Una guitarra eléctrica y los dedos que se deslizan a lo largo del palo. Veintisiete años, ganas de vivir deprisa. Una muerte con incógnitas. Demasiados barbitúricos quizá. Demasiada prisa. Un órgano y los dedos que se deslizan a través del teclado, acompasadamente. Setenta años, mucho vivido, una ceguera que le alejó del mundo y un oratorio, El Mesías, con el que tocó el cielo. Entre Jimi Hendrix y Georg Friedrich Händel pocos pensarían que podrían darse coincidencias. Sin embargo, haberlas, haylas.
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Ambos no nacieron en Reino Unido, aunque acabaron allí sus días. El primero sentía verdadera admiración hacia el segundo (¿habría experimentado lo mismo el músico barroco de haber conocido al rockero negro?), tanto como para alquilar un apartamento casi pared con pared con la casa en la que residió Händel. Uno vivió en el número 23, el otro en el 25 de Book Street, en pleno barrio de Mayfair. Tan fascinado se mostraba el músico psicodélico que decidió comprar en una tienda cercana algunas de las obras capitales de Händel (en su casa se hallaron tras su muerte vinilos de ‘Música para los Reales Fuegos Artificiales’ y de ‘Música Acuática’) para sumergirse de lleno, lisergia a parte, en el poderoso mundo de quien fue el compositor favorito de la corte de Jorge I.
Les separaban 240 años y les unía un talento descomunal. Dios no ocupaba un lugar destacado en sus vidas, aunque el compositor alemán decía haber estado a la vera del Señor, tal era el misticismo y recogimiento que llegaba a experimentar al escribir algunas de sus composiciones. “He creído ver el cielo ante mí, con el mismo Dios al lado”, le confesó a uno de sus sirvientes tras acabar de escribir el ‘Aleluya’ del oratorio. A veces lo hallaron llorando mientras anotaba un pasaje piadoso. Al gran Stefan Zweig no le pasó desapercibida esta composición y le dedicó uno de los catorce ‘Momentos estelares de la historia de la humanidad’, obra de referencia, que, como señala el autor “brillan sobre la noche de lo efímero”. Y este oratorio lo hace.
Obra obligada de emocionar
En tiempos de Navidad, ‘El Mesías’ es obra obligada de escuchar y obra obligada de emocionar. Suena estos días en auditorios y teatros, en iglesias y parroquias de barrio, en imponentes catedrales. Incluso en la calle, con voces curtidas y con talentosos aficionados en coros participativos. La obra se estrenó el 13 de abril de 1742, al año siguiente de ser compuesta, en el Great Music Hall de Dublín, en Irlanda, como parte del programa de un concierto con fines benéficos que se interpretó en horario de mañana y para el que se llegaron a congregar 700 personas. La expectación fue tal que se pidió a los hombres que acudieron a la sala sin espada y a las señoras con faldas sin vuelo con el fin desaprovechar el espacio al máximo. Händel tardó tres semanas -tiempo récord- en componer el oratorio, cuyos textos están extraídos de la Biblia, y que tiene una duración es de dos horas y media.
Dividido en tres partes, es obra en la que se escuchan las voces de soprano, mezzo, tenor y bajo. La Fundación Excelentia ha interpretado este año el oratorio en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional a cargo de la Orquesta Clásica Santa Cecilia y la Sociedad Coral Excelentia de Madrid dirigida por el maestro Kynan Johns e interpretada por Letitia Vitelaru, Beatriz Oleaga, Juan Antonio Sanabria y David Cervera.