Mary T. Barron, superiora general de la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de los Apóstoles, es, desde el 19 de septiembre y hasta mayo de 2025, la nueva presidenta de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG). Le acompañará como vicepresidenta la hermana Graciela Francovig, superiora general de las Hijas de Jesús. Pocas semanas después de ser elegida en sustitución de Nadia Coppa –quien ha dejado de ser la superiora general de las Adoratrices de la Sangre de Cristo–, la religiosa irlandesa, que ha pasado buena parte de su vida en Tanzania en proyectos con jóvenes y mujeres, se embarcaba también en la aventura de participar en el Sínodo de la Sinodalidad.
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PREGUNTA.- ¿Cómo acoge este nuevo servicio?
RESPUESTA.- Es un privilegio ser elegida para servir a la UISG como presidenta en este momento tan emocionante para nuestra Iglesia y para la Vida Religiosa. Cada rol de liderazgo que se nos pide que asumamos en la Vida Religiosa está al servicio de la misión; por eso, para mí, además de liderar en este momento mi propia congregación, esto es simplemente un servicio adicional para la Vida Religiosa. Cualquier cosa que la UISG pueda hacer para fomentar la comunión y la solidaridad, para que podamos verdaderamente convertirnos en una hermandad global cada vez más unida –y vivir esa solidaridad y comunión de maneras muy reales y concretas– solo puede tener un impacto positivo y dar un testimonio fructífero del amor de Dios en nuestro mundo.
P.- ¿Cuáles son los principales desafíos que debe afrontar la Vida Religiosa femenina?
R.- Quizás podamos considerar los desafíos desde las tres áreas de enfoque que Francisco nos ha invitado a considerar en el camino sinodal: comunión, participación y misión. Vivimos nuestra vida consagrada en el mundo y el desafío para nosotros es no sucumbir a una “mundanidad” en la que la tendencia es la de dividir, excluir y desconfiar. El desafío para la Vida Religiosa es esforzarse por seguir siendo testimonio de comunión. Especialmente en las comunidades internacionales, tenemos que seguir aprendiendo a vivir una comunión más profunda entre nosotros, arraigada en Dios, que nos ha llamado a su vida para ser testigos radicales.
Y esto me lleva a la dimensión de la misión: debemos seguir asumiendo el desafío de ser esa voz profética y radical, desde los márgenes de la Iglesia y la sociedad. Muchas de nuestras hermanas viven en las periferias con personas que han sido marginadas por nuestras estructuras injustas, por nuestra indiferencia, por situaciones provocadas por otros. Como religiosos, el desafío es seguir estando ahí, en los márgenes, caminando con la gente, siendo la voz molesta que desafía la injusticia y la indiferencia.
También debemos revisar nuestra “participación”: cómo nuestras hermanas participan en la vida de nuestras congregaciones, cómo las personas con las que colaboramos participan en los diferentes ministerios. Tenemos que revisar nuestras relaciones, asegurar que sean recíprocas, compartiendo los dones de cada persona para contribuir al ministerio. Y debemos asegurarnos de que nuestras decisiones se tomen de una manera que refleje quiénes somos, discípulos de Jesús que nos esforzamos por colaborar en la misión de Dios en el mundo, utilizando más procesos de discernimiento común.
Una experiencia poderosa
P.- Acaba de concluir su participación en el Sínodo. ¿Cómo ha vivido esta experiencia?
R.- Ha sido un honor y un privilegio haber participado. Fue un momento intenso en el que todos los participantes fuimos invitados a una experiencia profunda de escucha en oración, de unos a otros y del Espíritu que se mueve entre nosotros. La Iglesia universal estuvo presente en el Aula Pablo VI y fue muy enriquecedor escuchar las realidades de las personas como Iglesia, sus dones, sus alegrías, sus esperanzas, sus preocupaciones. Viajar juntos como un cuerpo durante las cuatro semanas fue realmente una experiencia poderosa. No puedo imaginar que alguien en esa sala, que se abrió a la presencia del Espíritu en todas y cada una de las personas, pueda permanecer inmutable.
Llegamos con nuestras propias opiniones y convicciones, pero en el proceso de orar, escuchar, meditar y tratar de escuchar a la otra persona, nuestras perspectivas se han perfeccionado. Personalmente, experimenté toda la gama de emociones a lo largo del mes. Con el telón de fondo de tantos conflictos y la presencia en la sala de personas de las zonas más afectadas por las guerras, hubo momentos de gran tristeza e impotencia. ¡Durante las discusiones hubo momentos de alegría, frustración, esperanza, cansancio! En definitiva, una experiencia guiada por el Espíritu hacia una comprensión y comunión más profundas.
P.- ¿Qué espera que aporte este proceso sinodal a la Vida Religiosa?
R.- Todo el proceso del Sínodo es una manera de devolvernos a una postura de escucha, de realinear nuestra relación con Dios, entre nosotros y con el universo entero. Mis esperanzas son que a medida que continuamos este camino sinodal seamos renovados en nuestra comprensión de lo que es ser discípulos cristianos y mujeres consagradas. Es una oportunidad para que vayamos a la esencia de nuestro ser. Como líderes, tenemos el desafío de desarrollar estilos de liderazgo más participativos, para fomentar una cultura más profunda de discernimiento comunitario en nuestras congregaciones.
Y esta comunión y participación interna darán más impulso a nuestro compromiso en la misión. En todas las etapas de la historia, los institutos nacieron de las necesidades particulares de la época. A medida que profundizamos nuestro deseo de escuchar y discernir la voluntad de Dios, siguiendo el ejemplo de Jesús y guiadas por el Espíritu, no tengo dudas de que surgirán nuevas formas de ser mujeres religiosas, nuevas actividades que respondan a las necesidades de nuestros días. ¡Simplemente tenemos que confiar y ser pacientes con la lenta obra de Dios!
