El Pontífice acogió al equipo de la revista en un encuentro en el marco de los 65 años de la publicación
“Esto empezó con una idea loca y acá estamos”. Así arranca la bienvenida de Francisco. Con la naturalidad con la que ha impregnado cada rincón de un pontificado que ya ha rebasado una década y no huele ni a desgastado ni a liquidación por cierre. Al menos, eso se percibe. No solo de primeras, sino cuando la conversación se adentra en cualquier tema.
Más allá de las limitaciones físicas por su maltrecha rodilla, no le fallan las fuerzas. Ni mucho menos el entusiasmo. Por eso, ni siquiera sobrevuela en el coloquio con él la necesidad de preguntarle por la renuncia. Ni se la ve ni se la espera. Sobre todo, por la lucidez y agilidad para soportar un tercer grado, durante varias horas, saltando de un tema a otro. Se las sabe todas, como un cura villero acostumbrado a tratar lo mismo con una mujer que se desvive de sol a sol para sacar adelante a su familia que con un traficante de ‘paco’ que intenta enganchar a los chavales de la barriada.
Francisco responde. Reflexiona. Pregunta. Propone. Bromea. Y se ríe. Mucho. No relativiza, pero sí da la importancia justa a los problemas que se le plantean. Contundente con todo lo que acumula carcoma. ‘Misericordiando’ cuando alguien abre su corazón fuera del interrogatorio periodístico. Acaricia heridas. Consuela. Le va conjugar verbos de acción. Pero también de contemplación. Escucha. Acoge. Sobre todo, acoge. Desde el minuto cero. Para hacer ver al otro que no se siente extraño ni alejado ni juzgado. Es la percepción del equipo de ‘Vida Nueva’ nada más romper la barrera que resulta inevitable levantar cuando uno se sabe recibido por el sucesor de Pedro. Él se encarga de difuminar lo que suena a distancia para transformarlo en puente.
Con motivo de los 65 años de la revista, Francisco comparte mesa con quienes día a día, semana a semana, sacan adelante tanto la edición impresa como la digital de este proyecto de comunicación que se inició cuando comenzaba a soplar una brisa que anticipaba un vendaval conciliar y que hoy parece renovarse con viento fresco que sigue apuntando a Jesús de Nazaret y al Evangelio. Sin reglas de juego ni cortapisas, comienza a fluir un diálogo en varias sesiones de un encuentro en el que se entrecruzan la mirada al pasado, el análisis del presente y los sueños de futuro.
De la misma manera, se alternan las preocupaciones de quien no habla solo como redactor, sino también como cristiano de a pie. O como no creyente. “Somos chusma peluda”, comenta alguien a modo de carta de presentación en Santa Marta. Porque quienes toman la palabra son aquellos que están a pie de obra: atendiendo al teléfono a los suscriptores –quienes a veces llaman con un aplauso y otras con un tirón de orejas–, o desgañitándose para que los anunciantes confíen un trecho más de camino compartido. Uno a uno, los convocados se presentan. Alguien suelta como si nada que, desde aquella fumata blanca del 13 de marzo de 2013, cree algo más en el Espíritu Santo. El interpelado recoge el guante, como si él también tuviera que justificar su presencia en la sala. Eso sí, poniendo cara de pillo.
FRANCISCO: Les diré una cosa. Soy una víctima del Espíritu Santo… Pensaba que regresaría a casa después de la elección papal. Dejé listo en Buenos Aires incluso mi sermón para el Domingo de Ramos y el del Jueves Santo. Durante el cónclave hubo varios detalles reveladores, pero realmente no me di cuenta de nada en ese momento. Luego los supe ver, transcurrido el tiempo. Ni siquiera me sentí preocupado cuando tuvo lugar la primera votación y algunos apuntaron mi nombre.
