El Museo del Prado vuelve la mirada hacia la imagen que de judíos y conversos se forjó en España a finales de la Edad Media. “Es una exposición que, con un gran rigor, con una gran seriedad, con una gran sensibilidad, con un gran mimo a la hora de montarla, con una gran profesionalidad, presenta una polémica y también una reflexión muy interesante sobre cómo las imágenes pueden desarrollar ideas que tienen que ver a veces con nuestras formas de ser, con nuestras identidades, con la idea de la alteridad, en un período histórico muy, muy concreto”, afirma Joan Molina Figueras, jefe de Departamento de Pintura Gótica Española del Museo del Prado, y comisario de esta muestra: ‘El espejo perdido. Judíos y conversos en la España Medieval’.
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La exposición pretende descubrir el papel que tuvieron las imágenes en un conflicto que tiene muchos aspectos y variantes, pero que esencialmente es religioso, entre cristianos, judíos y conversos, a finales de la Edad Media en España, concretamente en los reinos de Castilla y de Aragón, entre 1285 y 1492. “De lo que trata es de la mirada cristiana hacia los judíos y conversos, y de cómo esa mirada, por un lado, sirvió para definir toda una serie de creencias, de dogmas, de ideas entre los cristianos. Es decir, sirvió para afirmar la identidad cristiana y, al mismo tiempo, para ir construyendo una alteridad, una imagen del otro, judío y converso”, expone Molina.
Esa mirada, que también reflejó un conflicto político, social y económico, contribuyó a fijar el creciente antijudaísmo y a estimular la conversión al cristianismo. “Ciertamente, desde el momento que estamos hablando de convivencia, de violencia, de intolerancia, pues claro, son conceptos casi, digamos, universales, que van más allá de lo que sucede en un momento concreto. Pero lo que hemos tratado de explicar es lo que sucedió y el papel que tuvieron esas imágenes en ese período, que va desde finales del siglo XIII hasta el momento de la expulsión de los judíos en 1492”, insiste el comisario.
Fronteras muy permeables
En un total de 69 obras –entre pintura, escultura, miniatura, orfebrería, grabado y dibujo, procedente de casi una treintena de iglesias, museos, bibliotecas, archivos y colecciones particulares españolas y extranjeras–, el Prado da también testimonio de una innegable convivencia artística. “A pesar de las dificultades, de la violencia que hubo hacia los judíos y también hacia los conversos, siempre hubo en paralelo unas relaciones, unos intercambios, que significaron que, por ejemplo, artistas cristianos trabajaran para judíos y artistas judíos también trabajaran para cristianos y con temáticas cristianas”, puntualiza.
“Había unas fronteras muy permeables entre ellos, hasta en los momentos más complejos y difíciles del siglo XV. Incluso en el período inmediatamente anterior al que recoge la exposición, tenemos datos de que hay maestros judíos trabajando, realizando retablos de temática cristiana –continúa–, y eso es algo que vuelve a poner de relieve esa complejidad, esa diversidad, ese carácter poliédrico que tiene la realidad, que muchas veces tendemos a simplificarla con una visión muy lineal, muy unidireccional”.