P.- Uno de los temas que se han debatido es el papel de la mujer, y, particularmente, se ha hablado del diaconado femenino…
R.- A lo largo de los años, siempre he abordado esta cuestión desde la perspectiva de la misión y el ministerio. El diaconado tal como lo conocemos hoy se ha reducido casi a un funcionamiento litúrgico. En la Iglesia primitiva tenía un papel mucho más amplio, especialmente relacionado con las obras de caridad. Quizás para algunos se esté reviviendo el diaconado permanente para contrarrestar la escasez de sacerdotes en algunos lugares. Personalmente creo que es importante recuperar la definición más amplia del papel del diácono en la Iglesia e integrar este papel como una expresión más de servicio, complementaria a otros ministerios, construyendo todos juntos la Iglesia sinodal. Sé que hay mujeres que sienten que Dios las está llamando a este ministerio ordenado y me alegra que esta cuestión siga siendo considerada por la Iglesia.
Ser más misioneros
P.- ¿Qué significa para usted que la Iglesia sea misionera y sinodal al mismo tiempo?
R.- Como misionera que sintió el llamado a misionar en otro país, es grandioso para mí ver el énfasis que el Papa ha puesto en ayudar a toda la Iglesia a ser misionera. La “razón de ser” de la Iglesia es ser misionera: colaborar en el gran proyecto de establecer el Reino de Dios aquí y ahora. A veces, como Iglesia, estamos demasiado preocupados por lo que sucede en nuestro interior y hemos dejado que el énfasis misionero decaiga un poco de vez en cuando. Siento una gran emoción y esperanza ante la visión de que nuestra Iglesia se vuelva más sinodal, lo que automáticamente nos ayudará a ser más misioneros. Imagínese en cada parroquia del mundo, pequeños grupos de discípulos cristianos comprometidos, reunidos para discernir juntos cuáles son las necesidades misioneras de su comunidad: qué alcance pueden vivir para llevar el mensaje de Jesús, el inmenso amor de Dios, a situaciones y personas que han sido olvidados por la sociedad y la Iglesia.
P.- ¿Cómo debe posicionarse esta Iglesia misionera en un mundo en conflicto?
R.- En primer lugar, como Iglesia sinodal misionera debemos ser incansables en nuestros esfuerzos por orar por la paz. Ahora más que nunca tenemos la capacidad de estar interconectados a través de medios digitales y podemos ser solidarios a través de nuestras oraciones por la paz en nuestro mundo. Tenemos una rica herencia de santos que permanecieron en zonas de conflicto para estar con su gente, para ofrecer esperanza y consuelo cuando todo parecía oscuro y desesperado.
En mi propia congregación tenemos dos mártires de Argelia en los años 90, las hermanas Bibiane y Angele Marie, a las que se les pidió que abandonaran el país por su propia seguridad pero que, junto con los demás miembros de su comunidad, eligieron quedarse con su gente y finalmente fueron martirizadas. Y sacerdotes, hermanas y hermanos, en las muchas zonas de conflicto de nuestro mundo actual, continúan tomando esas decisiones para dar testimonio del amor de Dios por las personas más afectadas por los conflictos. La voz de la Iglesia es a menudo una voz respetada y tenemos que seguir hablando con valentía y abogando con más fuerza por el fin de los conflictos. Muchas conferencias episcopales hablan con valentía. Ser una Iglesia sinodal misionera exige mucho coraje frente al conflicto.
P.- Uno de los grandes desafíos que vive la Vida Religiosa es la falta de vocaciones…
R.- La renovación de la Iglesia en la que estamos comprometidos con el proceso sinodal también tendrá su impacto en las vocaciones. Un sabio religioso dijo una vez que ¡Dios llama a la Vida Religiosa a tantas personas como sea necesario para ese tiempo y lugar! Puede parecer que hay una crisis de vocaciones en algunos lugares. Esta no es la realidad en todas partes. En el contexto europeo, es cierto que no ha habido muchas vocaciones en la historia reciente. Y en algunas otras partes del mundo, donde parecía haber un auge vocacional, se está produciendo una desaceleración en el número de jóvenes que se incorporan a la Vida Religiosa. Al rastrear la historia de las vocaciones vemos cuán cíclica es: años en los que hay numerosas vocaciones seguidas de una recesión.
Como UISG, pondremos el acento en caminar como mujeres religiosas, siendo activas y comprometidas con los más vulnerables, fomentando una mayor comunión y solidaridad entre las diferentes congregaciones y marchando con toda la Iglesia en el camino sinodal guiado por el Espíritu. Cuanto más auténticamente vivamos nuestra propia vocación, más atractivo puede ser ese estilo de vida para quienes disciernen el llamado de Dios en sus vidas. Sin embargo, veo dos desafíos: cómo ayudar a las personas a discernir realmente hacia dónde las llama Dios, creando el silencio y el espacio para escuchar la llamada.
Y, además, en muchos lugares las religiosas no son tan visibles como lo eran en el pasado y por eso muchos jóvenes ni siquiera saben qué es la Vida Religiosa. Hoy, la visibilidad para los jóvenes se da a través del mundo digital y, por eso, es importante compartir la vida y el trabajo de las hermanas de una manera que atraiga a los jóvenes. La UISG trabaja para desarrollar la capacidad de comunicación de sus miembros, para compartir la misión e invitar a otros a continuar la historia.