Esa noche subí hasta la quinta planta de Casa Santa Marta para llevarle al cardenal de La Habana, Jaime Ortega, las notas que me pidió sobre las palabras que dije durante las congregaciones generales, cuando hablé de la dulce y confortadora alegría de evangelizar, del peligro de una Iglesia autorreferencial y de la mundanidad espiritual, así como de la necesidad de salir a las periferias. Al darle el papel, me dijo: “¡Ay, qué lindo! Me llevo un recuerdo del Papa”. Ni me di cuenta del comentario en ese momento. Cuando tomo el ascensor para bajar al segundo piso, donde yo estaba, en el cuarto sube el cardenal Errázuriz y me suelta: “¿Ya preparaste el discurso?”. “¿Cuál?”. “El que tienes que decir en el balcón”. También lo ignoré, como si nada.
De la misma manera, sucedió algo en el comedor al día siguiente en el almuerzo. Otro cardenal se puso a hablar conmigo y me pidió que me acercara para hablar con un grupo de electores europeos: “Eminencia, venga, queremos conocer algo más de Latinoamérica. Háblenos”. Yo, ‘salame’, no caí en la cuenta de que me estaban haciendo un examen. El remate fue cuando, después, un cardenal amigo mío se me acercó para preguntarme por mi salud. Le desmentí algunos rumores sobre mi persona, sin darle importancia. Tanto es así, que me fui a dormir la siesta tranquilo. Después, me fui a votar como uno más. Antes de llegar a la Capilla Sixtina, me encontré con el cardenal Ravasi y nos pusimos a conversar mientras caminábamos por los alrededores. Le confesé que utilizaba sus libros para dar clase y, a partir de ahí, comenzamos a hablar evadiéndonos de todo, hasta que escuchamos una voz de lejos: “¿Y ustedes van a entrar o no? Porque cierro la puerta…”. Casi nos quedamos fuera…
Se lo cuento porque uno, en el fondo, es víctima de la Providencia, del Espíritu Santo. Así entré yo al cónclave y así salí. En la primera votación de la tarde, cuando ya era casi evidente todo, se me acercó el cardenal Hummes, que estaba detrás mío, y me dijo: “No te preocupes, así trabaja el Espíritu Santo”. Y, cuando ya salí elegido en la votación definitiva, fue cuando me comentó eso que ya he dicho tantas veces: “No te olvides de los pobres”. Conclusión: comparto esto para que vean que el Espíritu Santo existe y yo creo que me puso Él.
Continúan dándose a conocer quienes se encuentran en la sala. Un espacio operativo, el lugar en el que se reúne el Consejo de Cardenales. Hoy no hay ningún pantone púrpura, pero sí voces con acentos distintos. Porque en la cumbre de Vida Nueva con Francisco están los vaticanistas de la casa con residencia en Italia. También quienes relatan la realidad de América desde las delegaciones ubicadas en México, Colombia y Argentina. Unos, presencialmente. Otros, desde la pantalla, con desajuste horario que pide tequila, café y mate. Los que están ante el Papa le entregan algún regalo personal: un cuento, una cruz, una edición añeja de ‘La imitación de Cristo’, de Tomás de Kempis… Y algunos libros.
FRANCISCO: El Sínodo fue el sueño de Pablo VI. Cuando terminó el Concilio Vaticano II, se dio cuenta de que la Iglesia en Occidente había perdido la dimensión sinodal. Por eso creó el Secretariado para el Sínodo de los Obispos, para empezar a trabajar en eso. Cuando se cumplieron los 50 años, salió ese documento firmado por mí, que elaboré junto a un grupo de teólogos, en el que queda clara y anclada la doctrina sinodal.
Hace poco llamé a un convento para hablar con una monja. Todo iba bien hasta que me dijo: “Pero este Sínodo, ¿no nos cambiará la doctrina?”. Y yo le contesté: “Decime, querida, ¿quién te metió eso en la cabeza?”. Se trata de andar adelante para recuperar esa dimensión sinodal que la Iglesia oriental tiene y nosotros perdimos.
