al prójimo, vivimos en un mundo desangrado y martirizado por tantas guerras, irracionales y crueles, un mundo herido por el drama terrible de la migración obligada de tantas personas y familias, y en un mundo afligido por el flagelo de la injusticia y de la pobreza”.
“Es un mundo que no conoce el amor a Dios; el desamor es el único pecado que vuelve desierta la tierra e impensable el futuro”, concluyó.