Desde el ataque terrorista de Hamás a Israel, el 7 de octubre, y la contundente respuesta de Netanyahu contra Gaza, Tierra Santa se tiñe con la sangre de 1.500 víctimas israelíes y 13.000 palestinas. Solo se ve una luz en el acuerdo, anunciado este 22 de noviembre, de una tregua de cuatro días sin ataques y por el que la milicia gazatí liberará a 50 rehenes y Tel Aviv hará lo propio con 150 encarcelados.
A esa esperanza se agarra la comboniana española Expedita Pérez, que vive junto a su comunidad en Jerusalén. Pero no esconde a Vida Nueva su dolor: “Desde el 7 de octubre, la vida de todos, hebreos, musulmanes y cristianos, se ha convertido en la espera de un cambio, en un deseo de que todo lo que está ocurriendo no haya sido más que una pesadilla”.
La religiosa canaria explica que, “durante las primeras tres semanas, las hermanas nos quedamos en casa, rezando incesantemente y en contacto con nuestra gente beduina”, una minoría palestina en cuyo acompañamiento encarnan buena parte de su misión”. Por consejo de sus responsables, “que nos invitaron a no exponernos”, aplazaron sus visitas “hasta el 6 de noviembre. Ya vamos cada día, teniendo mucho tiempo para escucharlos, compartir y, juntos, ver cómo vivir mejor este momento tan difícil para todos”.
Porque, como denuncia Pérez, “aunque la tragedia más fuerte y dramática se está viviendo en Gaza”, también sufren todos los habitantes de la región. Y, por supuesto, “muchos de los beduinos que trabajaban en Jerusalén o en los diferentes asentamientos… Ahora, todos se han quedado sin empleo, pues los empresarios se ven obligados a cerrar. Muy pocos han sido llamados nuevamente a su puesto y, cuando han vuelto, son vigilados por los soldados”.
Mientras, “el miedo y la desconfianza recíproca han crecido desmesuradamente hacia los beduinos, a los que se les puso horarios para moverse y dentro de sus poblados. Cuando estos no han podido ser respetados, han sido encarcelados o apaleados. Algunas carreteras se han vuelto para uso exclusivo de los colonos y los beduinos se ven obligados a hacer doble camino en el desierto para poder salir a comprar comida o medicinas. Las mujeres no van ya a las ciudades palestinas para comprar. Lo hacen los hombres. En Jericó tienen que hacer colas de dos o tres horas para entrar, y lo mismo para salir”.
Sin trabajo, “las familias viven con lo mínimo y gracias a la solidaridad de la comunidad. Y, aun así, cuando vamos a visitarlos, el café, el té y un desayuno ligero se nos ofrece con mucha generosidad y dignidad”.
Además, “sus escuelas están cerradas desde el 7 de octubre por falta de seguridad para sus maestros y porque algunos no pueden salir de sus ciudades por los controles y bloqueos”. Eso sí, “menos los primeros cuatro días, nuestras cinco guarderías han estado abiertas todo el tiempo. Como nos dijo uno de los jefes beduinos, este gesto era para ellos como tener una vela encendida que les da mucha esperanza para seguir creyendo en un mundo mejor y más justo para todos”.
Aunque no es fácil… “Uno de los niños de la guardería, al despertarse, le pregunta cada día a su mamá: ‘¿Hoy tenemos guerra o guardería?’. Cuando viene aquí, es el niño feliz y vivaz que era antes del 7 de octubre”.
Pero las combonianas no se rinden: “Les pedimos seguir creyendo en la paz, el diálogo y el perdón. No es fácil en esta realidad tan dura e injusta, pero no se deben dejar arrastrar por la violencia o la venganza”.
Algo en lo que acaban de tener un testimonio de esperanza: “Desde Israel, algunos amigos de los beduinos han venido a compartir con ellos su alegría por el nacimiento de un niño. Todos dejaron caer sus temores para volver al encuentro, a la amistad, al diálogo y a la esperanza de que estos puentes puedan volver a construirse”. Mientras, “nosotras caminamos con ellos y rezamos mucho”.