Recuerdo que, en el Sínodo de 2001 [sobre ‘El obispo: servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo’], me tocó ser secretario. Por las tardes, me traían los materiales de los grupos y me quedaba preparando las votaciones. Entonces, el cardenal encargado de la coordinación venía, revisaba los papeles y empezaba a decir: “Esto no se vota… Esto, tampoco”. Yo le respondía: “Eminencia, esto salió de los grupos…”. Pero se ‘purificaban’ las cosas. Hemos ido avanzando y, hoy día, se vota y se escucha todo.
Un ejemplo es el Sínodo de la Amazonía [celebrado en 2019]. Todos venían hablando de los viri probati y, una vez dentro, fuimos viendo cómo la acción del Espíritu Santo lo cambió progresivamente. Se habló de los ‘viri probati’, sí, pero también de otras cosas importantes, como el trabajo de los catequistas, los diáconos permanentes, los seminarios regionales o la implicación de los curas en los territorios. Fueron avances que salieron de adentro y, finalmente, la cuestión de los ‘viri probati’ se quedó ahí.
Hay algo que repito constantemente: en el Sínodo, el protagonista es el Espíritu Santo. El que no cree en Él y no reza durante el Sínodo, no puede ir a ninguna parte. No le sale. Le va a salir una ideología, una postura política, pero nada verdadero sin un clima de oración. Por eso insisto en que, en el método de trabajo durante todas las sesiones en la asamblea, después de cada tres intervenciones, tiene que haber un momento de oración y silencio, para meditar. En el Sínodo, el protagonista es el Espíritu Santo. Y, si somos fieles, el Espíritu Santo nos moverá a donde ni siquiera nosotros nos imaginamos.
Tenemos también el ejemplo del Sínodo de la Familia. Desde fuera se nos impuso como gran tema la comunión a los divorciados. En este caso, se dio aquello de la psicología de la onda, que buscaba expandirse. Pero, afortunadamente, el resultado fue mucho más allá… mucho más allá.
PREGUNTA.- Este Sínodo de la Sinodalidad parece que lo abarca todo: desde propuestas para una renovación litúrgica a la necesidad de comunidades más evangelizadoras, pasando por una verdadera opción preferencial por los pobres, un compromiso real en materia de ecología integral, la acogida a los colectivos LGTBI… ¿Se planteó en algún momento darle forma de Concilio Vaticano III?
RESPUESTA.- No está madura la cosa para un Concilio Vaticano III. Y tampoco es necesario en este momento, puesto que no se ha puesto todavía en marcha el Vaticano II. Este fue muy arriesgado y hay que ponerlo en marcha. Pero siempre está ese miedo que a todos se nos contagió, escondidamente, por parte de los ‘viejos católicos’ que, ya en el Vaticano I, se decían “depositarios de la verdadera fe”. Todas estas propuestas de ‘mala lactosa’ hay que bajarlas con argumentos claros. Es importante salir al encuentro de los sofismas.
Francisco no es, en modo alguno, ajeno a las resistencias a la reforma que tiene entre manos. Le preocupa, pero tampoco le sobrepasa. Cuando aborda esta cuestión, lo hace con la serenidad de aquel que sabe que lo que propone no es una ocurrencia, sino un aterrizaje conciliar que no encuentra pista en parroquias, diócesis y episcopados varios.
Toma la palabra un sacerdote que vive en Santa Marta y que se ha unido al grupo de Vida Nueva de carambola. Cosas de la Providencia. El cura, que tiene un pie en la Curia y otro en su diócesis, se hace eco ante el propio Papa de esta oposición que palpa en Roma… y lejos de Roma: “Me preocupa la rigidez de los curas jóvenes…”.
