Mientras anda, la hermana Kiara Delphina señala a su alrededor y afirma con orgullo: “Aquí no había nada. Ni siquiera este camino; estos árboles los he plantado yo con mis propias manos. Antes solo crecían arbustos. Después construimos el hospital. Primero era un edificio pequeño. Y, poco a poco, lo hemos ido haciendo más grande”. La religiosa, de la Congregación Misionera de las Hermanas Evangelizadoras de María, vive en Kamwenge, una ciudad del oeste de Uganda, un país situado en el corazón de África y que cuenta con algo más de 45 millones de habitantes.
Y habla así del que ha sido su proyecto de vida desde hace más de una década: el Centro de Salud IV Padre Pío, sufragado por la ONG española África Directo, que cuenta con 25 trabajadores y que se encuentra situado a las afueras de esta pequeña localidad. “Realmente, el hospital comenzó en 1997, pero en 2011 lo trasladamos al lugar que ocupa ahora. Había mucha necesidad para la población local, muchos problemas que afrontar”, explica la hermana Kiara. No en vano, Uganda es una de las naciones más pobres del mundo; ocupa el puesto 166 en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, solo superado por una veintena de países con problemas similares de escasez y miseria. Y es que aquí el 42% de su población debe vivir con menos de dos euros al día.
Los habitantes de las zonas agrícolas y eminentemente rurales, como Kamwenge y sus alrededores, sufren esta estadística con especial virulencia. El doctor Kule Joas, un médico de 28 años que trabaja en el centro, nos explica que “la pobreza afecta muchísimo: hace que algunas pacientes no vengan al hospital hasta que la situación es muy crítica o que haya familias que no puedan permitirse ni una red antimosquitos”.
Julian Nyangome tiene 20 años y una hija de dos años a la que abraza frente a la consulta del doctor Joas. “Tiene mucha fiebre desde hace un par de días. Por eso he decidido venir. Tiene malaria”, afirma. No es un problema menor. Esta enfermedad es la principal causa de muerte en Uganda, sobre todo en menores de cinco años, y es responsable del 30 al 50% de las visitas ambulatorias y del 15 al 20% de los ingresos hospitalarios. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima en 13 millones los casos anuales en esta nación y en más de 19.600 las muertes provocadas aquí por este parásito, que se contrae a través de un mosquito.
Las pérdidas económicas que provoca esta enfermedad en el país superan los 500 millones de dólares. En realidad, en el continente las cifras no son mucho más halagüeñas: África fue escenario de algo más de 600.000 fallecimientos por malaria el pasado año, el 96% del total en todo el mundo. “El 80% de los casos que tenemos en el hospital son por este mal. Pero en los últimos tiempos hemos conseguido reducir notoriamente las muertes; el año pasado solo fallecieron dos chavales”, celebra Joas.
Hasta su consulta llegan las quejas de Runyankole Rukiga, un hombre de 56 años que todavía arrastra las consecuencias de la tuberculosis que padeció hace dos años. “Estábamos en el banco y se desmayó. Lo montamos en un coche y vinimos corriendo aquí”, explican sus dos hijos. El médico sigue hablando mientras se dirige a atenderle: “El 20% restante de pacientes son precisamente de tuberculosis, accidentes de tráfico o enfermos crónicos de VIH que vienen solo a por su medicina o a chequeos rutinarios”.
Las enfermedades que menciona Kule Joas tampoco son desconocidas para el país. Alrededor de 250 individuos se contagian de tuberculosis todos los días en Uganda. Treinta de ellos fallecen. Precisamente, más del 50% de estas muertes son de pacientes que viven con VIH, otro de los males que asola esta nación; 1,4 millones de ugandeses conviven con el virus del sida, de los que 200.000 no reciben el tratamiento retroviral adecuado. Con todo, la mejora en este ámbito es notoria; de las 51.000 muertes al año relacionadas con el VIH en 2010, se ha pasado a apenas 17.000 en 2021.