La argentina Laura Moreno, laica de la Institución Teresiana y quien lleva 16 años en España, es, desde 2019, responsable de la Delegación de Jóvenes de la Archidiócesis de Madrid. Una misión a la altura de su experiencia, pues ya en su país fue la responsable de la Delegación de Juventud de la Conferencia Episcopal. Entonces, en 1987, trabajó mano a mano con Pironio para la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Buenos Aires. La primera de todas.
De ahí que, tras su beatificación, como transmite a Vida Nueva, se declare emocionada y feliz. Y es que, “quienes conocimos al cardenal, reconocíamos en él algo especial; era un hombre de profunda fe, un hombre de Dios. Transmitía una serena paz y una alegría honda en su mirada y en sus gestos. Su sola presencia atraía. Siempre te recibía con una sonrisa, te llamaba por tu nombre y sentías el don de la acogida de alguien que sabías importante, pero que se hacía cercano, cotidiano, amigo.
Todo comenzó “el día que lo conocí, en un multitudinario encuentro de jóvenes realizado en Córdoba, Argentina, en 1985, unos meses después de haber sido nombrado por san Juan Pablo II presidente del Pontificio Consejo para los Laicos. Recuerdo su presencia ante más de 50.000 chicos que, apenas subió al escenario, silenciaron los cantos y la algarabía para escuchar su mensaje. Su voz llenaba el estadio y sus palabras llegaban al corazón por la fuerza y la claridad con las que transmitía”.
¿Qué les dijo para fascinar a esos miles de jóvenes en ebullición? “Les invitó a la audacia de ser discípulos del Señor y a ser Iglesia de la Pascua. Entregó a aquella generación el Kerigma, la proclamación de que ‘Jesús es el Señor, esperanza de la Gloria’ (Col 1,27). Y se lo dijo así: ‘Anuncien que han encontrado al Mesías, a Jesús, y que cambió totalmente su vida’. (…) Yo quiero decirles las razones de la esperanza, las exigencias de la esperanza y los compromisos de la esperanza’”.
Unos días después de ese encuentro, “recibió a un grupo de jóvenes que habíamos tenido diversas responsabilidades en aquel acontecimiento de varios días y que acudíamos con muchas propuestas pastorales. Se interesó por todo lo vivido, nos escuchó y, sobre todo, quiso conocernos uno a uno. Desde entonces, aquel pastor se hizo padre espiritual y amigo de muchos de nosotros. Confiaba en los jóvenes, sentíamos que nos escuchaba y nos tomaba en serio”.
Unos meses después, llegó la gran sorpresa: “Pironio invitó a aquella comisión nacional de jóvenes, presidida por el obispo Jorge Casaretto, a organizar la primera Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) fuera de Roma. Sería en Buenos Aires, los días 11 y 12 de abril de 1987. El papa Juan Pablo II la había instituido al finalizar el Año Internacional de la Juventud, declarado por Naciones Unidas”.
Ante tal colosal reto, “la relación se incrementó notoriamente en torno a los preparativos; el cardenal seguía las cuestiones logísticas, pero, sobre todo, cuidaba la animación espiritual y pastoral de aquel acontecimiento. Sorteamos no pocas dificultades en la organización de algo tan grande y a la vez desconocido, puesto que estaba naciendo, con la creatividad e inspiración pastoral de Pironio, receptivo también a nuestras propuestas. Sería la única vez que el Papa celebró el Domingo de Ramos, puerta de la Semana Santa, fuera de Roma. Lo hizo en la amplia Avenida 9 de julio, ante más de un millón de jóvenes llegados de América Latina y representaciones de diversos países del mundo”.
Desde entonces, “mantuve con él una comunicación epistolar, alternada con encuentros personales en torno a otras JMJ, a las que nos invitaba, así como visitas en Roma o en Buenos Aires, en sus días de descanso. Siempre nos recibía. Alentó mi cercanía, y posteriormente pertenencia, a la Institución Teresiana, asociación con la que tenía una fuerte vinculación. Con el tiempo, y al formar parte de la primera comisión para su causa de canonización, supe de la cantidad de personas en el mundo con las que mantenía una relación epistolar estable”.
Dirigiendo la mirada al pastor, Moreno recuerda “de manera especial cómo celebraba la eucaristía. Era como introducirse en el misterio de Dios, como una transfiguración de su alma mística y de su capacidad contemplativa. Aprendí de él, y con él, la importancia de la oración y el amor a la Iglesia universal, misterio de comunión misionera, Iglesia nacida en la Pascua y plenificada en Pentecostés, como le gustaba decir”.
En lo personal, la marcó cómo afrontó su muerte: “Pude estar cerca en algunos momentos de su etapa final, cuando la enfermedad, un cáncer que había sido diagnosticado poco antes de iniciar su misión en el Dicasterio para los Laicos, en 1984, había avanzado mucho, provocándole grandes limitaciones y dolores. No dejaba de sonreír, de dar paz y de aconsejar espiritualmente. Su adiós fue como vivió de cara al Señor, guiado por María, la madre de Jesús”.