FRANCISCO: Esa rigidez es de gente buena que quiere servir al Señor. Reaccionan así porque tienen miedo ante un tiempo de inseguridad que estamos viviendo, y ese miedo no les deja andar. Hay que quitarles este temor y ayudarles. Por otro lado, esa coraza esconde mucha podredumbre. Ya he tenido que intervenir algunas diócesis de varios países con unos parámetros parecidos. Detrás de ese tradicionalismo, hemos descubierto problemas morales y vicios graves, dobles vidas. Todos sabemos de obispos que, como necesitaban curas, han echado mano de personas a las que habían echado de otros seminarios por inmorales.
La rigidez no me gusta porque es un mal síntoma de vida interior. El pastor no puede darse el lujo de ser rígido. El pastor tiene que estar a mano de lo que venga.
Alguien me dijo hace poco que la rigidez de los sacerdotes jóvenes brota porque están cansados del actual relativismo, pero no siempre es así. A los obispos les pido que tengan cuidado con esta deriva y que tengan claro que no solo las “beatas Imeldas” son los mejores curas. Si uno te pone cara de ‘santito’ y le da la vuelta los ojos, desconfía. Necesitamos seminaristas normales, con sus problemas, que jueguen al fútbol, que no vayan a los barrios a dogmatizar… A mí me ayudaba pedir informes a las mujeres de las parroquias, a los coadjutores y a los hermanos donde iban los seminaristas…
P.- Una vez ordenados esos sacerdotes identificados como “rígidos”, ¿cómo se les acompaña para que se sumen al Vaticano II? Porque, en el fondo, sufren por no ser capaces de acoger lo que viene…
R.- Ahí hacen falta esos pastores con muñeca, esos curas que son vivos y pasaron la mediana edad. Ellos tienen la experiencia y la paciencia para acompañarlos. Lentamente, los van ‘ablandando’. Cuando ven que acoger el Concilio no es una amenaza para el magisterio, se ‘ablandan’. Pero no es fácil, porque el clericalismo siempre está ahí.
Hay gente que vive atrapada en un manual de teología, incapaz de meterse en los problemas y hacer que la teología vaya adelante. La teología estancada me hace recordar eso de que el agua estancada es la primera que se corrompe, y la teología estancada crea corrupción. Tanto los movimientos de izquierdas como de derechas que se quedan estancados, crean corrupción.
Recuerdo que, cuando decía el padre Arrupe que el Papa tuvo que intervenir sobre el análisis marxista de la realidad en la Teología de la Liberación, salieron al encuentro de una teología que se estaba estancando y privaba de la riqueza de la que era una Teología de la Liberación más seria, creada por Gustavo Gutiérrez. Por cierto, el otro día vi una foto de él cuando cumplió 95 años y cómo le entregaba su pectoral el cardenal Pedro Barreto….
P.- ¿Ya ha podido leer el informe que encargó sobre los seminarios españoles?
R.- Lo primero que tengo que decir es que los dos obispos uruguayos que viajaron a España –Arturo Fajardo y Milton Tróccoli– hicieron un trabajo excelente; es de lo mejor que tenemos. Con esta idea por delante, y ahora hablo en general, más allá de España, está claro que un seminario con dos, tres o cinco seminaristas no funciona. Los grandes seminarios tienen que hacer pequeñas comunidades, y los que tienen pocos candidatos tienen que agruparse. Hay que redimensionar y generar una dinámica comunitaria sensata. El número es clave.
Por otro lado, tenemos que hacer hincapié en una formación humanística. Abrámonos a un horizonte cultural universal que los humanice. Los seminarios no pueden ser cocinas ideológicas. Los seminarios están para formar pastores, no ideólogos. El problema de los seminarios es serio.
P.- Le confesamos al Papa que un par de seminarios se han dado de baja de Vida Nueva porque consideran que “sus contenidos no son adecuados para una casa de formación sacerdotal”. A renglón seguido, surge otra confesión del comentario que deja caer algún báculo: “Si el Papa lee Vida Nueva, así será el Papa…”. Por otro lado, hay otros tantos que confían de lleno en esta revista. ¿Cómo ve a los obispos españoles?
