La eslovena Comunidad de Loyola, una de las dos grandes obras espirituales de Marko Rupnik junto al romano Centro Aletti, parece abocarse a su extinción. Así lo adelanta el medio portugués ‘Sete Margens’, que informa de que al Arzobispado de Ljubljana ya le consta la decisión del Dicasterio para la Vida Consagrada de cerrar esta comunidad de vida religiosa femenina que el reconocido mosaiquista ayudó a fundar en los años 80.
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Esta tajante decisión ya se le habría comunicado a finales de noviembre a Daniele Libanori, obispo auxiliar de Roma y comisario vaticano que ha realizado una visita canónica para conocer la situación del instituto religioso. Ahora también se le ha transmitido a la Archidiócesis de Ljubljana, en Eslovenia, donde se originó la Comunidad de Loyola.
Contra la dignidad de las hermanas
El primer fruto de esta investigación ya llegó el pasado 21 de junio (aunque se conoció varios meses después, tras destaparlo también ‘Sete Margens’), cuando el Dicasterio para la Vida Consagrada destituyó a Ivanka Hosta como superiora de la Comunidad de Loyola al considerar que ejercía “un estilo de gobierno lesivo a la dignidad y los derechos de cada una de las religiosas que forman parte de ella”. Se ratificaba así la investigación del jesuita Libanori, que, entre octubre de 2020 y julio de 2022, fue enviado por el Vaticano como comisario para estudiar los hechos.
Tras tener acceso el medio portugués al “decreto disciplinar”, se conocía que se aplicaba a la religiosa una “amonestación formal” en la que se recalcaba la “prohibición de asumir cualquier cargo o función gubernamental, así como dirección espiritual dentro de la Comunidad Loyola”.
Además, se la conminaba a establecer su residencia “en la comunidad que este instituto tiene en Portugal”. Eso sí, con la “prohibición de contactar, directa o indirectamente, con las monjas o ex monjas de la Comunidad de Loyola por un período de tres años”.
Peregrinación penitencial
La última medida era la obligatoriedad de “peregrinar una vez al mes, durante un año, a un santuario mariano fácilmente accesible desde su residencia”, donde “deberá rezar por las víctimas del comportamiento del P. Marko Ivan Rupnik y por todas las monjas de la Comunidad de Loyola”.
Esta última referencia al ex jesuita, expulsado de la Compañía por abusos, pero al que sin embargo se había absuelto en la visita canónica de la Diócesis de Roma (después, el mismo papa Francisco, encargó a Doctrina de la Fe que reabriera el caso y fuera hasta el final), era más que significativa. Y es que el artista es el histórico referente espiritual de la Comunidad de Loyola, considerada como otra de sus obras espirituales junto al Centro Aletti. De hecho, Ivanka Hosta fue su mano derecha a la hora de impulsar el instituto, en los años 80 en Eslovenia, aún bajo el régimen soviético, por lo que debía moverse en la clandestinidad. Tras caer el Muro, ya a inicios de los 90, llegó su erección canónica como tal.
Como en el caso de Rupnik, parece ser que su principal colaboradora en la Comunidad de Loyola incurrió en el abuso contra las religiosas de las que era superiora desde los tiempos fundacionales y a lo largo de estas tres décadas. En este caso, abusos de autoridad, ejerciendo actitudes consideradas despóticas.
Un año sin actuar
Pese a ello, también entonces fue significativo que se tardara un año en actuar desde que Libanori concluyera su investigación y su juicio sobre la superiora fuera tajante, encontrando en su contra evidencias de sobra. Aún más ante la evidencia de que, aunque no tenía ningún cargo oficial, Rupnik era el auténtico alma mater de la Comunidad de Loyola, actuando codo con codo con Hosta.
Eso sí, hubo un momento, ya en esa primera etapa, en el que ambos chocaron y, si bien el grueso de las hermanas se mantuvo junto a la religiosa, hubo una escisión y otras acabaron ingresando en el Centro Aletti, del que el artista jesuita esloveno ha sido director hasta su reciente salida por acusaciones de abusos. Entre las religiosas que en su día dejaron el instituto para irse con Rupnik, estuvo Maria Campatelli, actual directora del Centro Aletti y quien, en septiembre, se entrevistó con el Papa.
Otro aspecto a tener en cuenta es que, según varias de las religiosas que han denunciado los abusos sexuales y de conciencia de Rupnik, estos hechos ya se dieron en la misma época de la fundación, entre los años 80 y los primeros 90. Según las denunciantes, de ellos habría sido conocedora Hosta, tras acudir a ella en busca de apoyo, pero ella nunca habría hecho nada por defender a sus hermanas o denunciar públicamente al artista.
Ocultamiento e infamias
Hasta tal punto llegó su protección de Rupnik, que en esos años pudo abusar de una veintena de hermanas, que, cuando una de ellas trató de alejarse de él, para evitar que lo denunciara y tuviera eco, llegó a escribir a su familia para decirles que “padecía esquizofrenia”.
También en septiembre, en los días en que el Vicariato de Roma dispensaba a Rupnik de las graves acusaciones en su contra (por lo que sigue siendo sacerdote aunque haya sido expulsado de los jesuitas), ante lo que consideraba como una maniobra desde el Vaticano para tapar a Rupnik (al poco el Papa reabrió el caso y se lo encargó a Doctrina de la Fe), Fabrizia Raguso dio un paso al frente y, en una entrevista publicada por el medio italiano ‘Brújula Cotidiana’, se identificó como una de sus víctimas. Con nombre y apellidos.
Como declaró, por consejo del artista, en 1991 se trasladó a Eslovenia y decidió entrar en la naciente Comunidad de Loyola, ingresando en su noviciado. Al poco, empezaron los abusos. Sobre ella y sobre muchas compañeras más.
Verdaderamente peligrosos
De ahí que ahora fuera contundente en su denuncia: “Rupnik e Ivanka Hosta son verdaderamente peligrosos. Hay que detenerlos definitivamente. Ahora, ante este torpe, pero también arrogante intento de rehabilitar a Rupnik y al Centro Aletti, sentimos que esperar verdad y justicia de las autoridades eclesiales era una pérdida de tiempo”.
De ahí la urgencia de visibilizar su caso: “Teníamos que dar un paso decisivo: escribir una carta abierta y poner nuestros nombres y títulos académicos fue una manera de dar rostro y nombre a las víctimas y contrarrestar la idea preconcebida de que las víctimas son ‘vulnerables’ porque no se dan cuenta o son poco instruidas”.
Tras lamentar que, aún hoy, “muchas de las hermanas están todavía bastante mal y nunca han recibido ninguna ayuda, ni material ni psicológica”, Raguso, miembro de la primera generación de la Comunidad de Loyola, explicaba que “siempre he visto a Rupnik como un verdadero narcisista y con muchas ganas de afirmarse, de ganar fama y poder; muy colérico cuando se le contradice”.
Y, respecto a Hosta, tenía la impresión “de que, a su vez, Ivanka ha sufrido violencia o algún tipo de abuso, y que así se construyó ‘una historia paralela’. Además del autoritarismo con el que condujo la comunidad después de la separación de Rupnik, creó un mito sobre su familia, como si fuese casi perfecta, y los católicos eslovenos, como si fueran los únicos verdaderamente creyentes. Por eso eran impuestos como modelos absolutos, sobre todo para nosotras, las italianas”.