Aplausos, música y vítores al nuevo Beato resonaron en la plaza principal de la ciudad de Luján, mientras las imágenes del cardenal Eduardo Francisco Pironio fueron desplegadas ante todos los presentes que se acercaron a participar de esta fiesta de la Iglesia.
Esta Misa de Beatificación está presidida por el cardenal Fernando Vérgez Álzaga, representante papal; el presidente y secretario general del CELAM, Jaime Spengler y Lizardo Estrada, respectivamente; el cardenal de El Salvador, Gregorio Rosa Chávez, y el cardenal Baltazar Porras, arzobispo de Caracas; el nuncio apostólico en Argentina, Miroslaw Adamczyk, y los obispos de la Conferencia Episcopal Argentina, entre otros.
Después de que el padre Toni Witwer sj leyera una biografía de Eduardo Francisco, el obispo de Chascomús, Carlos Malfa, quien fuera su exsecretario en la diócesis de Mar del Plata, procedió a la lectura del texto en el que el Santo Padre declara la beatitud de Pironio: “concedemos que el Venerable Siervo de Dios, Eduardo Francisco Pironio, Cardenal de la Santa Iglesia Romana, humilde pastor, según el espíritu del Concilio Vaticano II, testigo de esperanza y paciencia evangélicas, infatigable defensor de la causa de los hermanos más pobres, de ahora en adelante, sea llamado Beato”.
El enviado papal expresó la necesidad de agradecer al Santo Papa el don de esta beatificación allí, a los pies de Nuestra Señora de Luján, donde quiso ser enterrado. “Gracias, Papa Francisco, por este don de quien fue el Cardenal… amado Padre y Maestro para todos nosotros. Su Palabra, su vida y ejemplo están siempre presentes en nuestros corazones“, aseveró.
Reconoció que el cardenal abría horizontes, no cerraba nunca la puerta a ninguno, demostraba gran paciencia, y en esto reflejaba el amor de Dios por nosotros. Añadió que, recordar a Pironio, el amigo de Dios, significa hacer recuerdo del hombre y del sacerdote que marcó a la Iglesia de Jesucristo para caminar seguros hacia Dios con los amigos.
Seguidamente, marcó características del obispo: testigo de esperanza y paciencia, defensor denodado en la causa de sus hermanos más pobres. “Estas palabras resultaron necesidades humanas del Cardenal, que supo vivir siguiendo a Cristo en cualquier situación en la que se encontraba”, aseguró.
Vérgez señaló que fue un ejemplo vivo de fidelidad al Evangelio, a la Iglesia y al Magisterio del Papa. Dijo, también que huyó de todo personalismo, comunicaba la verdad del Evangelio y la integridad de la tradición. Fue un misionero con la palabra y con el ejemplo; fue un proclamador del Evangelio con todo su ser, es más, hizo de la misión su objetivo diario”, agregó.
Luego, leyó el diario que escribió al comenzar su ministerio en Roma, el 8 de diciembre de 1975: “Necesito estar a solas y orar más, pero en dos horas de larga y silenciosa contemplación del misterio de la Iglesia El Papa me ha llamado a trabajar a su lado, no sé nada, ni puedo nada, pero me entrego como María. Sí, soy el servidor del Señor… Me cuesta mucho acostumbrarme, todos me reciben con cariño… todos me esperan con esperanza, creen que voy a cambiar el mundo y la Iglesia. Me creen sabio y santo, equilibrado y ambiente, simple y pobre, ¡qué equivocados todos”.
Asimismo, rescató el carácter misionero que tenía Pironio. En la III Jornada Mundial de la Juventud en Manila, presidida por San Juan Pablo II, le pidió a los jóvenes: “Hoy se trata de elegir, de comprometernos a servirle como misioneros en el corazón de la sociedad. Como el Padre me envió, yo también los envío. Acogemos a Cristo, la piedra angular… y nos disponemos a formar como Iglesia la comunidad de los nuevos peregrinos que quieren anunciar la buena nueva de Jesús en el corazón de la sociedad y construir con todos los hombres de buena voluntad la nueva civilización del amor. Caminamos con María, la Madre de Jesús”.
Valoró el sentido de la contemplación y de la cruz, vividas intensamente y dando testimonio de ello, sobre todo ante los sacerdotes. Afirmó tener, constantemente, esa experiencia del amor de Dios, tenerla en los momentos de oración y adoración, y en los momentos de generosa oración a los demás y de alegría compartida con nuestros hermanos sacerdotes. Del mismo modo, resaltó que su vida espiritual se nutrió de la piedad eucarística, de gran devoción mariana y de la adoración a los santos.
Antes de finalizar la homilía destacó: “El Cardenal estaba convencido que una actitud fuertemente contemplativa es absolutamente necesaria para toda la Iglesia. En un momento en que toda la Iglesia cobra conciencia de su misión profética: había dicho que no puede haber una verdadera profecía, una verdadera evangelización, -y es la urgencia de la Iglesia de hoy-, si no es desde el interior de la contemplación”.
La plaza se colmó con una comunidad eclesial que quiso ser testigo de este inolvidable momento. Alegría y esperanza son las palabras que se escuchan entre los fieles cuando hablan del pastor bueno y noble que testimonió el amor de Dios en cada rebaño encomendado: los seminaristas, la vida consagrada, las comunidades eclesiales, los laicos, y los jóvenes.
Esos mismos que, durante esta noche, rezaron y cantaron, a la espera de este gran acto de fe y gratitud hacia el gran pastor. Ese, que quizás muchos no conocieron personalmente, pero que dejó un legado para ellos que sean ahora, después de 25 años de su ausencia, semilla y testimonio.
Jóvenes que escucharon y se emocionaron con los testimonios de aquellos otros jóvenes de otros tiempos; pintaron grafitis; cantaron; rezaron por la vida espiritual del nuevo beato que no se cansó de pedir: “No tengan miedo, no pierdan la alegría”.