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Las palabras del Papa “resuenan en los pasillos de la COP28”





Del 30 de noviembre al 12 de diciembre, Dubái acoge la Cumbre del Clima de la ONU. Dos semanas de negociaciones en los despachos y en los pasillos y en las que, además de las delegaciones estatales, las entidades sociales tienen una fuerte presencia. Así, en el caso de la Iglesia, de un modo paralelo a la Delegación de la Santa Sede, las principales organizaciones y plataformas católicas tratan de influir en lo posible para que la COP28 no sea otra cumbre que se cierre con palabras vacías, sino con compromisos concretos y verificables.



La abogada canadiense Josianne Gauthier, secretaria general de CIDSE, la familia internacional de organizaciones católicas de justicia social (de la que es miembro la española Manos Unidas, que a su vez ha suscrito un significativo manifiesto en la red Enlázate por la Justicia), explica a ‘Vida Nueva’ que “tenemos grandes expectativas sobre la cumbre”. Y más en “este año ha sido particularmente difícil, con temperaturas anormales durante todo el curso, sequías e inundaciones, y, por supuesto, las situaciones geopolíticas, que no hacen sino exacerbar la injusticia social en el mundo”. Por ello, “nuestra esperanza es que las decisiones alcanzadas sean ambiciosas y reconozcan la urgencia de la crisis climática”.

Fondo de Pérdidas y Daños

Un horizonte en el que emerge con claridad “el Fondo de Pérdidas y Daños, que entró en funcionamiento el primer día de la conferencia y que debe construirse con el compromiso necesario para que, quienes más sufren las consecuencias de la crisis climática, puedan encontrar justicia”.

Un objetivo en el que CIDSE pone como modelo al papa Francisco, “un referente importante en la lucha por la justicia climática. Laudato si’ marcó los pasos de muchas organizaciones católicas, como la nuestra, hacia una conversión sistémica por el bien de nuestra casa común. Lo mismo que en Laudate Deum, donde, una vez más, nos llama a atender el llanto de los pobres y actuar por un cambio radical, liderado por el amor y la fe”.

En clave de sinodalidad

De este modo, también en este ámbito, “es muy importante tener presente la llamada a la sinodalidad y reflexionar como comunidad. Nuestra Casa Común es responsabilidad de todos, aunque no todos compartamos el mismo nivel de responsabilidad. Como comunidad católica, estamos llamados a cuidarla e instar a nuestros líderes a tomar las decisiones necesarias para la acción climática. Estamos aquí para sacar la conversación de los parámetros puramente técnicos, políticos y económicos. Estamos aquí para impulsar algo más grande que las agendas nacionales. Traemos la narrativa de que el cambio no solo es urgente y necesario, sino que es posible si trabajamos juntos y nos apoyamos mutuamente”.

El brasileño Rodrigo Fadul, secretario de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), también se muestra positivo: “Hay grandes esperanzas de que la COP28 avance en la aplicación de los acuerdos para mitigar la crisis climática. No solo es esperanza, sino que consideramos una obligación que los países más ricos, que son los que más contaminan el medio ambiente, tomen medidas urgentes para aplicar los acuerdos firmados entre las partes”. Y es que “los países más pobres son los que más sufren los efectos del cambio climático, por lo que todos somos corresponsables de los impactos causados al planeta, especialmente los países más ricos”.

Por la supervivencia de los más pobres

Desde esta necesidad de “poner en práctica los acuerdos”, un aspecto fundamental es “un fondo climático que garantice la supervivencia de los más pobres, porque corremos el grave riesgo de ver morir a muchas personas víctimas de la ambición del poder económico y del individualismo que se ha instalado en el mundo”. Además, “es urgente reducir la emisión de gases que contaminan la atmósfera”.

Para el secretario de la REPAM, “la Iglesia ha hecho una contribución fundamental a la mitigación de la crisis climática con sus organizaciones territoriales. Sabemos que tenemos que hacer mucho más, pero un enfoque cuidadoso de los biomas de la Tierra ha sido un sello distintivo de la labor de la Iglesia católica en varios continentes”. Además de que “el pontificado de Francisco nos anima a seguir adelante, colaborando con otras organizaciones para superar la crisis climática y otros muchos problemas que aquejan a la humanidad. La Iglesia tiene mucho que aportar a la causa socioambiental”.