R.- Son buenos pastores. Ya están viendo que en los nuevos nombramientos de obispos, no solo en España, sino en todo el mundo, estoy aplicando un criterio general: una vez que un obispo es residencial y está destinado, ya está casado con esa diócesis. Si mira otra, es ‘adulterio episcopal’. Quien busca un ascenso, comete ‘adulterio episcopal’. Por eso, estoy pidiendo que busquen sacerdotes u obispos auxiliares. Un obispo auxiliar es un viudo que dejó su parroquia, pero que ahora está en tierra de nadie, acompañando al residencial.
P.- ¿Por qué no viene a España?
R.- No voy a ir a ningún país grande de Europa hasta que no termine con los pequeños. Empecé con Albania y, si bien fui a Estrasburgo, no fui a Francia. Si bien voy a Marsella, no voy a Francia.
P.- ¿Tiene algún viaje previsto más allá de los anunciados oficialmente?
R.- Estamos trabajando en Kosovo, pero no está definido.
P.- ¿Y Argentina? ¿De verdad va a ir?
R.- Puedo confirmar que está en programa. Veremos si se puede hacer, una vez que pase el año electoral. Terminadas las elecciones, se puede hacer. En estos momentos solo pienso en Argentina… y quizás Uruguay. Ya hubo varios intentos antes, pero las elecciones frustraron la visita.
P.- ¿Cómo van las negociaciones de paz ante la guerra en Ucrania?
R.- El cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, está trabajando a fondo como responsable de los diálogos. Ya fue a Kiev, donde se mantiene la idea de victoria sin optar por la mediación. También estuvo en Moscú, donde encontró una actitud que podríamos calificar como diplomática por parte de Rusia. El avance más significativo que se ha logrado tiene que ver con el retorno de los niños ucranianos a su país. Estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos para conseguir que cada familiar que reclame la vuelta de sus hijos, pueda lograrlo.
Para ello, estoy pensando en designar a un representante de forma permanente para que sirva de puente entre las autoridades rusas y ucranianas. Para mí, en medio del dolor de la guerra, es un gran paso. Después de la visita del cardenal Zuppi a Washington, la próxima escala prevista es Pekín, porque ambos tienen también la llave para rebajar la tensión del conflicto. Todas estas iniciativas es lo que yo denomino “una ofensiva de paz”. Además, para noviembre, antes de que se celebre la Cumbre del Clima de Naciones Unidas en Dubai, estamos organizando un encuentro por la paz con los dirigentes religiosos en Abu Dabi. El cardenal Pietro Parolin está coordinando esta iniciativa, que busca hacerse fuera del Vaticano, en un territorio neutral que invite al encuentro de todos.
P.- ¿Y en Nicaragua? ¿Qué más se puede hacer por el pueblo y por el obispo encarcelado, Rolando Álvarez?
R.- Seguimos, estamos tratando de negociar.
P.- En su reciente encuentro con Lula da Silva en el Vaticano, ¿le pidió que intercediera ante Daniel Ortega para poder liberar al obispo?
R.- Sí, se lo pedí.
Con el complejo y tantas veces doloroso contexto internacional de fondo, llamada al orden para los presentes. Con el obispo de Roma como testigo de excepción, Vida Nueva celebra su habitual Consejo de Redacción. O dicho de otra manera, la reunión en la que se distribuyen por páginas los temas que se van a tratar esa semana en la revista. A saber, el número 3.326.
Repasamos cada una de las secciones. Al llegar a la actualidad de España, se presenta un informe de la fundación Caminando Fronteras, que denuncia que, en apenas seis meses, 951 personas se han ahogado en la Frontera Sur. El gesto de Francisco se retuerce con visible intensidad. Más que en ningún otro momento del encuentro. Y su silencio se prolonga hasta hacerse tan incómodo como interpelante. El grito de los muertos en el mar rompe el mutismo. Fin de la sesión.
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