El pontífice invitó, en la solemnidad de la Epifanía, a “adorar al Dios que viene en la pequeñez, que habita la normalidad de nuestras casas, que muere por amor”
Con motivo de la solemnidad de la Epifanía del Señor, el papa Francisco ha presidido la eucaristía en la Basílica Vaticana, donde se han reunido fieles de todo el mundo. Una celebración en la que se han desarrollado algunos ritos propios como cuando el diácono ha proclamado el anuncio de las celebraciones litúrgicas como la de la Pascua que será este año el 31 de marzo.
En su homilía, el Papa señaló que “los Magos emprenden un viaje en busca del Rey que ha nacido” como “imagen de los pueblos en camino en busca de Dios, de los extranjeros que ahora son conducidos al monte del Señor, de los lejanos que ahora pueden oír el anuncio de la salvación, de todos los están extraviados y sienten la llamada de una voz amiga”. Son unos sabios que, destacó “tienen los ojos fijos en el cielo, los pies sobre la tierra, el corazón postrado en adoración”.
Para Francisco, los magos “están imbuidos por la nostalgia del infinito y su mirada es atraída por los astros celestes” ya que “levantan la cabeza para esperar una luz que ilumine el sentido de su vida, una salvación que viene de lo alto” y por ello reconocen la estrella que “los pone en camino”. “Si vivimos encerrados en el estrecho perímetro de las cosas terrenales, si marchamos con la cabeza baja rehenes de nuestros fracasos y remordimientos, si estamos hambrientos de bienes y consuelo mundano en lugar de ser buscadores de luz y amor, nuestra vida se apaga”, advirtió el pontífice. Por ello estos magos “nos enseñan a mirar hacia lo alto, a tener la vista fija en el cielo, a levantar los ojos hacia los montes de donde nos vendrá la ayuda, porque nuestra ayuda viene del Señor”.
“Necesitamos tener la mirada levantada hacia lo alto, también para aprender a ver la realidad desde arriba”, reclamó el papa. “Lo necesitamos en el camino de la vida, para hacernos acompañar de la amistad del Señor, de su amor que nos sostiene, de la luz de su Palabra que nos guía como estrella en la noche. Lo necesitamos en el camino de la fe, para que no se reduzca a un conjunto de prácticas religiosas o a un hábito exterior, sino que se convierta en un fuego que nos quema por dentro y nos hace buscadores apasionados del rostro del Señor y testigos de su Evangelio”. Y además, añadió, “lo necesitamos en la Iglesia, donde, en lugar de dividirnos según nuestras ideas, estamos llamados a poner a Dios en el centro. Él, y no nuestras ideas o nuestros planes. Recomencemos desde Dios, busquemos en Él la valentía para no detenernos ante las dificultades, la fuerza para superar los obstáculos, la alegría para vivir en la comunión y en la concordia”, clamó pidiendo abandonar las “ideologías eclesiásticas” para encontrar la “vocación eclesial”.
El pontífice destacó que la estrella pone a los magos en camino, “levantando la cabeza hacia lo alto son empujados a descender hacia lo bajo; buscando a Dios son invitados a encontrarlo en el hombre, en un Niño que yace en un pesebre”. Y es que, explicó, “el don de la fe no nos es dado para quedarnos mirando el cielo, sino para avanzar por los senderos del mundo como testigos del Evangelio; la luz que ilumina nuestra vida, el Señor Jesús, no nos es dada sólo para ser consolados en nuestras noches, más bien para abrir destellos de luz en las densas tinieblas que envuelven tantas situaciones sociales; el Dios que viene a visitarnos no lo encontramos permaneciendo quietos en alguna bella teoría religiosa, sino poniéndonos en camino, buscando los signos de su presencia en las realidades de cada día y, sobre todo, encontrando y tocando la carne de los hermanos”; por ello pidió “encontrar a Dios en carne y hueso, en los rostros con los que nos cruzamos cada día, especialmente los de los más pobres”.
“El encuentro con Dios nos abre a una esperanza más grande, que nos hace cambiar estilo de vida y nos hace transformar el mundo”, señaló Francisco acudiendo a una homilía de Benedicto XVI. Finalmente, los magos “miran a la estrella en el cielo, pero no se refugian en una devoción separada de la tierra; emprenden el viaje, pero no vagan como turistas sin rumbo”. Ellos adoran, prosiguió Bergoglio, a “un rey que vino a servirnos, un Dios que se hizo hombre, que tiene compasión de nosotros, sufre con nosotros y muere por nosotros”.
Francisco invitó a “adorar al Dios que viene en la pequeñez, que habita la normalidad de nuestras casas, que muere por amor”, algo que pidió lamentando que se haya perdido la capacidad de la adoración. “Redescubramos el gusto de la oración de adoración. Reconozcamos a Jesús como nuestro Dios y Señor y ofrezcámosle los dones que tenemos, pero sobre todo el don que somos, nosotros mismos”, invitó el Papa pidiendo a Dios “la valentía de ser buscadores de Dios, hombres de esperanza, soñadores intrépidos que escrutan el cielo y caminan por los senderos del mundo para llevar a todos la luz de Cristo, que ilumina a cada uno de los hombres”.