En la madrileña calle de la Paz, entre comercios de souvenirs y edificios históricos, se encuentra Santarrufina, una tienda que lleva abasteciendo a la Iglesia de todo lo que pueda serle necesario desde finales del siglo XIX. Pero su historia, además de estar ligada a preciosos objetos religiosos, a la preparación de grandes eventos o a la restauración de templos, tiene detrás de sí el testimonio de la santidad.
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Todo comenzó en 1887, cuando Pablo Arteaga y su socio, un sacerdote llamado don Maximiliano, abrieron aquí Casa Arteaga, una tienda especializada en la comercialización de artículos religiosos. En 1924, con el fallecimiento de Arteaga, la tienda pasó a llamarse Casa Clero, y así perduró hasta el inicio de la Guerra Civil. Madrid era entonces zona republicana y don Maximiliano fue fusilado. Pasó, así, a ser parte de los cientos de mártires del siglo XX español.
Al finalizar la guerra, sus antiguos empleados José Santarrufina y Francisco Heras, continuaron con el negocio, ya con el nombre que a día de hoy se conserva. Finalmente fue adquirida por la familia Molina Salazar, fabricantes de arte sacro, quien es la actual propietaria de la empresa. Isabel Valiente es, a día de hoy, quien se encuentra al frente de ella.
Dignos hijos de Dios
“Surtimos a la Iglesia en todo lo que pueda necesitar”, relata. “Hemos hecho trabajos por todo el mundo, desde la cripta de la catedral de la Almudena hasta iglesias en Estados Unidos”. “También seremos los proveedores, por ejemplo del Congreso Eucarístico que se va a celebrar en 2024 en Ecuador”, señala. Tal es su importancia hoy en la Iglesia, que incluso llegaron a obsequiar al papa Juan Pablo II con un cáliz, el cual le entregaron en mano en una audiencia con él. Segundo testimonio de santidad. “Fue maravilloso sentir la presencia y la santidad de ese hombre, así como su humildad y la gratitud”, asegura Valiente.
Por otro lado, Valiente explica que lo también venden objetos a particulares, “desde figuras para rezar hasta medallas y rosarios, belenes…”. Pero, sin duda, lo que más alegría le produce es comprobar que “la venta de rosarios ha crecido muchísimo”. “Esto me emociona”, dice, “porque la Virgen no para de pedirnos que recemos el rosario, y las circunstancias que nos rodean no están siendo muy bonitas, así que mi corazón se llena de gozo cada vez que vendo uno, porque la gente que viene aquí y los compra los compra para rezar. Hubo una época en la que se puso de moda llevarlos como collar. Pero ahora no. Ahora la gente que los compra lo hace para rezar”.
Eso sí, todo lo que está hecho en la tienda procuran asegurarse de que “esté hecho en la Unión Europea o en América, y que todos nuestros proveedores sean fieles a los Derechos Humanos, que traten a sus trabajadores como dignos hijos de Dios”. “Queremos es que todo lo que está en la tienda esté hecho con todas las garantías de que se respeta al individuo como hijo de Dios”, insiste.