Cono Sur

Benjamín Ossandón: “La narcocultura reclama de la Iglesia una opción preferencial”

  • El sacerdote está revitalizando desde hace un año la Pastoral Nacional de Alcohol y Drogas en Chile
  • Un reciente encuentro nacional impulsó con energía nuevos enfoques que convocan a las comunidades eclesiales





El consumo y tráfico de drogas es uno de los problemas sociales actuales más graves en Chile. Aumento de la violencia, sufrimiento en miles de familias, miedo y repliegue de las personas y comunidades, son algunos efectos.



Hace más de 50 años se creó en la zona sur de Santiago el Policlínico de Alcoholismo y Drogadicción “Obispo Enrique Alvear”. Nació en 1968 como Club de Abstemios; en 1975 fue policlínico y en 1982 se extendió a las drogas. Su fundador, el sacerdote Sergio Naser, le dio un enfoque bio-psico-social-espiritual. Lo espiritual es el eje que anima el trabajo de especialistas: médicos, psicólogos, asistentes sociales, que entregan una atención integral, tanto en grupos como individual, según las necesidades de los adictos.

Urgencia de este drama

Ha sido impulsor de acciones en otros lugares y animador de coordinación nacional en la Pastoral Nacional de Alcohol y Drogas (PANAD), de la Conferencia Episcopal de Chile. Esta pastoral ha perdido fuerza en los últimos años, en un contexto en el que crece más y más el daño y la desolación que produce el tráfico y el consumo de drogas a las personas, familias y comunidades.

La urgencia de este drama motivó el Encuentro realizado en Copiapó con unos 30 representantes de instituciones especializadas, que contó con el apoyo de Charly Olivero, sacerdote argentino, encargado de la Pastoral Latinoamericana de Acompañamiento y Prevención de Adicciones, quien realizó un taller de capacitación técnica con elementos antropológicos, las dimensiones biológicas, social, sicológica y espiritual del tema y una caja de herramientas pastorales.

Benjamín Ossandón, sacerdote que coordina esta pastoral a nivel nacional y participa en el Policlínico Enrique Alvear, organizó el encuentro de Copiapó. Consultado por Vida Nueva, dijo que “allí se acentuó la importancia de una acción terapéutica con un fuerte entramado comunitario para fortalecer la contención, la escucha, el apoyo y la cercanía. También vimos indispensable que esta labor sea reconocida por todos en la Iglesia porque son nuestros amados hermanos quienes están en este peligro grave que es la droga. Las comunidades eclesiales tienen la fuerza necesaria para la prevención y rehabilitación”.

PREGUNTA.- ¿Qué actividades realizan hoy a nivel nacional?

RESPUESTA.- En las diócesis hay diversos tipos de actividades, a nivel nacional hace un año estamos refundando esta Pastoral y nos hemos propuesto ‘abrir la cancha’ para lo cual estamos iniciando el movimiento “Nadie menos por la droga” en todo el país, que ofrece espacio para hacer oración y contención.

El territorio: puerta cercana y amigable

Además, estamos preparando iniciar centros de escucha en territorios vinculados a capillas o comunidades, para que éstos sean las puertas cercanas, amigables, para la contención y apoyo. La idea es que voluntarios de la misma comunidad se incorporen a estos centros para así fortalecer el tejido social en torno a quienes buscan nuestro apoyo.

También estamos preparando un programa de capacitación para agentes pastorales que se habiliten para ser agentes de acogida, apoyo y rehabilitación.

P.- ¿Qué recepción tiene este tema en los obispos y clero del país?

R.- Buena, porque se dan cuenta de su gravedad y que afecta a mucha gente. Muchos todavía creen que no tienen nada que aportar, pero eso es una trampa porque en esto todos tenemos que aportar: las comunidades pueden dar calor de hogar, cercanía, a quienes sufren este drama y que reciban amor sin condiciones, sean escuchados. Esta es la mayor parte necesaria para la prevención y la recuperación.

Labor propia de la Iglesia

Es una labor propia de la iglesia. No hay que caer en la tentación de creer que el conocimiento es lo que salva. Sin duda se necesitan profesionales y personas que sepan, pero lo que salva, por sobre todo, es el amor. Esto es lo que deben dar nuestras comunidades. Tan importante como lo que ocurre en el box de atención al adicto, es lo que le ofrece su entorno. Si es acogida, cercanía, cariño, tienen una gran parte del camino a su favor. Familia, amigos, tienen mucho que aportar, no reemplazan al profesional, pero son indispensables porque siempre podemos acompañar, sostener, poner la mano de ayuda.

Como Iglesia no podemos ‘pasar de largo’ ante tanto sufrimiento, sino, como el Buen Samaritano abrazar al hermano que está roto y tirado en el camino por el consumo y sus secuelas.

P.- La propuesta de estimular acogida en las comunidades requiere articulación con la estructura de la iglesia.

R.- Estamos conversando con algunos obispos para construir esa articulación desde nuestro servicio nacional, radicado en la Pastoral Social-Cáritas de la Conferencia Episcopal, con los organismos de sus diócesis. Articulación flexible y liviana que facilite el trabajo de los territorios. No se trata de formar una estructura eclesial, sino animar a las comunidades, en parroquias, colegios, movimientos, para que vivan la misericordia, sobre todo para quienes están desolados por el problema de la droga. La metodología es salir al encuentro, acercarnos a quienes están en las esquinas, organizando un acompañamiento misericordioso.

P.- Frente a la fuerza de la organización del narcotráfico en Chile, ¿qué actividades realizan ustedes?

R.- Por ahora tenemos una red de centros de tratamiento y comunidades terapéuticas, tenemos al movimiento “Nadie menos por la droga” que permite generar conciencia y actuar. Ante la avalancha del narcotráfico en nuestro país, es muy poco lo que hacemos. No podemos dejar de pensar en lo mucho que podríamos hacer como comunidades organizadas, en todo el territorio, porque somos muchos y tenemos la buena voluntad para ayudar.

En el territorio se juega la vida de las personas, por esto los narcos se lo disputan, y nosotros tenemos esa valiosa presencia en todo el territorio, con un soporte y un sentido de vida que es fundamental para hacernos cargo de las causas profundas del actual tráfico y consumo de drogas en el país. Tenemos una Buena Noticia que ofrece una Vida más potente que la de la narcocultura. Esta alternativa luminosa que ofrecemos es una fuerza que debemos organizar para que sea un virus positivo que se expanda exponencialmente, como una pandemia de misericordia.

Estamos hablando de una emergencia nacional que reclama de nuestra iglesia una opción preferencial para entregar una apremiante respuesta a este nuevo rostro de exclusión y a un elocuente signo de los tiempos.

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