Ana Gutiérrez es una religiosa esclava del Sagrado Corazón que llegó hace 16 años a Camerún y que, desde 2020, está en la República Democrática del Congo, donde es la superiora de su comunidad en un barrio periférico de la capital, Kinshasa. Allí, junto a ocho hermanas (de tres nacionalidades distintas), impulsan un colegio de infantil y primaria con más de 500 alumnos y un centro de alfabetización para una veintena de menores y chicas jóvenes, ofreciéndoles formación en francés, informática y costura. Además, esta misionera santanderina se encarga de la formación de las pre-postulantes.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- PODCAST: Inteligencia artificial (y espiritual)
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Pero, más allá de este compromiso comunitario, pastoral y educativo, la gran pasión de Ana es el mundo sanitario, trabajando como médica en el Hospital Católico Lisungi, de las hermanas dominicas del Rosario.
Tiempo de esperanza
Pese a que sus múltiples compromisos apenas le dejan momentos libres, atiende a Vida Nueva para contar cómo han vivido la Navidad, siempre un tiempo “en clave de esperanza, con el corazón listo para abrirlo y acoger a Dios, que llega a nuestras vidas a través de nuestros hermanos”.
Con ese fin de dar espacio en la propia alma, individual y comunitaria, “al Señor, que se encarna en nosotros”, la misionera ve un gran gesto en el hecho de que “un grupo de voluntarios españoles, cuatro médicos y una enfermera (Arturo García Pavía, Alberto Calvo, Fernando Pereira, Iñaki Erquicia y Eva Burgos), vinieran unos días a realizar una campaña de cirugía general a mi hospital. Durante todo el año he ido seleccionando casos para que puedan ser tratados por ellos: personas con bocios y hernias muy grandes, quemaduras… Así, durante seis días, fueron operando a todos en jornadas maratonianas, desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche. En total, 30 casos”.
Donación personal
Con emoción, Ana agradece “su entrega, pues dedicaron unos días de vacaciones para, en vez de irse de viaje con su familia, darse a los demás y de un modo totalmente desinteresado”. Y es que sí se han visto recompensados, pero desde el ensanchamiento del corazón: “De todos los casos, 17 eran mujeres con grandes bocios. Nos han dado las gracias de un modo muy especial, pues consideran que, con esa cirugía, se les ha devuelto la dignidad”.
Hay que tener en cuenta la mentalidad local: “Aquí, cuando alguien tiene una enfermedad tan visible, como esos grandes bultos en el cuello, no se achaca a algo natural o científico, sino que muchos creen que lo ha causado algo o alguien y, de algún modo se culpa a la persona, siendo acusadas de ‘brujas’. Estas mujeres se sentían estigmatizadas y hasta eran insultadas… Una de ellas, madre de seis hijos, con dos pares de gemelos, tuvo que consolar a estos cuando llegaron del colegio llorando porque les habían dicho que ella era una ‘bruja’ y una mala persona por el bulto que tenía en el cuello”.
Regreso a la sociedad
De ahí que esta médica y misionera ponga en valor “lo que supone esta acción con estas personas, que va mucho más allá de una cura sanitaria. Realmente, se les devuelve la dignidad y vuelven a ser reconocidas en la sociedad. Hasta el punto de que recuperan la palabra en su propia familia, que habían perdido por su enfermedad. Esto es vital”.
Otro caso que les ha impactado es el de “un niño que tenía un sexto dedo, al lado del pulgar. Con 12 años, no paraban de insultarle y pegarle por ello en el colegio y no le dejaban jugar con ellos. Y todo por ser ‘brujo’… El día que le dimos el alta, no podía parar de llorar y de darnos las gracias por haber conseguido ‘que al fin pudiera ser un niño normal’. También vino su hermano gemelo y le abrazó con fuerza, diciéndole: ‘A partir de ahora, no te volverán a insultar’. Son cosas muy fuertes y que aquí vivimos a diario”.
El impacto de las erosiones
El último día, antes de marcharse este grupo de voluntarios, Ana les invitó a dar una vuelta por el barrio: “Les llevé a unas erosiones, muy típicas en nuestra zona. Son espacios muy arenosos que, con las lluvias tropicales muy intensas, si no están bien canalizados, a veces se abren y generan agujeros de unos 100 metros, como un abismo, tragándose a personas y casas. Uno de ellos está a 200 metros de nuestro hogar y, días antes, se había llevado por delante dos aulas de un colegio y una decena de casas. Gracias a Dios, al menos la gente había huido antes y no hubo muertos, pero la destrucción fue tremenda. Los compañeros, muy impresionados, dijeron que había sido la experiencia vital más fuerte de este viaje a África.