La COP30, en la Amazonía brasileña

Trabajando intensamente en la COP28, pero también ya de cara a “la COP30, que se celebrará en 2025 en la ciudad de Belém, en la Amazonía brasileña”, Fadul sueña con que a tan importante cita sí pueda ir Bergoglio, “cuyo legado es una bendición para la Iglesia. Los documentos del magisterio y el modelo de sinodalidad que ha defendido representan un principio dialogal de una Iglesia más atenta a lo que sucede en el mundo contemporáneo. Una Iglesia preocupada por el bien común y que busca ofrecer alternativas para mitigar la crisis climática entre los más pobres”.

Para ello, hay que ejercer una fuerte labor de concienciación, pues la realidad muestra que muchos ciudadanos, incluidos bastantes cristianos, son negacionistas de un fenómeno documentado por la ciencia como el cambio climático: “Creo que muchas personas aún no son conscientes de los impactos reales que la crisis climática ha tenido en sus vidas y que podrían agravarse mucho más en un futuro próximo. Los últimos acontecimientos climáticos en todo el mundo, como inundaciones, tsunamis, corrimientos de tierra, sequías y aumento de las temperaturas, son considerados por muchos como ‘fenómenos naturales’. Pero no lo son. La acción destructiva de los ecosistemas también tiene muchas consecuencias”.

No hay tiempo que perder

El último testimonio es el de Lisa Sullivan, responsable de la entidad eclesial climática Oficina Maryknoll para Asuntos Globales. Recién aterrizada en Dubái desde Washington, clama que “la urgencia de la crisis climática significa que no hay tiempo que perder. Los miembros del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU nos dan menos de siete años para cambiar radicalmente de rumbo en la quema de combustibles fósiles, o se producirán acontecimientos catastróficos”.

Por “imperfecto” que sea el modelo de “la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima”, la realidad es que “es el foro que el mundo tiene actualmente”. Por ello, no valen los lamentos y hay que arremangarse desde el primer día: “Aquí, en Dubái, representantes de 198 países se reúnen para determinar cómo avanzar (juntos) para salvar nuestra Casa Común. Otros miles de observadores oficiales y activistas también han acudido a la COP, incluidos representantes de los principales grupos religiosos”. Como testimonio “de ese creciente papel, habrá por primera vez un Pabellón de la Fe oficial en la COP. Estas voces, así como otras, presionarán a los representantes de los países para que aborden el problema subyacente que calienta nuestro planeta: la quema de combustibles fósiles. Hay una sensación palpable de que se tomarán los primeros pasos necesarios en esa dirección en esta cumbre”.

Una voz profética

Un anhelo en el que Sullivan también se apoya en el papa Francisco, que “se ha convertido en una voz profética en favor de la justicia climática. Laudato si’ fue un elocuente llamamiento a todos los ciudadanos del mundo para que escucharan el clamor de la tierra y el clamor de los pobres. La unión de estas dos preocupaciones, la de la tierra y la de los pobres, influyó en la configuración del Fondo de Pérdidas y Daños, que pretende ayudar a los países más vulnerables y que menos han contribuido al cambio climático”. De ahí que, como mínimo, haya que reconocer su influencia de cara a que “la COP28, en su primera jornada, se abriera con la aprobación de este fondo”.

De este modo, “aunque su salud le impidiera estar aquí físicamente, las palabras de Bergoglio en Laudate Deum resuenan en los pasillos de la COP28, ya que pide a los líderes que tengan el ‘coraje’ de hacer ‘vinculantes formas de transición energética que cumplan tres condiciones: que sean eficientes, obligatorias y fácilmente controlables. (…) Solo de esta manera concreta será posible reducir significativamente los niveles de dióxido de carbono y evitar males mayores con el paso del tiempo’”.

Una tarea de todos

Como concluye la responsable de la Oficina Maryknoll, “el cuidado de nuestra Casa Común es una tarea en la que todos y cada uno de nosotros estamos llamados a participar como expresión de amor a la creación de Dios. Un paso básico es preservar lo que es autóctono de nuestras tierras, reservar una zona de nuestra casa o escuela o iglesia, para permitir que vuelvan las plantas y árboles e insectos nativos. Esto absorberá el peligroso carbono y preservará la biodiversidad, tan importante, dado que más de un millón de especies están en peligro de desaparecer. En nuestras comunidades religiosas podemos también dedicar tiempo y esfuerzo a explorar cuál es exactamente la fuente de la energía que calienta e ilumina nuestras escuelas e iglesias, y explorar alternativas renovables”.

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