“No creo que pueda aceptar”. Murmuró de forma imperceptible. “O al menos, eso creo”. Sor Nicoletta, a la que todos llaman Nicla, recuerda esa mañana de un viernes de diciembre de 2011 con todo lujo de detalles. Salvo el momento en que escuchó algo imprevisto e impensable. “Estaba por terminar mi cargo como responsable de la publicación ‘Sequela Christi’ para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. El cardenal João Braz de Aviz me llamó a su despacho. Allí me esperaba junto a su secretario, el arzobispo Joseph Tobin. Me dijeron: “Su Santidad, el Papa Benedicto XVI, la ha nombrado Subsecretaria de este Dicasterio”. De ese preciso instante se acuerda menos, está un poco borroso. “Murmuré algo del tipo: No creo que pueda aceptar”.
Al poco se dio cuenta y se desencadenaron las risas y los abrazos de los presentes. “La primera y más hermosa felicitación fue del cardenal Mauro Piacenza, prefecto del dicasterio para el Clero. Decía así: “Hermana. Le deseo que sea una Antífona Mayor en nuestra Iglesia”. Ese día la Iglesia comenzaba a celebrar la Navidad con el canto de las Antífonas Mayores e invocaba, ‘Oh sabiduría, que sale de la boca del Altísimo, se extiende hasta los confines de la tierra y dispone de todo con dulzura y fuerza: ven, enséñanos el camino de la sabiduría’. Todavía hoy tengo en mi escritorio esta preciosa invocación”.
Nicla Spezzati, religiosa de las Adoratrices de la Sangre de Cristo, profesora universitaria y experta en espiritualidad, fue la segunda mujer en ocupar un alto cargo en la Curia romana. En 2004, Juan Pablo II había nombrado para ese puesto a sor Enrica Rosanna, de las Hijas de María Auxiliadora. Muchos pensaron entonces que este sería un caso excepcional. Pero con la elección de sor Nicla como Subsecretaria, Joseph Ratzinger decidió continuar el camino abierto por su predecesor. “En la larga conversación con el Papa Benedicto comprendí que él esperaba de nosotras, las mujeres, una participación en la vida de la Iglesia rica de una especial generatividad espiritual y cultural. Estaba dibujando el rostro femenino de la Iglesia. Una visión que se conserva con el Papa Francisco y yo sigo apoyando con una atención especial”.
PREGUNTA.- ¿Cómo lo hace?
RESPUESTA.- Para mí significa abrazar y crear vínculos con todos, actuando en continua colaboración con las mujeres, en concreto con las consagradas, para que seamos voz del Evangelio y compañía inteligente en la ciudad humana, sin estar separadas.
P.- ¿Cómo recibió la noticia de su nombramiento?
R.- Me di un tiempo y estuve trabajando en mi estudio antes de tomar “posesión” oficial de mi nuevo cargo. Me propuse escuchar y aprender y, al mismo tiempo colaborar, participar, proponer desde la mirada femenina y propiciar el discernimiento y la decisión compartida. En definitiva, un nuevo camino equilibrado de serena parresía.
P.- ¿Qué fue lo más difícil?
R.- He intentado estar siempre investigando y no adaptarme a estereotipos obvios. Me explico. Me he mantenido vigilante en una actitud de escucha activa que acoge, evalúa y discierne, para poder sustentar la vida de la Iglesia y la vida consagrada con parresía, pensamiento y propuestas desde una mirada femenina. Me he formado con pasión y, a veces ha sido difícil, para escuchar otras voces y participar críticamente, más allá de cualquier barrera ideológica. He tratado de dejarme interpelar continuamente por las cuestiones culturales contemporáneas, fomentando en lo posible el desarrollo, la praxis y las decisiones en favor del humanum, hombre-mujer, y su crecimiento en la novedad del Evangelio.
Para ello me repetía, y me repito la frase de Madeleine Delbrêl: “Leer el evangelio cogiéndolo con las manos de la Iglesia de la misma forma como se come el pan”. Madeleine fue una fuente de preciosa inspiración. Admiro su visión contemplativa y orante de la vida, el equilibrio y la dialéctica entre acción y contemplación, entre conexión visceral entre la Iglesia y la intolerancia hacia los posibles excesos del formalismo y el poder, entre claridad crítica y humilde compasión. Y me fascina su visión misionera que no excluye a nadie.
P.- ¿Existe alguna contribución específica que las mujeres puedan ofrecer dentro de un organismo masculino como la Curia Romana?
R.- Es un lugar que podría intimidar. Precisamente por eso, el desafío es no ceder a la tentación de vivir el propio rol como una mera función que cumplir. Creo que la Iglesia pide a las mujeres que vayan más allá de su cometido y expresen plenamente su potencial. Que pongan en juego esa peculiaridad enteramente femenina de unir mente y corazón que las hace capaces de intuir, vislumbrar e iniciar procesos. Disfruté del encuentro con cientos de consagrados y consagradas y con los pastores de la Iglesia, con diferentes comunidades en diferentes circunstancias. Fue una escuela de búsqueda común, un proceso juntos en la novedad del Evangelio. Pequeños pasos para que la Iglesia se exprese en la belleza de lo humano, recíproca, armoniosa, dialéctica y vital.
*Entrevista original publicada en el número de noviembre de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva