Superado el shock inicial tras la contundente elección presidencial de Javier Milei, el pasado 19 de noviembre, quien había proferido graves insultos contra el papa Francisco antes de la campaña, la Iglesia argentina ha ido poco a poco resituándose en el nuevo contexto. Así, si en las primeras horas solo hubo una breve declaración formal (de cinco líneas) del Episcopado, que se sumaba a la previa felicitación de su presidente, Oscar Ojea, quien dio un paso significativo fue el propio Jorge Mario Bergoglio, que llamó personalmente por teléfono al mandatario electo. Una conversación que, como trascendió, fue amena y en la que el político libertario reiteró al Papa su invitación para que visite su país natal en 2024.
Además, el equipo de Milei anunció a los pocos días que el presidente y su vicepresidenta, Victoria Villaruel, habían recibido directamente desde el Vaticano dos rosarios bendecidos por el Papa. Esta clara muestra de buena voluntad de Francisco se ha dirigido hacia el vencedor en las urnas, pero también hacia el derrotado peronismo. De hecho, el actual dirigente, Alberto Fernández, quien estos días iba a viajar a la Santa Sede para despedirse del Papa, ha asegurado que lo hará, aunque ya será más tarde de lo previsto, una vez que se haya consumado la entrega de poderes, este 10 de diciembre. Lo mismo ha ocurrido con su vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, que gobernó Argentina entre 2007 y 2015 y que también anuló a última hora un viaje a Roma para ver a Bergoglio.
Congratulado por esta sucesión de buenos gestos, el obispo argentino de San Francisco, Sergio Buenanueva, explica a Vida Nueva que, pese a las dificultades, hay motivos para la esperanza.
PREGUNTA.- ¿Cuál es el estado de ánimo de la sociedad argentina tras la reciente elección presidencial de Milei, al que han votado incluso algunos que no simpatizarían con muchos de sus principios pero que, desesperanzados en medio de un sistema que ven fallido, con la pobreza creciendo cada vez más, apuestan por un “cambio radical”?
RESPUESTA.- Creo oportuno describir brevemente desde qué lugar hablo como pastor y obispo. Vivo el ministerio en una diócesis que está en el centro del país, en lo que llamamos la “pampa gringa”: zona fértil, agrícola y ganadera, con importantes industrias. “Gringa”, por la gran inmigración italiana, predominantemente piamontesa. Una zona con un bienestar superior a otras zonas del país. Aquí ganó por amplia mayoría la propuesta de La Libertad Avanza. Además, hay que decir que el peronismo, que gobierna nuestra provincia de Córdoba, está en conflicto desde siempre con el kirchnerismo.
Gobierno y productores han insistido en que el Gobierno nacional “nos saque de encima el pie” (quita de impuestos y otras restricciones). En esto hay un reclamo justo, pero también una cultura del trabajo y la producción a la que le cuesta ver la solidaridad con otros sectores más vulnerables.
Ha sido además un extenuante año electoral. La ley argentina habilita a gobernadores e intendentes (alcaldes) a elegir cuándo son las elecciones locales. Eso ha significado que, desde el inicio del año hasta el pasado 19 de noviembre, hemos estado acudiendo a las urnas. En medio de una crisis económica y social angustiante, ese escenario electoral ha añadido buena cuota de incertidumbre y hartazgo. Pienso que debe cambiar. Lo he manifestado públicamente también.
Ahora hay un cambio de actitud. Digamos que se han aflojado tensiones, pero estamos a la expectativa del rumbo que tomará el Gobierno nacional. Nos damos cuenta de que es una situación explosiva, pues nos amenaza un viejo fenómeno conocido de la sociedad argentina: la hiperinflación; o una situación parecida.
En el voto por Milei ha habido hartazgo, deseo de cambio radical y, en ese sentido, una cierta expectativa de mejora hacia el futuro. Ahora predomina una expectación abierta. Veremos.
P.- La Iglesia, a nivel de su Episcopado, se ha mantenido prudente y ha recibido su victoria electoral con un respeto formal y se diría que expectante. Como pastor que acompaña a muchas personas que seguramente lo están pasando mal en un momento delicado de la historia argentina, ¿qué espera de este tiempo que ahora empieza?
R.- Como pastor he insistido en dos aspectos complementarios: por un lado, trabajar como pueblo en una “rehabilitación de la política”, en línea con lo que enseña el papa Francisco en ‘Fratelli tutti’. Es una tarea de todos, pero, de manera especial y más exigente, para los hombres y mujeres de la política. Buscar un proyecto común de país, saber poner en segundo plano los intereses propios o de grupo, buscar consensos…
La democracia argentina es más bien corporativa; por eso, el trabajo por el bien común se confunde con la búsqueda de arreglo para satisfacer los intereses de sectores de poder (campo, industria, sindicatos…). El sistema democrático que diseña nuestra Constitución (primacía de la ley y Estado de Derecho, división de poderes y contrapeso a los poderes ejecutivos, etc.) parece más formal que asumido por nuestro pueblo. Personalmente, pienso que aquí hay mucho trabajo por hacer.
