El papa Francisco ha vuelto a impartir la bendición Urbi et Orbi en su undécima Navidad como pontífice y una semana después de cumplir los 87 años. Un bendición, desde el balcón central de la basílica de San Pedro, que va acompañada de la indulgencia plenaria y de un potente mensaje en el que el pontífice llama la atención ante tantas situaciones olvidadas por la comunidad internacional, especialmente en un momento de especial tensión en Tierra Santa. Una vez más, como ya ha sucedido en las últimas bendiciones, el Papa se ha sentado en breves ocasiones, aunque no en el trono empleado en estas ocasiones por Benedicto XVI sino en una de sus sillas habituales.
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Nacer para el cielo
El Papa felicitó la Navidad a los presentes y desde el primer momento recordó que “La mirada y el corazón de los cristianos de todo el mundo se dirigen hacia Belén” ciudad “donde en estos días reinan dolor y silencio”. Para Francisco el anuncio del ángel del nacimiento de Jesús “Nos llena de confianza y esperanza saber que el Señor nació por nosotros; que la Palabra eterna del Padre, el Dios infinito, puso su morada entre nosotros” ya que “¡Esta es la noticia que cambia el curso de la historia!”.
La Navidad trae una alegría que “no es la felicidad pasajera del mundo, ni la alegría de la diversión, sino una “gran” alegría, porque nos hace “grandes”. Hoy, en efecto, nosotros seres humanos, con nuestros límites, abrazamos la certeza de una esperanza inaudita, la de haber nacido para el cielo”. Jesús, prosiguió el pontífice, “Siendo un Niño frágil, nos revela la ternura de Dios; y mucho más: Él, el Unigénito del Padre, nos da el «poder de llegar a ser hijos de Dios». Esta es la alegría que consuela el corazón, que renueva la esperanza y da la paz; es la alegría del Espíritu Santo, la alegría de ser hijos amados”.
“En medio de las tinieblas de la tierra, hoy en Belén se ha encendido una llama inextinguible; en medio de la oscuridad del mundo, hoy prevalece la luz de Dios”, alertó el Papa. “Alégrate tú, que has perdido la confianza y las certezas, porque no estás solo, no estás sola: ¡Cristo ha nacido por ti! Alégrate tú, que has abandonado la esperanza, porque Dios te tiende su mano; no te señala con el dedo, sino que te ofrece su manita de Niño para liberarte de tus miedos, para aliviarte de tus fatigas y mostrarte que a sus ojos eres valioso como ningún otro”.
Príncipe de la paz
Ante este Príncipe de la paz, Francisco lamentó “cuántas matanzas de inocentes en el mundo: en el vientre materno, en las rutas de los desesperados que buscan esperanza, en las vidas de tantos niños cuya infancia está devastada por la guerra. Son los pequeños Jesús de hoy”. Para el Papa, “decir “sí” al Príncipe de la paz significa decir “no” a la guerra, a toda guerra, a la misma lógica de la guerra, un viaje sin meta, una derrota sin vencedores, una locura sin excusas. Pero para decir “no” a la guerra es necesario decir “no” a las armas”. “Porque si el hombre, cuyo corazón es inestable y está herido, encuentra instrumentos de muerte entre sus manos, antes o después los usará. ¿Y cómo se puede hablar de paz si la producción, la venta y el comercio de armas aumentan?”, preguntó.
Para Francisco “hoy, como en el tiempo de Herodes, las intrigas del mal, que se oponen a la luz divina, se mueven a la sombra de la hipocresía y del ocultamiento. ¡Cuántas masacres debidas a las armas ocurren en un silencio ensordecedor, a escondidas de todos!” Por ello reclamó: “La gente, que no quiere armas sino pan, que le cuesta seguir adelante y pide paz, ignora cuántos fondos públicos se destinan a los armamentos. ¡Y, sin embargo, deberían saberlo! Que se hable sobre esto, que se escriba sobre esto, para que se conozcan los intereses y los beneficios que mueven los hilos de las guerras”.
Un mundo en guerra
Una paz que deseó para Israel y Palestina, “donde la guerra sacude la vida de esas poblaciones; abrazo a ambas, en particular a las comunidades cristianas de Gaza y de toda Tierra Santa. Llevo en el corazón el dolor por las víctimas del execrable ataque del pasado 7 de octubre y renuevo un llamamiento apremiante para la liberación de quienes aún están retenidos como rehenes. Suplico que cesen las operaciones militares, con sus dramáticas consecuencias de víctimas civiles inocentes, y que se remedie la desesperada situación humanitaria permitiendo la llegada de ayuda. Que no se siga alimentando la violencia y el odio, sino que se encuentre una solución a la cuestión palestina, por medio de un diálogo sincero y perseverante entre las partes, sostenido por una fuerte voluntad política y el apoyo de la comunidad internacional”, reclamó el Papa.
También pidió por la población de Siria, Yemen y “en el querido pueblo libanés y ruego para que pueda recuperar pronto la estabilidad política y social”. Ante la situación en Ucrania, el Papa mostró su “cercanía espiritual y humana a su martirizado pueblo, para que a través del sostén de cada uno de nosotros sienta el amor de Dios en lo concreto”. También pidió la “paz definitiva entre Armenia y Azerbaiyán” y “que la favorezcan la prosecución de las iniciativas humanitarias, el regreso de los desplazados a sus hogares de manera legal y segura, y el respeto mutuo de las tradiciones religiosas y de los lugares de culto de cada comunidad”. También denunció “las tensiones y los conflictos” de las regiones del Sahel, el Cuerno de África y Sudán, como también a Camerún, la República Democrática del Congo y Sudán del Sur. Así como el “diálogo y reconciliación” en la península coreana para que encuentre “una paz duradera”.
Finalmente, Francisco pidió al Niño de Belén que “inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad del continente americano, para hallar soluciones idóneas que lleven a superar las disensiones sociales y políticas, a luchar contra las formas de pobreza que ofenden la dignidad de las personas, a resolver las desigualdades y a afrontar el doloroso fenómeno de las migraciones”.
Hacia el Jubileo
Más allá de las localizaciones, el pontífice recalcó que “desde el pesebre, el Niño nos pide que seamos voz de los que no tienen voz: voz de los inocentes, muertos por falta de agua y de pan; voz de los que no logran encontrar trabajo o lo han perdido; voz de los que se ven obligados a huir de la propia patria en busca de un futuro mejor, arriesgando la vida en viajes extenuantes y a merced de traficantes sin escrúpulos”. Por ello, ante el Jubileo de 2025, deseó “que este periodo de preparación sea ocasión para convertir el corazón; para decir “no” a la guerra y “sí” a la paz; para responder con alegría a la invitación del Señor que nos llama” a esta misión pacificadora. Por ello concluyó deseando que a este Jesús nacido hoy en Belén, “acojámoslo, abrámosle el corazón a Él, el Salvador, el Príncipe de la paz”.