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Nieves Tapia: “En cada gesto de Pironio había presencia de Dios”





El pasado 16 de diciembre, una de las personas más felices en Luján era Nieves Tapia, quien trabajó codo con codo junto al cardenal Pironio para culminar una de sus grandes obras: la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que se hizo en Buenos Aires en 1987. La primera de todas.



PREGUNTA.- ¿Cómo lo conoció y cuál fue su relación con Eduardo Pironio?

RESPUESTA.- Como muchos de mi generación, conocí a Pironio primero por sus libros y por sus oraciones marianas, que tenían una fuerza espiritual que impactaba. Muchos de mis amigos de la Acción Católica tuvieron la posibilidad de interactuar con él antes de que Pablo VI se lo llevara a Roma, y hablaban de su gran disponibilidad hacia los jóvenes. Finalmente, tuve la gracia de conocerlo alrededor de 1984, cuando yo formaba parte de la Comisión Nacional para la Prioridad Juventud de la Conferencia Episcopal Argentina.

Durante la preparación del Encuentro Nacional de Juventud en Córdoba, en 1985, tuve muchas ocasiones de interactuar con él, en reuniones, en momentos de oración, y también en momentos informales. Me acuerdo de una vez en que lo visitamos en la casa de su hermana, en 9 de Julio, donde estaba pasando unos días de descanso. Tomamos mate con él y nos contó historias de su familia y su infancia. También nos habló de cómo la Virgen de Luján había estado presente en su vida desde su nacimiento.

Después, seguimos trabajando juntos para la JMJ que se hizo en Buenos Aires en 1987, y tuve la posibilidad de interactuar con él en Argentina y en Roma. En ese período hubo muchas oportunidades de diálogo y de encuentro, y también momentos en que los jóvenes le desafiábamos cariñosamente.

Una vez discutíamos sobre dónde poner altavoces en la Avenida 9 de Julio para el encuentro con san Juan Pablo II. Los jóvenes decíamos que iba a haber un millón de personas… El cardenal nos consideraba demasiado optimistas, pero, con su enorme capacidad de escucha y acogida, finalmente nos autorizó. No contentos con esa aprobación, le apostamos un asado a que la participación iba a ser esa. Y, como esto sucedió, con muy buen humor, nos invitó a una parrilla tras la JMJ.

Seguí en contacto con él más allá de los trabajos compartidos. La última vez que nos vimos fue en diciembre de 1996, poco después de que finalizara su tarea al frente del Pontificio Consejo de los Laicos y cuando su enfermedad ya estaba avanzando. Me recibió con el mismo afecto paterno de siempre en su pequeño departamento en el Vaticano, y guardo ese último diálogo como un enorme regalo espiritual.

Tocar el amor de Dios

P.- ¿Qué descubrió de su figura y magisterio?

R.- Siempre me impactó la fuerte presencia de Dios que se advertía en cada gesto suyo. Encontrarlo era casi tocar el amor que Dios nos tiene a través de la delicadeza y la calidez de su trato. Su magisterio fue muy iluminador para nuestra generación: nos llamaba a abrazar metas desafiantes, pero sobre todo nos llamaba a ser fieles al Evangelio y a seguir el ejemplo de María. Era profundamente espiritual.

P.- ¿Cómo cree que sería hoy Pironio en la Iglesia del papa Francisco?

R.- Creo que el cardenal debe estar feliz desde el cielo viendo a un Papa argentino y profundamente mariano llevando la teología del Pueblo de Dios al corazón de la Iglesia universal.

P.- Si tuviera que describir a Eduardo Pironio con pocas palabras, ¿cuáles elegiría?

R.- Luz, presencia de Dios, acogida, amor paterno.

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