Aunque a veces pasa desapercibida, Moreno valora su vivencia del episcopado: “Su paso en Argentina como obispo titular de Mar del Plata fue breve (apenas desde 1972 a 1976), pero dejó una huella pastoral muy fuerte. Leíamos sus homilías del triduo pascual en la catedral, sus meditaciones y sus oraciones marianas. Y, aunque por nuestra juventud desconocíamos muchas situaciones políticas, sabíamos que había sido perseguido por sectores reaccionarios del país, que lo consideraban ‘un obispo rojo’”.
De hecho, “eran años muy politizados. Tiempos de violencia ocasionada por grupos guerrilleros y repelida por una fuerte represión de fuerzas paragubernamentales. En 1975 secuestraron a María del Carmen ‘Coca’ Maggi, decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Católica de Mar del Plata. Unos meses después, su cuerpo fue encontrado en un pueblo cercano, Mar Chiquita. Fue un golpe durísimo para la ciudad, para la diócesis y, sobre todo, para su obispo, que dejó a su gente estas palabras conmovedoras:“Queridos hermanos, amigos del alma, pueblo mío. Lamentablemente, esta Semana Santa la vivimos en el dolor y en la tragedia de una ciudad y de un país enlutados. Cristo prolonga su pasión en la historia, pero duele que, a las puertas de la Semana Santa, hayan pasado cosas inexplicables y dramáticas que a todos nos han sacudido hondamente; les pido que recemos por aquellos que tienen el corazón lleno de rencor, de odio y de venganza; que recemos todos’”.
Como destaca la hoy responsable de la pastoral juvenil madrileña, “Pironio siempre anunció la paz y trabajó por la unidad y la fraternidad, empezando por Argentina y América Latina, donde, como secretario general y luego presidente del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano), proclamó un auténtico sentido de liberación de los pueblos y de cada persona a la luz del Concilio Vaticano II, del que había sido padre conciliar en las últimas sesiones. Su mirada para descifrar los signos de los tiempos era teologal y esperanzada. Alentaba la necesidad de tomar conciencia de las desigualdades e injusticias, de la pobreza y de las necesidades acuciantes en muchos pueblos del continente, que denunciaba como consecuencias del mal y del pecado social: el egoísmo, la corrupción, la división, la pérdida de valores”.
Por ello, “invitaba a para trabajar para cambiar esa realidad de manera pacífica, a través del diálogo y de una verdadera fraternidad social entre las personas y los pueblos. No dejaba de anunciar la esperanza… Para muchos fue un profeta de la esperanza”.
Después, le llegaría un gran cambio: “En 1976, san Pablo VI lo convocó para ser prefecto de la Congregación de Vida Consagrada, y cambió el rumbo de su vida para hacerse universal. Acompañó a centenares de congregaciones, órdenes religiosas e institutos seculares con corazón de pastor”. Y lo hizo “como si él mismo fuera un contemplativo, cuya inclinación espiritual sentía y que unía a su condición de dinámico y activo pastor”.
Algo que él, en 1976, explicaba así: “La vida contemplativa tiene que ser, hoy más que nunca, en la Iglesia de la palabra, de la profecía, en la Iglesia de la encarnación y de la presencia, en la Iglesia del servicio, de la entrega a los hermanos, la fuente original, luminosa, fecunda, (…) pues hay que hacerla nacer desde adentro. (…) Sentimos la urgencia de la vida contemplativa para la totalidad de la Iglesia: para el obispo, para el sacerdote, para el religioso o religiosa de vida activa, para el laico. Es una urgencia del Espíritu. Es necesario que la Iglesia nazca primero adentro, para poder nacer en la historia como sacramento universal de salvación ante el mundo que espera. Pero esto exige que la vida contemplativa viva como María, abierta a la profundidad del silencio, a la serenidad de la cruz, a la alegría del amor. Todo bajo la acción fuerte del Espíritu Santo, que es Espíritu de interioridad, que es Espíritu de alegre inmolación en la cruz, que es Espíritu de generoso servicio en la caridad. La vida contemplativa engendra cotidianamente la Iglesia, en la medida en que, como María, se abre a la Palabra”.
De hecho, “en su funeral, en la catedral metropolitana de Buenos Aires, era llamativa la cantidad de personas de la vida religiosa que acompañaban su llegada al país, como expresando lo que había significado en sus vidas la cercanía de Pironio. Recuerdo especialmente a una religiosa que, sin conocerme, me dijo: ‘Este hombre me salvó la vida’, como necesitada de que se supiera”.
Como concluye Moreno, “no se puede compilar el bien que hizo a tantas personas en el mundo, y ese es, precisamente, un rasgo de su santidad. El otro, su devoción sencilla y tierna a la Virgen María. Sus oraciones marianas conservan la frescura de un amor sincero, entregado y acogido por el misterio de la fe. Su testamento espiritual es un Magnificat. Hemos sido bendecidos al compartir un tramo de su vida. Ahora, lo somos por saber de su intercesión ante el Padre”.