El segundo aspecto es también un trabajo común, pero de más largo alance: recrear la amistad social y la convivencia entre los argentinos. También en consonancia con la propuesta de ‘Fratelli tutti’. Tal vez aquí haya un punto de contacto con la sociedad española: somos pasionales y hemos vivido fuertes conflictos que nos han llevado a sucesivas polarizaciones. Nosotros, en este último tiempo, hablamos de una “grieta” que separa políticamente a unos de otros, con la lógica “amigo-enemigo” como rectora de la conflictividad social. Creo que hay que apostar por la amistad social y un trabajo fuerte para reconocernos hermanos, semejantes, especialmente en las diferencias. Nos cuesta vivir la lógica de la pluralidad como núcleo ético de la democracia. Es una insistencia del Episcopado desde la gran crisis de 2001.
El Episcopado, con ayuda de la Universidad Católica Argentina (UCA), acaba de terminar de publicar los tres volúmenes de la obra colectiva ‘La verdad los hará libres’, que repasa el accionar de la Iglesia (Santa Sede, Episcopado, sacerdotes, consagrados y laicos) en los años oscuros de la dictadura y el terrorismo de Estado. El último volumen apunta a una lectura teológico-pastoral de aquel período de nuestra historia. De ahí venimos, pero también de esa experiencia tenemos que aprender. Creo que es una de las contribuciones más de fondo de nuestra Iglesia a la sociedad argentina en camino de recuperar concordia.
P.- Milei, antes y durante la campaña, se mostró vehemente en contra de su compatriota más universal, el papa Francisco, al que incluso le dedicó groseros insultos. Pese a ello, Bergoglio ha optado por la mano tendida y no ha dudado en llamarle para felicitarle y reclamarle “coraje y sabiduría” en su mandato. ¿Cómo valora esa actitud del Papa, siempre presto a coser heridas y a mirar por el bien común?
R.- Lo valoro muy positivamente: me parece que es un gesto superador enraizado en el Evangelio. Similar a la actitud que Francisco tuvo con Hebe de Bonafini [histórica dirigente de las Madres de Plaza de Mayo], quien también lo había hecho objeto de fuertes y ofensivas declaraciones. Milei ha respondido con altura, reconociendo el gesto del Papa. Creo que además está muy bien asesorado, porque no solo lo invitó a visitar el país, sino que además subrayó que, por encima de su condición de jefe de Estado, el Papa es el jefe de los católicos. Remarcó así lo que nosotros llamamos el perfil pastoral del obispo de Roma.
Salvo sectores muy fanatizados, de uno y otro color, en general, el gesto de Francisco y la pronta respuesta de Milei han sido valorados muy positivamente. El presidente electo incluso ha señalado que, durante su primer viaje fuera del continente, que será a Israel, intentará ser recibido por Francisco.
En cuanto al pasado, sí, la forma en que Milei se refirió al Papa fue inapropiada, ofensiva y repudiable. De todos modos, no podemos ocultar que la divergencia se encuentra en otro plano: la filosofía liberal-libertaria que Milei profesa está en las antípodas del humanismo cristiano, no solo de los acentos del magisterio de Francisco. Son las ideas las que preocupan, aunque sabemos que el ejercicio del poder en un contexto tan complejo como el argentino lleva muchas veces al pragmatismo ejecutivo. Veremos cómo se desarrolla su gestión. El episcopado tendrá que seguir profundizando una línea de acción que viene desde la época en que Bergoglio era presidente de la CEA: libertad frente al gobierno, respeto y colaboración.
P.- De darse al fin el esperado viaje en 2024, ¿qué supondría para Argentina que Jorge Mario Bergoglio volviera a casa, aunque fuera por unos días? ¿Se encontraría un país muy diferente del que dejó hace una década? ¿Francisco sabría dar en la diana y generar ese necesario aldabonazo nacional para que su sociedad recupere la esperanza?
R.- El país ha cambiado en estos diez años. También la realidad eclesial y pastoral, sobre todo después de la pandemia. Yo espero que el viaje finalmente se dé. Y es un viaje “pastoral”. Para mí reviste un doble significado: reencuentro del Papa con la tierra donde nació, en la que recibió la fe y aprendió a vivir su vocación como jesuita y después como pastor. Y un reencuentro de nosotros con él. Nos hará bien a todos.
Pero lo más importante es que, si el viaje pastoral se concreta, será la visita de este argentino que es obispo de Roma y, por tanto, tiene como misión fundamental confirmarnos en la fe y alentar el anuncio del Evangelio. Conociendo los acentos con que Francisco vive el “oficio petrino” (por ejemplo, como resuenan en ‘Evangelii gaudium’), creo que acertaría en invitarnos a vivir el Evangelio y la misión con alegría y libertad interior. Una Iglesia libre, pobre, despojada de poder, pero alegre y misionera.